Mensajero de la esperanza - Alfa y Omega

Mensajero de la esperanza

«Le pedí que me perdonara por odiar a su Iglesia y por odiarle a él. Y me respondió: Mi inglés no es muy bueno, pero quiero que sepa que le entiendo, y que puedo comprender su dolor». Así lo contaba a la cadena de televisión CNN Olan Horne, una de las víctimas de los abusos por parte de sacerdotes pedófilos, que se encontraron y rezaron con el Papa en la capilla de la Nunciatura, en Washington…

Ricardo Benjumea
Benedicto XVI bendice a un niño y a su madre en la puerta de la iglesia de San José, de Nueva York.

Horne se considera un hombre de carácter más bien duro, nada fácil de convencer. No quiere hablar por el resto de las víctimas, pero, en lo que a él respecta, dice: «Mi esperanza ha quedado restaurada hoy». Poco antes del encuentro, había advertido: «No le saludaré con reverencia y no besaré su anillo…».

Quizá Horne esperara encontrarse únicamente con el cabeza de la Iglesia tratando de resolver una grave crisis institucional… Sólo un hombre. Hubiera sido demasiado poco. Pero Benedicto XVI no fue a Estados Unidos a anunciarse a sí mismo, ni pretendía tampoco tener respuestas para todo. El lema de la visita aclaraba cualquier duda: Cristo, nuestra esperanza. «Abrumados por la magnitud de esta tragedia, buscamos Tu luz y Tu guía cuando nos enfrentamos con hechos tan terribles como éste», rezaba en el vacío dejado por el World Trade Center, el lugar donde se cometió el mayor atentado de la Historia… Una vez más, resplandecía la humildad de quien sólo quiere ser cooperador de la verdad. Ésa es precisamente la gran noticia: un hombre trae el mensaje, pero él mismo sólo es un mensajero de Alguien infinitamente superior. Así se explica lo que siguió: El Papa abandonó la Zona Cero, pero varias personas continuaron allí, rezando. El bombero Thomas Riches, uno de los 24 hombres y mujeres que se encontraron allí con el Santo Padre, declaró a los medios que le pedían una palabra: «Este sitio se ha convertido ahora en un lugar real de reverencia». Y Rose Mazza, una profesora jubilada de 78 años, que perdió a su hija, policía, el 11 de septiembre de 2001, confesó: «Me siento ahora mismo más en paz que nunca».

Un niño espera ver pasar al Papa, en la Quinta Avenida de Nueva York.

El mismo día de aquella visita, el diario USA Today ofrecía una muestra de las respuestas tan diferentes frente a la fe que había propiciado el 11S. En el caso de Gila Barzvi, la terrible prueba parece repetirse una generación tras otra. Sus padres sobrevivieron a Auschwitz, pero no así su fe, que murió en aquel campo de exterminio nazi. Más de medio siglo más tarde, su propia fe pereció el día de los atentados de las torres gemelas, en los que murió su hijo… Aunque, bien mirado, Gila no está muy segura de haber creído nunca, «pero la fe que pudiera quedarme —aclara—, la perdí cuando se llevaron a mi hijo». Su marido, ateo militante, murió hace tres años, en parte —sospecha Gila— por el inmenso dolor que le produjo todo aquello y que fue incapaz de superar.

La experiencia de Jennifer Sands es justo la contraria: mientras asumía poco a poco que ya no vería regresar a su marido, descubrió que su ira no era «contra los terroristas», sino contra Dios, en quien creía no creer. Y se convirtió. Aún le esperaba otra dura prueba: un cáncer de pecho. Cuando se lo dijeron, pensó: «Dios no va a permitir que me ocurriera algo más, ¿verdad?». Se contestó ella misma: «Bueno, pues parece que sí, pero sé que tiene un plan para mí»… Su esperanza estaba ya construida sobre roca firme, y nadie se la podía quitar ya.

Un nuevo comienzo

Abundantes testimonios e historias similares ha conocido, estos días, la sociedad norteamericana. Pero ha habido muchos más, la mayoría, situaciones y vivencias absolutamente corrientes: la familia que ha atravesado el país, de dimensiones continentales, para poder ver al Papa; el inmigrante, feliz por sentirse acogido en la Iglesia; aquellos antiguos jóvenes de la Jornada Mundial de la Juventud de Dénver, en 1993, hoy ya hombres y mujeres casados, y alguno también ordenado sacerdote, que sólo habían conocido como Papa a Juan Pablo II…

Algo muy especial ha ocurrido en Estados Unidos, y todos han sido testigos. La Iglesia, su Iglesia, la de Cristo, vuelve a mirar con esperanza al futuro, tras años de enormes dificultades. «Mediante el poder invencible de la gracia de Cristo, confiado a frágiles ministros humanos —decía el Papa en una multitudinaria misa, celebrada en el Nationals Stadium, de Washington—, la Iglesia renace continuamente y se nos da a cada uno de nosotros la esperanza de un nuevo comienzo. Confiemos en el poder del Espíritu de inspirar conversión, curar cada herida, superar toda división y suscitar vida y libertades nuevas».