Aunque durante mucho tiempo la frase No te metas en política parecía una consigna inteligente para protegerse de discusiones e incomprensiones con próximos y lejanos, es inevitable meterse en política, aunque sólo sea porque la política está metida, nos guste o no, en todo lo que hacemos. Al fin y al cabo, es el arte de buscar el bien común en la sociedad, y sería irresponsable que fuéramos indiferentes a ella.
Hay fundamentos pre-políticos en las sociedades que los Estados deben proteger; cuando no lo hacen, son las mismas sociedades las que deben dar la voz de alarma. Un ejemplo evidente es el del derecho a la vida, que «no es una concesión del Estado», sino «un derecho anterior al Estado mismo», que «éste tiene siempre la obligación de tutelar», como han dicho recientemente los obispos españoles.
Desde 1985, la clase política se ha mostrado claramente hostil -o, en el mejor de los casos, escurridiza- en la defensa de la vida, porque sintonizaba, en mayor o menor medida, con una sociedad incapaz de exigirle más. Desde que se aprobó la nefasta ley del aborto (sólo la Historia medirá el daño que nos ha hecho), las asociaciones provida han sido una especie quijotesca y solitaria; han librado una batalla encomiable sin desfallecer, aun faltándoles el apoyo de los amigos. Con el tiempo, el No al aborto se deslizó hacia el Sí a la vida, que es lo mismo, pero dicho con mayor amplitud y en positivo. En este sentido, han surgido nuevas realidades (como las ha llamado Benigno Blanco) que han apostado por la maternidad, traducida en acciones concretas para ayudar a las mujeres en dificultades a llevar a término su embarazo. Estas instituciones dan fe de que el aborto queda desenmascarado como solución engañosa cuando las mujeres son bien informadas y cuentan con ayuda. Estamos en la dirección correcta: la sociedad empieza a despertar, consciente de que los políticos no le darán lo que ella no pida. El 22 de noviembre, todas las personas que crean en la vida son invitadas a estar en Madrid. Tenemos que estar juntos frente a las políticas que dicen defender el bien de la sociedad, mientras no protegen su derecho fundamental: la vida. Salir a la calle es algo que a muchos nos puede resultar incómodo, pero no queda más remedio. La vida grita desde las entrañas de las mujeres por abrirse paso, y ése es un grito que no se puede acallar.
Mientras los políticos ponen en hora sus relojes, demos nuestro voto a la sociedad civil. Seamos capaces de mirarnos a los ojos viendo en cada uno su dignidad divina e inviolable: en el pobre, en el anciano, en el inmigrante marginado… Hagamos ruborizar a los legisladores por su hipocresía, que les lleva a hacer bellos discursos para integrar a los discapacitados o a los niños síndrome de Down, y a incluirlos luego en supuestos jurídicos para que puedan ser abortados.
Invitemos a los políticos a abrirse a la realidad para reconocerla sin miedos y comprometerse con ella. Aunque aparentemente reste votos o sea políticamente incorrecta, la verdad nunca defrauda, y es la única que puede hacernos de verdad libres. En las manos de los políticos hemos puesto decisiones que nos afectan a todos. Ojalá no tarden más en reaccionar.