Misioneros en el infierno
«Enfrentarme a los esclavos que trabajan en las minas de coltán del Congo me superó», confiesa el reportero de guerra Antonio Pampliega, que estrena este martes en Cuatro el primero de una serie de documentales. Como contrapunto, los testimonios de varios misioneros le reconciliaron con la humanidad
«El ser humano es más cruel aún de lo que yo creía». Después de diez años cubriendo conflictos bélicos y de pasar 299 días secuestrado por Al Qaeda, el periodista Antonio Pampliega pensaba que nada podía ya sorprenderle, pero en la República Democrática del Congo «me he encontrado con cosas que ni siquiera me podía imaginar».
El flamante premio ¡Bravo! de Prensa 2018 estrena este martes a las 22:45 en Cuatro Coltán, mineral de sangre, la primera entrega de la serie Pasaporte Pampliega. «El objetivo de nuestro reportaje es poner el Congo en el mapa y que deja de ser un “agujero negro” informativo”, dice el periodista, que asegura que «el Congo es uno de los peores destinos en los que he trabajado».
De manera especial le impactó «el sufrimiento al que están sometidos millones de personas por culpa del coltán». El 80 % de las reservas de este mineral se encuentran en este país, y su saqueo ha alimentado en los últimos años la actividad de grupos armados, a la par que crecía la demanda mundial de coltán para teléfonos móviles y otros componentes electrónicos.
En esas minas trabajan «millones de niños, mujeres y hombres prácticamente esclavizados», denuncia Pampliega. «Enfrentarme a testimonios de víctimas y descubrir una realidad tan salvaje como esta» era algo que superaba incluso a un periodista experimentado en guerras como él.
Razones para la esperanza
Pero también en el Congo «he visto lo mejor del ser humano», contaba días atrás el joven periodista en el programa Periferias, de Trece. Personas como «una monja congoleña que trabaja con mujeres destrozadas por agresiones sexuales y que recoge a esos niños fruto de esas agresiones sexuales». O como «un salesiano que lleva 40 años ayudando a niños soldados y abandonados». Ellos nos enseñan que «sí, el ser humano es muy malo, pero también hay esperanza».
Una esperanza –confesó también Pampliega– que él mismo llegó a perder durante la guerra en Siria. Cuando, al «ver a tantos niños muertos» le pidió a Dios: «Haz algo», pero «Él no lo hacía», su fe se apagó. La recuperó durante su secuestro a manos de Al Qaeda. Fue justo en uno de los peores momentos de cautiverio, tras un simulacro de ejecución, que a él le parecía a todas luces real. Tras aquello, «me senté y empecé a hablar con Él».
Lo hizo ya cada día a partir de entonces. «Yo nunca le pedí por mí. Jamás le dije: “Sácame de aquí”. Simplemente le expresaba cómo me encontraba. Le estoy muy agradecido porque Él me ayudó. Me escuchaba, alguna vez me dio una señal», y sobre todo, «me mantuvo con la cabeza cuerda».