«Mi ombligo lo dejé en Burgos, pero mis huesos se quedarán en Honduras»
América sigue siendo el destino principal de los misioneros españoles. Según datos de OMP, el 70 % del total sirve allí. Es el caso de Ángel Garachana, que lleva casi 22 años de servicio en Honduras; primero como misionero, luego como obispo misionero y ahora como obispo misionero presidente de la Conferencia Episcopal. Desde entonces, sigue haciendo lo que siempre ha querido: «servir a los demás y sentir con el pueblo de Dios, sobre todo, con los que más sufren»
Cuando el misionero burgalés Ángel Garachana viajó por primera vez a Roma, se subió a una piedra desde la que veía toda la columnata de San Pedro y se preguntó qué hacía allí el hijo de Calixto y Joaquina. Hoy, muchos años después, la interpelación es parecida: qué hace el hijo de Barbadillo, su pueblo natal en Burgos, de presidente de la Conferencia Episcopal Hondureña. La respuesta la ofrece a Alfa y Omega durante un breve paso por España: «Seguir la voluntad de Dios. Lo he hecho desde que era niño; empecé como monaguillo, luego continué mi formación claretiana en el seminario menor y así hasta que me marché a la misión. Siempre he querido trabajar en la base, pero me han ido dando cargos: formador, provincial, obispo y ahora presidente de la Conferencia Episcopal. Sigo haciendo lo que siempre he querido, ser misionero, servir a los demás, sentir con el pueblos de Dios y, sobre todo, con los que más sufren».
Como Garachana son miles los misioneros de nuestro país que sirven en América; allí está casi el 70 % de los españoles repartidos por territorios de misión. Él, misionero claretiano, vive en San Pedro Sula, al noroeste del país y segunda ciudad más importante tras la capital Tegucigalpa. Allí empezó como misionero, luego obispo misionero y ahora misionero, obispo y presidente de la Conferencia Episcopal, circunstancia que no cambia su perspectiva. De hecho, cree que ser el presidente del episcopado no le otorga una mayor autoridad y tiene claro que su «responsabilidad directa y primera» está en su diócesis, que abandona en contadas ocasiones. «La presencia es muy importante», explica. Ahora, también es consciente de que tiene que estar más atento a la realidad hondureña en su conjunto y a sus problemas, y, en este sentido, cree que le Iglesia debe hablar más públicamente sobre la realidad social y eclesial del país. «Nuestro pueblo espera una palabra de sus obispos, una palabra que es acogida. Tendré que animar esta dimensión con la ayuda de sacerdotes y también de laicos que están preparados para ello».
La realidad en la que viven los hondureños y con ellos Ángel Garachana –son casi 22 años los que lleva allí– es la de la desigualdad y la pobreza. En los últimos años se han producido avances a nivel económico, aunque «insuficientes».
La violencia «es escalofriante»
También está el problema de la violencia, pues la ciudad de San Pedro Sula es una de las más violentas del planeta (unos años atrás, llegó a encabezar la lista). «Los índices de criminalidad son escalofriantes. El drama tiene dos aspectos: el atentado contra la vida humana y la extorsión social. Y a pesar de ello, la vida sigue; seguimos viviendo, trabajando, tratando de que la violencia no lleve a una parálisis del desarrollo», apunta.
Otro de los problemas es la corrupción política, que considera «algo generalizado» en todo el mundo y que apunta a «una pérdida de moral y ética de los responsables públicos, pérdida de democracia entendida como la búsqueda del bien común y a un deterioro del trabajo político como servicio al pueblo».
En este contexto, muy en línea con el Papa Francisco, la diócesis de San Pedro Sula trata de poner de manifiesto en medio de tanta violencia e injusticia a una Iglesia samaritana, «una Iglesia que está cerca de los heridos, que no cierra los ojos a la realidad, sino que se acerca e intenta ayudar».
Otra línea prioritaria es la familia, que es donde se aprenden los valores de la paz, la convivencia… «Cuando la familia aprende a convivir y cada miembro se siente acogido, construimos una sociedad más justa y más pacífica», concluye.
Con todo, en los últimos años, la Iglesia también tiene que hacer frente al auge de las corrientes evangélicas, propuestas que se parecen más a «grandes empresas religiosas» y en las que lo que cuenta es el dinero, según explica el obispo burgalés. Luego hay otras más asamblearias y populares que dependen exclusivamente del pastor. Algunas de ellas suelen ser muy agresivas contra la Iglesia católica e incluso retiran la palabra a los miembros de su familia católicos. «La propuesta que hace la Iglesia en este sentido es positiva. Nos implicamos cada vez más en la pastoral, anunciamos el Evangelio, formamos comunidades y seguimos en el camino de la caridad».
En el horizonte, concretamente en tres años, el prelado tendrá que presentar su renuncia al Papa. Si el Pontífice se la acepta pronto, vendrá a España para un año sabático, pero no se quedará aquí más tiempo. «No me hallo», confiesa a este semanario, y añade: «Mi ombligo lo dejé en Burgos, pero mis huesos se quedarán en Honduras».
Junto a Ángel Garachana, en Honduras trabaja el sacerdote burgalés Fernando Ibáñez, otrora secretario general de Cáritas Española. Ibáñez decidió irse a la misión tras el fallecimiento de sus padres. Se lo comentó a su obispo; eso y que quería irse a América. Allí conocía a Garachana, que estaba en Honduras. Le llamó y este respondió. Y ya son 15 años sirviendo a la Iglesia que peregrina en San Pedro Sula, donde además de encargarse de una parroquia hace las labores de ecónomo diocesano.