Milani y Francisco, dos profetas de la escuela - Alfa y Omega

Milani y Francisco, dos profetas de la escuela

Don Lorenzo y el Papa, unidos en Barbiana, son exponentes de una educación que busca promover el cambio social, pegada a la realidad y capaz de integrar y abrazar a los alumnos

Fran Otero
El Papa Francisco delante de la tumba de Milani, el 20 de junio de 2017
El Papa Francisco delante de la tumba de Milani, el 20 de junio de 2017. Foto: AFP / Osservatore Romano.

Cuando el sacerdote y maestro Lorenzo Milani llegó a la perdida Barbiana, una aldea en medio de la montaña, como castigo de sus superiores por ser un cura incómodo, lo primero que hizo fue comprar una tumba. El año 1954 consumía sus últimas semanas. Allí entregaría su vida casi 13 años después, el 26 de junio de 1967. Aunque faltan algunos días para el 50 aniversario de su muerte, el día grande para Barbiana fue el pasado martes, pues allí se presentó un Papa, Francisco, para homenajear –léase también rehabilitar– a este maestro, figura olvidada y marginada en su tiempo y durante muchos años. Un hombre que se desvivió por la educación de los más pobres y por el derecho de todos a saber. Un hombre que comparte rasgos y actitudes, también los que son más molestos, con el Papa Francisco.

Aquel diciembre de 1954, don Milani llegaba a Barbiana con el bagaje de su experiencia como coadjutor en San Donato, en Calenzano, muy cerca de Florencia. Allí ya había atendido a los pobres, entre campesinos y obreros. Pero sus nuevos feligreses eran todavía más pobres, al tiempo que reservados y poco cariñosos. No había electricidad ni agua, ni teléfono, ni carretera para las casi 100 personas que allí vivían. Lejos de arredrarse por lo que muchos consideran un entierro en vida, Milani dobló su apuesta por la educación popular con una escuela a todas horas. Y así dedicó todo el tiempo hasta su muerte a aquellos chicos analfabetos. Es la Escuela de Barbiana, cuyo testamento quedó expresado en Carta a una maestra, que don Milani y sus alumnos escribieron al alimón. Era una escuela que recogía a los descartados del sistema, aquellos a los que la escuela estatal no atendía, es decir, a los más pobres, abocados al fracaso y a la exclusión. Su propuesta era acogedora, solidaria e inclusiva. Así, aquel que tenía más dificultades o iba rezagado era el preferido, al que todos, maestro y alumnos, dirigían su mirada. Es precisamente esta una des su grandes aportaciones, el papel de la escuela como integradora y niveladora en su etapa más inicial, tal como lo resume José Luis Corzo, profesor emérito de la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Salamanca y uno de los más fervientes seguidores e impulsores de don Milani en España.

Aquella pequeña escuela no está muy lejos de lo que venden hoy algunas prestigiosas corrientes pedagógicas: no había pupitres ni notas y, por lo tanto, ni suspensos, ni exámenes, ni vacaciones… Aunque la mayoría de las actuales no comparten el fondo ni la misión de Barbiana: el cambio social.

El joven Bergoglio, cuando era profesor en Argentina. Foto: Infobae

El maestrillo Bergoglio

Es el cambio social a través de la educación, así como la preferencia por los descartados del sistema, lo que une a don Lorenzo Milani y al Papa Francisco. El hoy Papa ya dejó huella en Argentina; primero, como profesor de Literatura, y luego como arzobispo con proyectos que ahora se replican en todo el mundo. Jorge Milia fue uno de los alumnos de Bergoglio y, aunque las circunstancias eran diferentes a la Barbiana de Milani, el maestrillo, como llamaban al hoy Papa, hacía una propuesta con muchos puntos en común. Dejaba algunos contenidos para que los chicos los trabajaran en casa, y en el aula leían aquello que les apetecía. Así siguió una programación abierta e infundió el amor por la lengua y la literatura, hasta que decidió hacerles escribir relatos, que luego publicaría en Cuentos originales con prólogo de Borges, a quien llevó en varias ocasiones al centro para encontrarse con los alumnos. Esos encuentros con escritores y personalidades eran frecuentes. «Lo bueno de Bergoglio –ha escrito Milia– era que las puertas nunca estaban cerradas. Quien quisiera explorar el monumento que es la lengua española podía hacerlo con más o menos profundidad, sin condiciones ni eufemismos».

Años después, ya como arzobispo, logró unir a colegios públicos y privados, de distintos credos y confesiones para integrar a los jóvenes y motivarlos para que se comprometieran a cambiar la realidad del país, que atravesaba una de las mayores crisis de su historia. Así nacieron las escuelas vecinales que hoy recorren el mundo bajo el nombre de Scholas Occurrentes como fundación pontificia. «Le preocupaba cómo vivían los jóvenes aquella situación de crisis», cuenta José María del Corral, hoy presidente de Scholas, que lideró con Bergoglio aquella iniciativa. «Empezamos a reunir a alumnos y nos dimos cuenta de que los chicos no estaban perdidos, que tenían ganas, pero les faltaban liderazgos sanos y espacios en los que expresarse», añade.

Luego, como Papa Francisco, extendió la iniciativa, que, en palabras de Del Corral, «integra, abraza y le saca a cada chico un sí frente a un sistema educativo elitista, que excluye y habla de noes». Una propuesta que tiene en el deporte, el arte y la tecnología, todo aquello que motiva hoy a los jóvenes, como principal motor. Muy milaniano.

De vuelta a Barbiana nos encontramos con Francesco Gesualdi, uno de los niños que vivió aquella experiencia con don Milani. Insiste en que aquella escuela estaba pensada para garantizar el derecho de todos a saber frente a una escuela en la que prima triunfar y hacer carrera. «Nos espoleaba constantemente para hacernos pensar, y se ponía furioso si uno no sabía argumentar sus opciones», explica. Hablaba de una ciudadanía activa, capaz de analizar y pensar.

Otra cuestión importante era el conocimiento de la realidad y del lenguaje. Para ello, utilizaba constantemente el periódico y el encuentro con personas que aportan aspectos importantes a la realidad; también el debate, la profundización y el pensamiento; y formas de estudios que acostumbraban a los chicos a protagonizar su propia formación. Baste este testimonio recogido en Carta a una maestra: «La Historia de este medio siglo era la que mejor me sabía. Revolución rusa, fascismo, guerra, resistencia, liberación de África y de Asia. La historia que han vivido mi abuelo y mi padre. También sabía bien la historia en que yo vivo. Es decir, el periódico que leíamos en Barbiana todos los días en voz alta, de punta a cabo. Aquella profesora se había parado en la I Guerra Mundial. Exactamente en el momento en que la escuela podría enlazarse con la vida».

Otra de las cuestiones en las que insiste Milani es en el bien común; sus alumnos se da cuenta de que sus problemas son iguales a los de los demás y que trabajar por superarlos todos juntos es política, mientras que hacerlo solo, avaricia. Desigualdades, desempleo, medio ambiente…: una de las misiones de la escuela es ayudar a los jóvenes a identificar cuáles son esos problemas.

Precisamente el bien común, el pensamiento y la realidad son pilares de la propuesta educativa de Francisco. Ya lo dijo en 2014, ante miles de escolares italianos: «La escuela nos enseña a comprender la realidad. En los primeros años se aprende a 360 grados, después poco a poco se profundiza en una dirección y finalmente está la especialización. Pero si uno ha aprendido a aprender, esto le queda para siempre, queda una persona abierta a la realidad. Esto lo enseñaba un gran educador italiano, que era un sacerdote: don Lorenzo Milani».

Lorenzo Milani con sus alumnos de la escuela de Barbiana, donde pasó los últimos años de su vida. Foto: Archivo de la Fundación Don Lorenzo Milani

La experiencia de Scholas

La presencia de Scholas Occurrentes en proyectos en países como Haití, Mozambique, Dubai o, el próximo mes de julio, en Israel, donde trabajarán juntos israelíes y palestinos, acompañados, entre otros, de 12 alumnos españoles, le ha granjeado a Bergoglio el apelativo del Papa de la educación. «No uno que va a escribir sobre la escuela, no; sino que hace educación. Es un Papa que se mete en el barro», apostilla Del Corral.

Su premisa es bien clara: si no se cambia la educación, el mundo no va a cambiar. ¿Y cómo se hace esto? Pues apostando por «un saber que tenga sabor», por el paso de «una cultura del conocimiento a otra de la sabiduría». «Nuestros jóvenes nos están pidiendo que les enseñemos a vivir y nadie está respondiendo a esa necesidad. No son las materias las que enseñan esto», afirma el presidente de Scholas.

Como aquella Escuela Popular de don Milani en Barbiana, dirigida a los pobres y analfabetos, Scholas, en palabras del Papa, quiere ser «un rescate, porque nuestros jóvenes se están ahogando». Un rescate, continúa, que exige «lanzarse al agua para salvarlos, con el riesgo de perder la vida».

Y en medio de todo esto, ¿cuál debe ser la propuesta de la educación católica? El Concilio Vaticano II deja bien clara la prioridad: la atención a las necesidades de los pobres, de los que se ven privados de la ayuda y del afecto de la familia o que no participan del don de la fe. Precisamente, en un encuentro de Scholas Occurrentes, el Papa Francisco se mostró contundente con las escuelas católicas de barrios pudientes y con recursos por reclamar subsidios al Gobierno que, en su opinión, debieran ir para los centros de «barrios con mayores carencias». Antes incluso del Concilio figuras de la talla de Juan Bautista de La Salle, Don Bosco o Champagnat, ya habían inaugurado las escuelas populares.

Lorenzo Milani y el Papa Francisco, dos apasionados por la educación y, dentro de ella, por los más pobres y descartados del sistema. Dos referentes de su tiempo a los que no faltaron la amargura de la resistencias desde dentro de la propia Iglesia, pero que siguieron adelante. Por amor al prójimo y a la humanidad.

El reconocimiento del Papa: «Es modelo ejemplar de servir al Evangelio, a los pobres y a la Iglesia»

«Mi presencia en Barbiana, con mi oración ante la tumba de Milani, quiere ser una respuesta a aquello que le pedía don Lorenzo a su obispo, que fuese reconocido y comprendido en su fidelidad al Evangelio y en la rectitud de su acción pastoral. En una carta al obispo escribía: “Si no me reconoce, todo mi apostolado aparecerá como un acto privado”. Hoy el reconocimiento lo hace el Obispo de Roma. Esto no cancela la amargura que acompañó a Milani, pero dice que la Iglesia reconoce en su vida un modo ejemplar de servir al Evangelio, los pobres y a la Iglesia». Con estas palabras, 50 años después de su muerte, el Papa Francisco situó a don Milani en el lugar que tantas veces se le negó en vida y después de ella. Y cumple también el deseo de la madre del sacerdote florentino: que se conozca al cura, que se sepa la verdad y que la Iglesia le honre, «la Iglesia que tanto le ha hecho sufrir, pero que le ha dado el sacerdocio».

Ante numerosos sacerdotes, algunos compañeros de don Milani en el seminario, el Pontífice recordó que el sacerdote que fundó la escuela popular de Barbiana «enseña a querer a la Iglesia, como la quiso él, con la claridad y la verdad que pueden crear tensiones, pero jamás fracturas».

Antes de su paso por Barbiana, Francisco visitó la tumba de otro sacerdote italiano, don Primo Mazzolari, en Bozzolo, donde reivindicó la figura de los párrocos en Italia.