¡Mellor... crua, por favor! - Alfa y Omega

El famoso antropólogo Lévi-Strauss representó en un triángulo culinario diferentes estadios evolutivos en la cultura de una comunidad relacionándolo con el uso de la carne para alimentarse (crudo, cocido, podrido). Con esta simple metáfora se pueden narrar los procesos culturales en una sociedad. Más que nunca se están visibilizando las distintas violencias ejercidas contra las mujeres. Unas más que otras, pero, en cualquier caso, están siendo problematizadas y eso es sintomatológico de que se está cociendo un proceso social: se quiere entender, se quiere poder dar una explicación y, en el mejor de los casos, se quiere ir a la raíz.

En este sentido, se ha avanzado al intentar no poner el foco en la mujer-víctima; en que la responsabilidad del daño ocasionado por el victimario ya no se cuestiona –no olvidemos las coartadas justificativas que no hace mucho exculpaban al asesino / maltratador– y en que la inicial incomprensión del proceso de desestructuración de la autoestima en la mujer, previo a la situación de violencia, ya se conoce como necesaria para hacerla sostenible en el tiempo (y por eso es tan difícil romper la relación).

Es curioso que este mismo proceso no lo apliquemos a otra situación de violencia de género que sigue los mismos pasos: la prostitución. Si en cualquier interacción humana íntima, incluso la no directamente sexual, intervienen elementos de reciprocidad y corresponsabilidad ética, ¿qué nos pasa con este tema? ¿Por qué los mayoritariamente varones compran sexo? Un comprador me respondió en una ocasión: «Porque podemos», y tiene razón. No hay nada que se lo impida, ni siquiera el repudio social. ¿Cómo es posible mantener una relación sexual con alguien que sabes que no te desea? Pues porque el deseo de la mujer, en cualquier escenario, no ha importado mucho nunca. ¿Por qué iba a hacerlo aquí, si además se lleva 20 euros? Con la prostitución seguimos en un estadio de inmanencia perpetua o, como diría Lévi-Strauss, está cruda socialmente y, por lo tanto, circunscrita al ámbito de la naturaleza: fuera de nuestra voluntad y considerada irremediable. Por eso la sociedad provee sin acritud y todo el mundo entiende a un putero cuando dice que quiere pagar por «carne fresca» o como he escuchado en la cidade baixa de Salvador de Bahía: «¡Mellor… crua, por favor!».

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