Monjas del siglo XXI
En sus últimos documentos sobre la vida monástica femenina, el Papa invita a las religiosas de clausura a una «irradiación espiritual ad extra». Su llamamiento es significativo en un momento en el que cada vez hay menos religiosas y menos monasterios. En el desierto vocacional, la profesión religiosa de jóvenes como Belén Pery Osborne y María Arribas Piquer, que se hicieron monjas apenas cumplidos los 20 años, es un signo de esperanza
El último documento que regulaba la vida monástica femenina —la constitución apostólica Sponsa Christi Ecclesia— fue promulgada por Pío XII, antes del Concilio Vaticano II, en 1950. El camino recorrido por la Iglesia tras el concilio, así como «las nuevas condiciones socioculturales» del siglo XXI, llevaron al Papa Francisco a actualizar los documentos que regían la vida de las religiosas contemplativas. Así, promulgó en 2016 la constitución apostólica Vultum Dei quaerere y, la semana pasada, la instrucción Cor orans. En ambos documentos se dan directrices concretas en un contexto de déficit vocacional. En este sentido, se pide «evitar en modo absoluto el reclutamiento de candidatas de otros países con el único fin de salvaguardar la supervivencia del monasterio». A pesar de la advertencia del Papa, actualmente en los monasterios españoles, una de cada cuatro monjas es extranjera, según datos de la Conferencia Episcopal Española (CEE). Más bien, para evitar que los conventos tengan que cerrarse, el Santo Padre aboga porque «cada monasterio» reflexione sobre «cuáles pueden ser la modalidades» de una «irradiación espiritual ad extra».
Encerradas en clausura, una de las vías que las monjas contemplativas han encontrado para proponer su estilo de vida a las jóvenes es abrir las puertas de sus monasterios. En muchos de ellos, «la gente puede participar de las celebraciones litúrgicas en la iglesia monacal» junto a «las monjas y rezar con ellas», explican desde la CEE. «Siempre preservando la clausura en la que viven», incluso «hay monasterios que tienen hospedería en un edificio anejo, de forma que la gente puede pasar allí varios días».
Así fue como María Arribas Piquer, de 23 años, conoció a las religiosas de Iesu Communio. Fue en un retiro espiritual organizado por un sacerdote de su universidad y «del que me fui tocada. Continué con mi rutina, pero aquella experiencia se me quedó grabada en el corazón». Años después, incluso con una relación sentimental de cuatro años por medio, el recuerdo de las monjas del hábito vaquero volvió a surgir con fuerza. Fue en una Misa en el mes de agosto. Arribas Piquer sintió «que Dios se me puso delante, como cuando tu hijo se cae y llora y nota tu mano en su cabeza. Pues igual yo. Experimenté que mi Padre venía y me salvaba y, entonces, me sentí superconsolada y muy amada». Paralelamente a esa experiencia, la joven se descubrió visitando cada vez con más frecuencia el convento de las monjas que había conocido durante su etapa universitaria. «No sé por qué lo hacía. No iba a nada en concreto, solo viajaba allí sin ningún motivo ni explicación. Era Dios quien me llevaba y allí me sentía a gusto, como en casa». La última vez que lo visitó fue el 17 de febrero.
Desde entonces, la joven es una de las 250 novicias que actualmente hay en España. Nuestro país, a pesar del desierto vocacional en el que nos encontramos, todavía sigue siendo la mayor potencia mundial en monjas de clausura. De hecho, un tercio de todos los monasterios contemplativos del mundo se encuentran en la geografía española. Aquí subsisten 801 monasterios de vida contemplativa (35 masculinos y 766 femeninos) y 9.195 religiosos (340 hombres y 8.855 mujeres).
Mucha fe y muchas lágrimas
Como Arribas Piquer, Belén Pery Osborne también se convirtió en contemplativa muy joven. En su caso, fue a los 21 años cuando ingresó en las carmelitas descalzas del convento cordobés de San Calixto. Sin embargo, la vida de Belén de la Cruz —nombre que se puso en su profesión— es sobre todo un «testimonio elocuente ante la muerte», asegura monseñor Demetrio Fernández, obispo de Córdoba. La joven murió el pasado mes de abril, a los 33 años, tras nueve meses de batalla contra el cáncer. «La muerte a todos nos asusta, y más si uno es joven, pero ella la afrontó con paz y serenidad», asegura el prelado. Pocas horas antes de que muriera, monseñor Fernández estuvo en San Calixto «para consolar a las hermanas. Una de ellas me confesó que “no sabía que estaba tan mal”». Cuando las monjas se juntaban en el tiempo de recreación, Belén «hacía un gran esfuerzo, hasta el punto de que algunas de las monjas no sabían de la gravedad de la situación», confirman desde la familia de Belén.
De esta forma, la religiosa hacía honor a su sobrenombre de profesión. «Decía que en la Cruz está la salvación y la paz. Un día, en una sesión de quimioterapia, la médico se interesó por su nombre y le preguntó: “¿por qué de la Cruz?”. Contestó: “Porque la Cruz es una bendición. ¿Qué hace un sacerdote cuando da la bendición? La señal de la cruz. ¿Qué hacemos cuando nos santiguamos? La señal de la cruz. En la Cruz está todo. En ella está la salvación y la paz”», recuerdan.
El funeral —presidido por el obispo de Córdoba— y el entierro tuvieron lugar un sábado en el convento de San Calixto, que está situado en mitad de Sierra Morena. A pesar del mal tiempo de aquel día, a la celebración acudieron cientos de personas, muchos de ellos jóvenes —primos de Belén, compañeras de colegio, de la universidad…—. Con la iglesia conventual a rebosar, es como si Belén Pery Osborne —ya desde el cielo— hubiera sustituido su propio sepelio por una de esas irradiaciones espirituales ad extra de las que habla el Papa Francisco en los recientes documentos presentados. «Las monjas están muy confiadas en que la madre Belén les traerá muchas bendiciones para el monasterio y, seguro, muchas vocaciones. Viven el momento con mucha fe y, también, con muchas lágrimas», concluye el obispo.