«Mi padre tiene síndrome de Down»
El joven sirio Sader Issa ha compartido su testimonio en el último reporte de comunicación del think tank Home Renaissance Foundation
En la actualidad prácticamente no nacen niños con síndrome de Down. Los prejuicios y la crueldad son demasiado grandes. El porcentaje de aborto se acerca al 100 % . En realidad, es del 96 % y algunos nacen. Cuando esto ocurre, los prejuicios se trasladan hacia su vida laboral, sexual y muchos otros etcéteras.
Frente a todos ellos se sitúa el testimonio de Sader Issa, procedente de Siria, que ha compartido su historia en el último reporte de comunicación del think tank Home Renaissance Foundation. Su título no puede ser más sugerente: Mi padre tiene síndrome de Down.
«Queremos dedicar este proyecto a todos aquellos hogares en los que se convive con la discapacidad. Hemos entrado en esas casas para conocer de cerca las dificultades que viven en el día a día las personas que las habitan», explica Ángela de Miguel, project and media manager del think tank.
«Queremos homenajear a todos aquellos familiares que se dejan la piel para que sus hijos, sus padres o sus abuelos vivan dignamente. Queremos profundizar de la mano de los profesionales cómo se afronta una situación así y cómo entre todos podemos ayudar a que se sientan uno más. Y por supuesto, queremos hacer visible una realidad, que nuestros políticos deben conocer bien para que no legislen de cara a una sociedad erróneamente perfecta dejándose por el camino a quienes más nos necesitan», añade.
Tres casos documentados
En su escrito, Sader Issa reconoce que es raro que una persona con síndrome de Down se case o tenga hijos. «Solo hay tres casos documentados», señala. Aunque «puede haber muchos casos no documentados» y «¡mi padre es un ejemplo de que es posible!», advierte este joven sirio, estudiante de Odontología, aficionado a la natación y al culturismo.
El padre de Sader nació con síndrome de Down y en su numerosa familia –tiene cuatro hermanos y tres hermanas– «lo han tratado siempre con amor y respeto». En la edad adulta, el amor no lo abandonó. Al contrario, surgió «a primera vista» entre los padres de Sader, que se conocieron «a través de unos amigos de la familia».
Tiempo después llegó un fruto de ese amor: Sader; y los tres «somos una familia bastante normal. Mi madre se encarga del trabajo del hogar y yo estoy centrado en mis estudios», detalla el joven estudiante.
Mención aparte merece su padre, del que Sader dice estar «muy orgulloso». Y añade: «Trabaja seis días a la semana en una fábrica de trigo donde comenzó hace ya 25 años. En invierno, supervisa la venta de productos que se producen en verano». Y en el periodo estival, «trabaja en una máquina que muele el trigo».
Todo ello ha provocado que «mucha gente» admire «a nuestra familia por todo lo que él ha logrado». De igual forma, Sader valora «totalmente todo lo que ha hecho por mí», subraya, al mismo tiempo que asegura que «tener un padre con síndrome de Down ha tenido un impacto positivo en mis relaciones». «Tenemos una gran relación padre e hijo: él es mi amigo, mi hermano y mi padre». Además, «me quiere con locura y ve con enorme satisfacción que estudie una carrera. Me apoya incondicionalmente».
Sin embargo, lo que más enorgullece a Sader de su padre es que «aunque mucha gente pensaba que lo que estaba tratando de hacer era imposible, él no les prestó atención y trabajó duro para ganar dinero para su familia y para que yo pudiera ir a la universidad».
El joven termina el elogio a su padre destacando «lo puros y cariñosos» que son las personas con síndrome de Down, «pero también que tienen ambición, merecen una vida decente y no merecen ser abortados». Y concluye: «Creo que todas las personas de este mundo merecen ser amadas y apreciadas, incluidas las personas con discapacidad, ya que pueden lograr mucho más de lo que muchos suponen».