Arranca la mañana y las rejas de la prisión de El Acebuche, en Almería, se cierran a tus espaldas con ese interminable chirrido que te recuerda que existen dos formas de vivir en este mundo.
Tras los muros, Yara, una joven madrileña de 22 años, entre hipidos y el rimel corrido por las lágrimas, asegura que nunca debió aceptar viajar a Brasil para llenar su estómago con ese kilo y medio de bolas de coca que casi le lleva a la muerte, cuando alguna se reventó al llegar a Barajas. Al menos ha descubierto que toda prisión tiene su ventana. A su alféizar se asomará en los próximos meses, porque quiere recibir el Bautismo.
Modesto, un ejecutivo que parece haber salido de un Consejo de Administración, y no de su celda, afirma sin pestañear que entrar en la cárcel fue lo mejor que le pudo suceder, para así echar el freno a un trasiego de estafas que le apartaron del auténtico tesoro: sus dos hijas.
Alexis, crecido en un orfanato de Rumanía y curtido entre la delincuencia española, hoy disfruta del Tercer Grado, trabajando de camarero, mientras sueña con abrir un colegio en su país para ayudar a niños con problemas. Acaba de terminar Magisterio en prisión con sobresalientes y con una sonrisa limpia que meterías en tu casa.
En el cuello de Samuel son visibles sus 3 intentos de suicidio. A pesar de la traqueotomía, sigue hablando 5 idiomas, en los que aún reniega de las drogas y del alcohol que le llevaron al robo. Hoy está convencido de que fuera de la prisión hay personas que, a pesar de tener todo, son más infelices que él. Porque Samuel ha encontrado lo más importante: la libertad de saberse hijo de Dios.
Próximamente, celebraremos la festividad de la Virgen María bajo la advocación de Nuestra Señora de la Merced, Patrona de todas las personas que se encuentran en prisión. Ella misma reveló a san Pedro Nolasco su deseo de crear una Orden dedicada a redimir cautivos. Hacia el año 1203, buena parte de la Península estaba en manos de los musulmanes, y los cristianos que se cruzaban en su camino, si conseguían sobrevivir, terminaban encarcelados. La Madre, una vez más, volvía su mirada hacia quienes, cautivos, se aferraban a su mano, y pidió a ese grupo de valientes que dieran la vida por los que carecían de libertad. Éste ha sido el motor que sigue dando sentido a la Orden de la Merced, que en apenas 4 años celebrará su Gran Jubileo (1218-2018). Con razón, san Juan Pablo II aseguraba que los mercedarios en la Iglesia son los especialistas en la libertad.
A día de hoy, en una prisión se concentran esas nuevas formas de cautividad que siguen conmoviendo el corazón de la Virgen de la Merced: violencia, delincuencia, marginación, drogodependencias, familias rotas y todo tipo de carencias humanas y afectivas. Ahí donde no hay libertad, continúan trabajando los mercedarios y tantas otras Órdenes religiosas, pastorales penitenciarias y cientos de voluntarios, que han hecho posible, con su trabajo, que tras una reja metálica, Yara, Modesto, Alexis, Samuel y tantos otros, descubran que la peor prisión es un corazón cerrado. Ellos lo tienen abierto y ya son libres.