Misioneros y luego obispos
España acogió la semana pasada a numerosos prelados que trabajan en tierras de misión. Unos participaron en el encuentro bianual de obispos combonianos en Madrid y otros hicieron escala de camino al Sínodo de la Amazonía. Todos traen consigo el grito de su pueblo y el compromiso de la Iglesia con los más desfavorecidos. «Ojalá los pobres sufrieran menos y la Iglesia fuera más atacada», dijo a Alfa y Omega Eugenio Arellano, vicario apostólico de Esmeraldas y presidente de la Conferencia Episcopal de Ecuador
Salvo contadas excepciones, los obispos en misión fueron antes misioneros que obispos. Lo resume muy bien el comboniano español Eugenio Arellano, vicario apostólico de Esmeraldas y presidente de la Conferencia Episcopal de Ecuador, cuando dice que «es misionero por vocación y obispo por obediencia». Precisamente, los misioneros que tienen mandato episcopal fueron protagonistas durante la última semana en nuestro país por diversos motivos: la celebración en Madrid de la reunión bienal de obispos combonianos; el Congreso Nacional de Misiones, también en la capital de España, que incluyó una mesa de experiencias de prelados en misión; o la visita de los obispos de los vicariatos de Puerto Maldonado y Requena, en Perú, a sus diócesis de origen.
Son obispos en diferentes zonas del planeta, con realidades distintas, pero con un único objetivo: hacer presente a Jesús en medio de un pueblo concreto. Arellano lleva haciéndolo más de 40 años en la zona negra de Ecuador. Los primeros 20 años, como sacerdote, se cargaba una mochila al hombro con lo que necesitaba para la Eucaristía y para vivir unos 20 días y se iba a visitar a las distintas comunidades en la selva o la costa. Sigue siendo misionero pero como obispo su trabajo es diferente, reconoce en entrevista con Alfa y Omega: «Antes era más protagonista; ahora me toca estar detrás para sostener a los sacerdotes, religiosas y laicos… para motivarlos, animarlos. Aun así, me toca muchas veces protestar con ellos por sus derechos. Más de una vez he salido a la calle levantando la voz por ellos y sus derechos». Son sus fieles, pero sobre todo sus hermanos: «He envejecido con ellos, son mi pueblo. Los he conocido y compartido la vida».
Arellano, que participará en el Sínodo de la Amazonía en Roma del 6 al 27 de octubre, se muestra muy duro contra los estragos que «el capital» está causando en la región, tanto a nivel social como medioambiental. «La opción de nuestra sociedad, de la modernidad, va más por multiplicar los capitales que por la vida de la gente. Porque eliminar los bosques significa eliminar la vida de los pobres», añadió. En este sentido, mostró una gran esperanza por el Sínodo, aunque auguró «muchas resistencias»: «El Papa sufrirá persecución y habrá una campaña de desprestigio contra la Iglesia católica. La fuerza del capital es muy grande». Pero añade: «Ojalá los pobres sufrieran menos y la Iglesia fuera más atacada».
Aunque presentó su renuncia hace unos meses y está a la espera de que el Papa se la acepte, este misionero navarro no quiere volver a España. «Mi mundo está allá. Daré un paso al lado, dejaré que otros tomen el relevo. Si tengo fuerzas, me iré al otro lado de la frontera, a Colombia, para acompañar a las personas del campo. Son el mismo pueblo negro», concluyó.
Como Arellano, Miguel Ángel Sebastián, también comboniano, ha vinculado su vida misionera a un país concreto: el Chad. Pasó allí una primera etapa dos años después de su ordenación sacerdotal entre 1977 y 1988 y volvió en 1996. Y sigue; desde 1999 como obispo. El año pasado, el Papa Francisco le cambió de diócesis, la de Sahr, donde ya había estado como sacerdote. La ciudad que da nombre a la diócesis es la más grande en el sur del país, donde, además, hay una mayor presencia cristiana.
«Mi manera de vivir el ministerio de obispo es estar cerca de la gente. Mi lema es “Todo para todos”», explica a este semanario. Recuerda, en este sentido que, como lleva menos de doce meses en el cargo, la escucha se ha multiplicado por la necesidad de conocer a la gente y la realidad de los pueblos y ciudades. «Ya he visitado todas las parroquias. No son grandes visitas pastorales, porque no tengo tiempo, pero puedo encontrarme con la gente, ver dónde viven, escucharlos».
Una de sus prioridades son los jóvenes y, por eso, además de las realizadas en las parroquias, ya ha organizado varias reuniones a nivel diocesano. Son encuentros multitudinarios, en los que los jóvenes plantean sus preocupaciones, problemas y dudas al obispo. En la última, Sebastián se llevó tarea para casa. Como se acabó el tiempo, propuso a los jóvenes que escribiesen sus preguntas y apuntasen su número de teléfono; luego él les llamaría. Lo hicieron 45 jóvenes, a los que todavía no ha podido contestar por sus numerosos viajes y tareas. Eso sí, les ha llamado para disculparse por el retraso y decirles que el obispo no se ha olvidado. La principal inquietud que le plantean es la falta de perspectivas de futuro.
El país, explica, ha mejorado en los últimos años, sobre todo, en lo que atañe a la seguridad, pues Chad tiene uno de los ejércitos más fuertes de la región, armado gracias a la rentabilidad de las vacas gordas del petróleo. Hoy, el oro negro que genera el país se pierde en devolver créditos y pagar a países extranjeros. Lo más positivo, en palabras de Sebastián, es que el país es laico, aunque los musulmanes tienen más poder, pues son los que están en el Gobierno. «A nosotros no nos ayudan, pero nos dejan hacer. Nos vienen a decir que nos ocupemos de los pobres del sur», concluye.
Misionero en tierra extraña
El caso del italiano Camillo Ballin es especial. Toda su vida ha estado dedicado al mundo árabe, con destinos en Líbano y Egipto. Hoy es el vicario apostólico del Vicariato de Arabia del Norte, que incluye Baréin, Kuwait, Catar y Arabia Saudí. Es la cabeza de una Iglesia de dos millones de fieles, de los cuales el 99,9 % son extranjeros que están en el golfo para trabajar en la industria del petróleo. Son fieles de muchas nacionalidades —principalmente filipina e india— y de distintos ritos —latino, maronita, copto, grecocatólico, siro-malabar y siro-malankar—. El principal problema que tienen son los espacios para el culto: en Baréin, Kuwait y Catar hay iglesias; en Arabia Saudí están prohibidas, aunque existe una autorización no escrita para rezar en casas privadas y embajadas.
Uno de los proyectos que más le ilusiona tiene que ver, precisamente, con la construcción de un gran templo, la catedral de Nuestra Señora de Arabia, en Baréin y a tan solo 24 kilómetros de Arabia Saudí, por lo que los fieles que viven en este último país se podrán desplazar fácilmente hasta allí. Se prevé que esté terminada en 2020 y podrá albergar a casi 2.500 personas. Además contará con una capilla para cerca de 500 y un edificio anexo para celebrar retiros espirituales y encuentros de formación.
Su misión en estos países es limitada, pero nunca ha tenido problemas: «Sabiendo dónde están nuestros límites, no hay problema. La Policía no entra en nuestros recintos y, de hecho, somos nosotros los que les pedimos que acudan en nuestras fiestas grandes. No nos metemos en política ni en cuestiones sociales. Estamos hospedados en el país y nuestros fieles son extranjeros y, por tanto, no podemos tener un rol principal. Les agradecemos la hospitalidad. Nuestros fieles, con su vida cristiana, ayudan al crecimiento del país, a la construcción de una sociedad mejor».
Ballin pasa gran parte de su tiempo en aviones, de un lado a otro. Es el peaje que tiene que pagar para poder encontrarse con todos los grupos que, además, son muy numerosos. Tanto es así que sus visitas pastorales duran unos diez días. A todo esto, hay que añadir numerosas tareas administrativas, de las que también se encarga él.
Obispo y misionero a la vez
El caso de Juan Oliver es diferente al resto. El ministerio episcopal llegó al mismo tiempo que el encargo misionero. Este franciscano era el provincial de Valencia y se dedicaba fundamentalmente a la formación de religiosos cuando Juan Pablo II lo envió a Perú en 2004. En concreto, al Vicariato Apostólico de Requena, en plena Amazonía. «Fue una experiencia nueva, pues no había tenido hasta entonces una tarea pastoral en una parroquia…», reconoce a Alfa y Omega.
Así, llegó a un territorio de 82.000 metros cuadrados, con una población de 160.000 habitantes, donde los ríos hacen las veces de nuestras carreteras, donde apenas hay servicios mínimos ni oportunidades para desarrollarse. Es una población bastante mestiza, habla español y ha recibido los sacramentos de la iniciación cristiana. «Mi vida discurre en contacto con la gente desde muy temprano hasta el final del día. Atiendo a personas, instituciones, realizo tareas formativas con los agentes de pastoral…», añade. Él mismo llega a donde nadie lo hace, a poblados con parroquias que no tienen sacerdote y cuyo camino hasta allí exige un duro viaje en pequeñas embarcaciones. No es raro, ver al obispo mojarse los pies para acercar las embarcaciones a los improvisados puertos fluviales o ayudar en la descarga de materiales.
Oliver llevará a Roma, en el marco del Sínodo de la Amazonía, la realidad de sus fieles. Allí no hay problemas con la minería, pero sí con la tala de madera, con la que algunas empresas «han causado grandes destrozos» y que generan luego otros problemas como la contaminación del agua. «Hemos participado en todas las actividades para el desarrollo del Sínodo desde todas las parroquias, aportando la descripción de los problemas y necesidades. Se trata de cuestiones a nivel medioambiental y de condiciones de vida básicas y de la necesidad de una nueva atención pastoral ante la escasez de sacerdotes y religiosas. En cualquier caso, la gente de allí piensa que se positivo que la Iglesia y la sociedad se fijen durante un mes en su región», concluyó.