Misionero antes que obispo
«No te olvides de los pobres», fue el primer mensaje que oyó Jorge Bergoglio, recién elegido Papa, en la tarde del 13 de marzo de 2013. También Miguel Ángel Ayuso tiene a sus propios «pobres», personas y comunidades que de algún modo le sirven de brújula moral en su ministerio.
Tras su ordenación, en 1982, el misionero comboniano pasó varios años en El Cairo (Egipto) y Sudán, en este segundo caso como director de un centro pastoral y catequético de la diócesis de El Obeid, que incluye las regiones de Darfur y Kordofán, especialmente azotadas por la guerra civil.
Los cristianos, una minoría en estos lugares, sufrieron en aquellos años una fuerte persecución incitada por el Gobierno. El trabajo de Ayuso consistía en «formar a una serie de líderes y catequistas de las comunidades cristianas para que pudieran dirigir la liturgia de la Palabra el domingo sin la presencia de un sacerdote, o hacer un responso cuando un miembro de la comunidad moría».
Pese a vivir en situaciones de gran dificultad, «estas comunidades han creído siempre en el diálogo con sus hermanos y hermanas musulmanes», y «pendientes de cómo ayudar a otros que lo pasan igual o peor que ellos». Miguel Ángel Ayuso cita, para ilustrarlo, uno de sus desplazamientos para celebrar la Eucaristía con una comunidad en medio del desierto. «Hacía un calor horroroso, con 50 grados. Llegué agotado para encontrarme con una comunidad de personas muy pobres, harapientas. Me estaban dando mucha pena, pero ellas no se veían de esa forma, y en la oración de los fieles, de forma espontánea, pedían por quienes tenían todavía menos que ellos».