Monseñor Iguacen, el obispo más longevo del mundo: «Aquí estoy, para servir a los demás»
Monseñor Iguacen cumplió 104 años el pasado 12 de febrero. Su mirada, profunda y marina, todavía conserva la misma alegría de Quien se fio de él para hacerle sacerdote in aeternum
Damián Iguacen Borau es el prelado de más edad de toda la Iglesia católica. Un detalle que el sacerdote custodia en silencio, más allá de títulos o de honores que solo saben de una vanagloria que no lleva escrito su nombre… «No me ha quedado ningún detalle malo o negativo de todos mis años», reconoce en una entrevista concedida a la diócesis de Tenerife. «Hay cosas que me gustaron más que otras, pero aproveché todo para darme a los demás. Y aquí estoy, para servir a los demás».
Fuentecalderas lo vio nacer el 12 de febrero de 1916, pero muy pronto Dios le hizo volar de su nido. Este aragonés de nacimiento fue ordenado sacerdote el 7 de junio de 1941, desarrollando su ministerio en los pueblos de Ibieca y Torla (Huesca). Después, desempeñó diversas labores en la iglesia basílica de Santa Engracia y el episcopado de Zaragoza, en Tardienta (Huesca), así como en el Seminario, la parroquia de San Lino, la basílica de San Lorenzo, la catedral y el obispado de Huesca. El 14 de agosto de 1984 se convierte en obispo de la diócesis de Tenerife (diócesis Nivariense), hasta su renuncia por edad, que tuvo lugar el 12 de junio de 1991.
«Si muero, pues muero; pero dándome»
Las manos de don Damián han acariciado demasiados rostros sufrientes, y han acompañado –aun cuando más costaba consolar– un sinfín de corazones en vela.
Y lo recuerda agradecido. Sin miedo. Porque ni uno solo de sus años, y ya van 104, se ha sentido postergado, a la intemperie de un Dios roto y justiciero. Al contrario, su piel y su corazón conservan los recuerdos de un amor que sigue latiendo a manos llenas. «Si enfermo, pues enfermo; y si muero, pues muero; pero dándome», confiesa el obispo emérito de Tenerife, con los ojos colmados de razones. «Y me duele no haber hecho mejor todo lo que hice», apunta, alargando demasiado cada gesto.
Jóvenes: «Vivid para los demás»
Monseñor Iguacen es generoso, y no se olvida de los jóvenes, en quienes vierte el resto de su esperanza: «Les diría que se entreguen a los demás, que su vida no sea de egoístas», sino «que vivan para los demás».
Darnos. Darse. Así se escribe la vida de este incansable pastor. Porque «no hay amor más grande que dar la vida», asevera el prelado, a media voz, pero plenamente decidido en sus motivos. «Estés soltero, casado, consagrado, lo que sea, hay que dar la vida para los demás; y esa ha sido siempre mi ilusión».