Es la tercera vez que participo en un Sínodo. Los dos anteriores, dedicados a los jóvenes y a la Amazonia, fueron más parecidos entre sí aunque la participación de aborígenes en el segundo le dio un toque muy diferente del primero.
Eran otros momentos eclesiales e históricos también. Los años 2018 y 2019 tenían otros rasgos. Hemos pasado la pandemia y tenemos muy cerca las guerras. En esta edición del Sínodo, al ser facilitadora —es decir moderadora— he podido escuchar mucho ya que no podía intervenir, sino solo moderar el diálogo. He escuchado a una Iglesia viva, plena de sentido misionero, con una jerarquía que no solo vive en y con el pueblo, sino que se la juega en las fronteras de mayor riesgo siendo voz profética y valiente.
He escuchado asimismo resistencias a buscar caminos nuevos por miedo e inseguridad, invocando una excesiva prudencia que no deja avanzar al ritmo que los cambios en la sociedad van pidiendo. También desde el silencio he sido testigo del buen ambiente relacional que he percibido en los diferentes grupos: naturalidad, cercanía, trato de hermanos y hermanas sin títulos, llamándonos por el propio nombre y con una gran libertad de expresión.
Ha ayudado el método de la conversación en el Espíritu hecha de silencio, escucha profunda, oración, discernimiento. No ha sido fácil expresar los movimientos interiores porque, en general, prima la dimensión intelectual: las ideas, los discursos, los mandatos. Pero también he percibido cómo el grupo iba haciendo su proceso. Se han tratado los temas que están en la calle, en la vida. Pero no era un Sínodo para dar respuestas ni pronunciamientos. Su fruto es un documento de síntesis para seguir trabajando. Volverá a las Iglesias locales y seguiremos haciendo aportaciones siguiendo estos puntos: las convergencias, los temas que se deben abordar y las propuestas.
He palpado muy de cerca la realidad de la Iglesia, con muchas luces pero también no pocas sombras. Sin embargo, quiero seguir perteneciendo, poniendo la mirada y el corazón en Jesús y su Evangelio como centro de mi fe.