La beatificación de la familia Ulma proclama dos mensajes importantes para la Europa de hoy. En primer lugar, da voz a una parte de la historia que ha permanecido desconocida e infravalorada demasiado tiempo: durante la ocupación alemana de Polonia entre 1939 y 1945, muchos arriesgaron su vida para salvar a judíos del Holocausto. El pueblo polaco no fue espectador de los crímenes nazis, sino víctima.
Józef y Wikotria, con sus hijos, fueron de los 1.000 polacos, incluyendo mujeres y niños, asesinados por los nazis por ayudar a judíos. A pesar del riesgo de la pena de muerte, se estima que 300.000 polacos escondieron y ayudaron a judíos en sus casas. Más de 7.200 polacos tienen el título de Justo ente las Naciones. Son historias listas para ser llevadas al cine, con frecuencia con final feliz.
De hecho, la historia de Jan Żabiński, director del Zoo de Varsovia, y su mujer Antonina se convirtió en el guion de Hollywood de La casa de la esperanza. Cuando los alemanes mataron a la mayor parte de los animales, la familia Żabinski decidió albergar a judíos en los pasillos y sótanos del zoo. Más de 300 personas sobrevivieron gracias a su coraje.
La familia Ulma y los judíos de su casa encontraron, al contrario, un final trágico: un policía que cooperaba con los ocupantes alemanes los denunció. El 24 de marzo de 1944, en torno a las cuatro de la madrugada, tenientes alemanes llegaron a su casa bajo el mando de Eilert Dieken. Inmediatamente asesinaron a tres judíos que todavía estaban dentro. Luego sacaron fuera a los Ulma y mataron primero a Józef, y seguidamente a una aterrorizada Wiktoria. Entonces dispararon a los seis niños, de entre 1 y 8 años de edad. Los testigos afirmaron que Wiktoria empezó a dar a luz después de ser asesinada. Los agentes alemanes decidieron matar a los niños para que el pueblo «no tuviera que molestarse por ellos», en sus propias palabras.
Los crudos detalles del asesinato de los Ulma nos llevan al segundo elemento clave de esta beatificación: una respuesta a la pregunta sobre cómo actuar como cristianos ante las personas con necesidad. En 1939 fueron los judíos, pero la Europa actual es hoy el destino de miles de migrantes que escapan de la guerra, el hambre y la falta de un hogar en sus países.
La familia Ulma nos da la respuesta. Ellos nos muestran el camino. Como grabaron en sus corazones lo que estaba escrito en la campana de su parroquia: «Mientras tengamos tiempo, hagamos el bien». Cuando los judíos, a los que conocían bien, se acercaron a Józef y Wiktoria para que los ayudaran a esconderse del terror alemán, no lo dudaron. Su «sí» fue inmediato. Nació de algo que ellos mismos habían subrayado en la Biblia familiar: el título de la parábola del buen samaritano. Józef o Wiktoria, uno de los dos, escribió la palabra «sí», a lápiz al lado.
Hoy en día siempre podemos decir «no tengo suficiente para mi familia, ¿Cómo puedo ayudar a un extraño?». Pero la riqueza material tampoco era un atributo de los Ulma. Trabajaban duro en su granja para sacar adelante a su familia, cada vez más grande. Tenían una casa modesta y, cuando les pidieron ayuda, seis niños a los que alimentar. Eran los tiempos más duros en la historia polaca.
Sin embargo, su casa era rica en una cosa: amor. Las fotos que tomó Józef muestran un hogar feliz en medio de cosas muy ordinarias. Se ve a los niños comiendo, paseando, aprendiendo a escribir o jugando. Es precisamente la casa en la que acogieron a sus vecinos judíos. «Vivían con los judíos como si fueran su propia familia», testificó un pariente.
A pesar de sus humildes condiciones de vida, Wiktoria preparaba con cariño comida kósher para los fugitivos, entre los que estaba su amiga del colegio, Golda Grünfeld.
Dijeron «sí» a los judíos que les pedían ayuda a sabiendas de que arriesgaban su vida y la de sus hijos. Pero a lo que tenían más miedo no era a morir, sino a que sus amigos pudieran ser asesinados. La vida de sus hermanos era más importante para ellos que la suya propia.
La herencia de la familia Ulma fue claramente visible en medio de Europa en las mesas de las familias polacas después del 24 de febrero de 2022. Los polacos invitaron a los refugiados ucranianos bajo su propio techo cuando Rusia invadió a su país vecino. La hospitalidad de los polacos dice mucho de cuál es la respuesta a la llamada delineada por el Papa Francisco: acoger y proteger a quienes llaman a nuestra puerta. Podemos hacer más, deberíamos hacer más por estos hermanos y hermanas.
Por ello, recordando el sacrificio de miles de familias como los Ulma, al igual que ellos debemos inscribir en nuestro corazón: «Mientras tengamos tiempo, hagamos el bien».