«Me vendían de un grupo a otro como una “perra de iglesia”» - Alfa y Omega

«Me vendían de un grupo a otro como una “perra de iglesia”»

Cinco meses después de ser liberada, la religiosa colombiana Gloria Cecilia Narváez comparte en España su cautiverio en manos de grupos islamistas

María Martínez López
Gloria Cecilia Narváez en la casa de su congregación en Pasto (Colombia). Foto: ACN.

Silencio y oración. Desde su liberación el 9 de octubre y su llegada a su Colombia natal el 16 de noviembre, Gloria Cecilia Narváez, de las Hermanas Franciscanas de María Inmaculada, se ha dedicado sobre todo a «la sanación del alma». Una de sus tareas ha sido escribir las vivencias de los cuatro años, ocho meses y dos días que pasó en manos de islamistas en el desierto de Malí. «Aprovechaba las horas de la madrugada para ir a contarlas delante del Santísimo, y me ha ayudado mucho», relata a Alfa y Omega.

Es consciente de que necesitará más tiempo para superar algunas cosas. Hay ruidos que aún la sobresaltan, porque le recuerdan a las bombas y las metralletas de los grupos yihadistas cuando luchaban entre ellos o a las impresionantes tormentas eléctricas del desierto. También le dura el miedo a serpientes y alacranes. A pesar de todo, ya se ha puesto a disposición de su superiora, «pues Dios me ha dado la vida y la oportunidad de continuar mi misión».

No podrá volver a Karangasso. Tras su secuestro, se cerró la misión. Fue «durísimo» para todos. Pero también «edificante» comprobar cómo «la semilla quedó plantada: las mujeres formaron una cooperativa y abrieron carreteras», aplaude. Continúan los microcréditos, la educación de los niños y los graneros comunitarios. Eso sí, aunque en la zona son mayoritarias la religión tradicional y el islam, y los católicos apenas llegan al 2 %, «dicen que van a reservar nuestra casita por si podemos volver».

No le importaría volver a África. Ni quedarse en Hispanoamérica. De momento, esta semana está en España para participar en la Noche de los Testigos de Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN) en Madrid, y en un encuentro en Barcelona. «En un mundo tan lleno de desesperanza», quiere «dar testimonio de que Dios jamás nos abandona».

Es más, reconoce, en su periplo hubo momentos de alabanza a Dios. Sobre todo, contemplando la naturaleza: «El sol como una bola de fuego, las noches estrelladas (nunca había visto estrellas fugaces así); un pajarito o una flor, los camellos siempre en manada, o la misma agua». También le alegró poder servir a la cooperante francesa Sophie Petronin, secuestrada con ella y mayor.

Pero ni siquiera en los momentos más duros pensó «Dios se ha olvidado de mí». Ni los primeros días, cuando después de ofrecerse para salvar a sus compañeras la llevaron al desierto «con cadenas y un artefacto explosivo en el cuello». Ni en el último año, el más duro. Tras la liberación de Petronin en octubre de 2020, la trataban. «Por la noche se drogaban, daban vueltas alrededor de mi tienda» y gritaban «violémosla, matémosla». Por esa misma época, en medio de múltiples traslados por el desierto, «me di cuenta de que me empezaron a vender de un grupo a otro. Se decían: “¿Cuánto me das por este perro de iglesia?”».

A diferencia de su antigua compañera, que se hizo musulmana y recibió un mejor trato, Narváez siempre respondía a las coacciones con un «no, yo soy católica y religiosa, mi fe es en Dios Padre, en Jesucristo, y no me voy a convertir así me quiten la vida». Un día incluso se encaró con un jefe para que reprendiera a sus hombres, que «insultaban el nombre de Dios con palabras muy groseras».

Ángeles

En medio de las amenazas y los insultos, la religiosa también encontró «ángeles». Como el joven de tez morena que la defendió porque «ella no es mala». O el que cada noche le lanzaba un pedazo extra de pan. Pero, sobre todo, el árabe que un día le dijo «es mejor que te escapes, estos te van a matar». Fue el primero de sus cinco intentos fracasados de huir, seguidos de brutales palizas. Un tiempo después, volvió a encontrárselo. «Gloria, ¿qué haces aquí?». «Me están vendiendo de un grupo a otro», respondió ella. Se marchó, «y esa noche llegó con un carro y me dijo que me subiera». Ella no lo sabía aún, pero estaba cerca la libertad.

Desde entonces, no ha dejado de ver los frutos de su sufrimiento ofrecido. Comenta admirada cómo «el rector del seminario de Malí me dijo en una carta que los católicos del país se habían unido con más fuerza y la fe se había acrecentado». También la conmovió «el testimonio de un señor musulmán que me dijo que oraba mucho por mi libertad».

Ahora, en sus oraciones, ocupan un lugar especial quienes siguen secuestrados, y también sus captores. «Vi muchos jóvenes», algo que atribuye a «la falta de educación, de trabajo y de buenas condiciones de vida» en el país. «Si el Gobierno y las demás potencias los ayudaran, sería grandioso».

En el mismo sentido, pide más diálogo y menos intentos de combatirlos con las armas. «Vivimos momentos muy tensos cuando el Ejército tenían a los grupos casi cercados y ellos pasaban la noche apuntándonos con las escopetas», relata. Sabían que dispararían si los militares se acercaban. «Y también temía por ellos». No quería que los mataran, «sino que Dios les diera la gracia de convertirse y tener un corazón pacífico».

Un jefe no puede ser cristiano

En Pakistán, a muchos les resulta inaceptable que los cristianos, perseguidos y despreciados, tengan éxito. Así les ocurrió a David y Marta. Después de 20 años en la misma empresa, David llegó a tener bajo sus órdenes a 70 empleados, todos musulmanes. «Algunos tenían envidia y me dijeron que si quería seguir trabajando con tranquilidad me tenía que hacer musulmán». Al mismo tiempo a Marta, que trabajaba en una ONG de ayuda a víctimas de violencia doméstica, la amenazaron con acusarla de forzarlas a convertirse. Al riesgo de perder sus trabajos se sumó un ataque mientras iban en coche. «Sacaron una pistola y nos dijeron que asumiéramos las consecuencias si no hacíamos lo que decían».

Los siguientes tres meses los pasaron encerrados en casa y «aterrorizados», narran. Decidieron dejar su país. Lograron un visado para España, y aseguran que «el Espíritu Santo nos trajo aquí». Después de ser rechazados como solicitantes de asilo, aún luchan por regularizar su situación. «La Iglesia nos ha acogido muy bien y nuestra parroquia nos ayuda».

Testimonios como el suyo demuestran que «los cristianos perseguidos son realmente la élite de la Iglesia», aseguró Javier Menéndez Ros, director de ACN España, al presentar la Noche de los Testigos en rueda de prensa. «Nos demuestran qué es ser cristiano de verdad, que la fe no es un traje de quita y pon, sino que ser fiel a tu fe en Jesús en los momentos difíciles te da una fuerza y una esperanza especial».