Tengo una abuela que tiene 105 años. En marzo cumplirá 106. Ya solo esta frase es una noticia irrepetible, una exaltación de la vida, una alegría contagiosa. No todo el mundo llega a superar los 100 años y menos aún vivir otros cinco, la edad de mi niña pequeña. Cinco años más de margen son muchas vivencias acumuladas, visitas de bisnietos, besos de sus hijos. Orgullosa de la hazaña de vida de Jerónima, y tirando de compañeros de profesión, en este último mes ha sido protagonista de una pieza de telediario, de un delicado reportaje de nuestros compañeros de Local de ABC y hasta de un vídeo promocional de la Comunidad de Madrid. Jerónima es una heroína que cuidó de sus hermanos, crio a sus hijos en medio del campo, bajó al río a lavar la ropa hasta hace escasos 30 años —eso lo vieron mis ojos—, fabricó su propio queso, vio morir injustamente a su hijo mediano aplastado en un accidente laboral y enterró a su marido. Mi abuela habla poco, oye cada vez menos y una rotura de cadera la dejó hace un año en una silla de ruedas. Pero en sus ojos azules en los que cabe el cielo sale una lágrima cada vez que mi niña la besa. Benditos años en esta tierra.