Mensaje para el Domund: la misión nos lleva «del yo encerrado» al «don de mí mismo»
El Papa Francisco hizo público el domingo su mensaje para una Jornada Mundial de las Misiones marcada por la pandemia. Se trata de «una oportunidad para compartir, servir e interceder», y para acercarnos a las necesidades de los demás. Por ejemplo, a la vivencia de tantas comunidades que no pueden vivir la Eucaristía cada domingo… y no por el confinamiento
En el contexto de la pandemia de COVID-19 se renueva una llamada que interpela a la Iglesia y a la humanidad y «viene del corazón de Dios, de su misericordia»: «¿A quién enviaré?». Esta pregunta del Señor, recogida en el mensaje del Papa para la Jornada Mundial de las Misiones, suscita la respuesta de Isaías, que se ha elegido como lema para ese día: Aquí estoy, envíame.
«Estamos realmente asustados, desorientados y atemorizados», reconoce Francisco en su mensaje, hecho público el domingo. Esta situación nos ha hecho experimentar nuestra fragilidad, pero al mismo tiempo «todos somos conscientes de que compartimos un fuerte deseo de vida y de liberación del mal».
La invitación a la misión, a salir hacia los demás, «se presenta como una oportunidad para compartir, servir e interceder». Y «nos hace pasar del yo temeroso y encerrado al yo reencontrado y renovado por el don de sí mismo», subraya el Santo Padre.
Sin Misa… como tantas comunidades
En este tiempo, continúa, otro desafío para la Iglesia es «comprender lo que Dios nos está diciendo» en medio de la pandemia. «La enfermedad, el sufrimiento, el miedo, el aislamiento nos interpelan. Nos cuestiona la pobreza de los que mueren solos, de los desahuciados, de los que pierden sus empleos y salarios, de los que no tienen hogar ni comida».
La obligación de mantener la distancia física debe ayudarnos a redescubrir que «necesitamos relaciones sociales, y también la relación comunitaria con Dios». Por ello, no debemos caer en la tentación de «aumentar la desconfianza y la indiferencia» sino, más bien al contrario, estar «más atentos a nuestra forma de relacionarnos con los demás».
De igual forma, la oración sobre lo vivido estos días debe abrirnos más a otras necesidades de nuestros hermanos. Por ejemplo, apunta el Papa, «la imposibilidad de reunirnos como Iglesia para celebrar la Eucaristía nos ha hecho compartir la condición de muchas comunidades cristianas que no pueden celebrar la Misa cada domingo». Una situación, como otras muchas, en las que la llamada de Dios «se renueva y espera nuestra respuesta generosa y convencida».
Estar vivos es la primera llamada
En su mensaje, el Pontífice agradece la «dedicación» con la que se vivió el Mes Misionero Extraordinario el pasado octubre; y se muestra «seguro de que contribuyó a estimular la conversión misionera de muchas comunidades». Eso sí, recuerda que «la misión no es un programa, una intención que se logra mediante un esfuerzo de voluntad. Es Cristo quien saca a la Iglesia de sí misma».
La llamada a la misión se basa por un lado en la conciencia de que toda persona «tiene una dignidad humana fundada en la llamada divina a ser hijos de Dios, para convertirse por medio del sacramento del bautismo y por la libertad de la fe en lo que son desde siempre en el corazón de Dios».
Al mismo tiempo, sabemos que hemos recibido la vida «gratuitamente», y eso debe hacernos entrar en una dinámica de entrega de nosotros mismos. «La vida humana nace del amor de Dios, crece en el amor y tiende hacia el amor». Una tendencia en la que «el mal, incluso el pecado, se convierte en un desafío para amar y amar cada vez más».
Continuando la misión de Jesús en la historia, «la Iglesia nos envía por doquier para que, a través de nuestro testimonio de fe y el anuncio del Evangelio, Dios siga manifestando su amor y pueda tocar y transformar corazones, mentes, cuerpos, sociedades y culturas».
Además de las acciones directas de evangelización, la Jornada Mundial de las Misiones nos recuerda, concluye Francisco, que también podemos «participar activamente en la misión» mediante la oración, la reflexión y la ayuda material. Pero esta vocación, tanto a unas formas de implicación misionera como a otras, «solo podemos percibirla cuando vivimos una relación personal de amor con Jesús vivo en su Iglesia». Y por ello pregunta: «¿Estamos dispuestos?».