Mi madre, Serrat y yo no es ninguna novedad, lleva ya mucho tiempo representándose. Carlos de Matteis es el autor y director de este texto amable con el que se puede disfrutar mucho y, desde luego, emocionarse. Y pensar, de paso.
Lucía es una madre excéntrica y apasionada, una persona de esas que pueden a menudo cargarte por su intensidad vital, y, a la vez, alguien muy admirable por su optimismo y encanto, por la vida que derrama. A su lado, Penélope, es su encorsetada hija, ordenada, algo aguafiestas y que no es feliz. Hay también un padre al teléfono que está ahí, Fernández, siempre en un segundo plano. Y Serrat de fondo, sus canciones, las que marcaron –que marcan– tantas historias personales.
La trama es sencilla, pero no voy a desvelarla. Se trata de una larga conversación o encuentro, más bien una discusión o choque constante, entre madre e hija, dos personalidades totalmente opuestas como a veces pasa. Todo ello es un flahsback a trozos desde el presente donde la hija cuenta y canta.
Viendo la obra me acordé de aquel pequeño ensayo de Natalia Ginzburg, Las pequeñas virtudes, que habla sobre todo de las grandes: «Las grandes virtudes provienen de un instinto en el que la razón no habla, un instinto al que me resultaría difícil poner nombre. Y lo mejor de nosotros está en ese mudo instinto, y no en nuestro instinto que argumenta, sentencia, diserta, con la voz de la razón».
El texto de de Matteis tiene gracia, encanto y cercanía, humanidad y sencillez. Marina Skell, Lucía, la madre, está a sus anchas y muy divertida en el papel de vitalista arrasadora y que no deja hablar a nadie. Eso sí, generosa y alegre, virtudes éstas dos muy grandes. Marta Arteta -que sustituía a Verónica Polo en el papel de Penélope-, más allá de cantar maravillosamente –tiene una voz preciosa, Marta es actriz de musical y se nota-, transmite ese autocontrol en exceso que a veces es causa de muchos males. Es capaz de visibilizar a la hija tensionada y a la que luego realmente es, más relajada. Si hay que poner a la obra un pequeño pero, éste sería un pelín de sobreactuación en algunos momentos, como también algún exceso en el propio texto. Pueden hacer gracia, pero creo que no hace falta tanto.
Al final, el cantar limpio y claro, desde lo que ella es y no puede traicionarse, de Penélope-Marta Arteta y la insistencia de Marina Skell-Lucia –que es algo más que una mujer que no para– responden a ese amor por la vida, lo más importante que puede enseñar y transmitir una madre, un padre. Mi madre, Serrat y yo tiene una carga de profundidad tras su ligereza y oposición de caracteres madre e hija. Se pasa un rato genial, ríes, lloras y piensas. Es, en definitiva, recomendable.
★★★☆☆
Calle Ercilla, 29
Embajadores
9ª temporada. Hasta el 31 de octubre