«Me llamo Carla, tengo 21 años y ejerzo la prostitución. Estoy en la calle y nadie me ve»
Este viernes, 17 de febrero, el grupo eclesial contra la Trata de Personas, de la diócesis de Orihuela-Alicante, integrado por integrado por religiosas Oblatas, Adoratrices, Cáritas y el Secretariado de Migraciones-ASTI, celebra una vigilia de oración en la parroquia de San Pedro, de San Juan (Alicante)
«Hola, me hago llamar Carla, tengo 21 años y ejerzo la prostitución en una de las calles de Alicante. Yo estoy ahí, en la calle, muchos pasan delante y no me ven, van de compras o al cine; y miran, pero no me ven». Así comienza su relato una joven nigeriana que, abrazada al sueño de una vida mejor, abandonó su tierra con 17 años para embarcarse –lejos de su ansiado deseo– en la aventura más dolorosa de toda su vida.
Su testimonio, que desnuda la indignidad de una población que, demasiadas veces, se ha hecho inmune al dolor y al sufrimiento, se suma a la petición del grupo eclesial contra la trata de personas que, en Alicante y siguiendo la estela del Papa Francisco, se ha comprometido en la lucha contra esta lacra. Pablo Domínguez Vaquerizo, del equipo de Sensibilización, Difusión y Análisis Migratorio del Secretariado Diocesano de Migración de Alicante, reconoce que el grupo eclesial –que surgió hace dos años– «nació ante la sensibilidad de varias personas que, inmersas en ese mundo y conscientes de que esta realidad existía y era invisible, decidieron lanzarse».
En Alicante, continúa, «veíamos que, para poder intervenir y favorecer una mejor intervención en posibles casos que se estén dando aquí, era necesario contactar también con Cruz Roja, la Consiliaria de Bienestar Social, ayuntamientos, asociaciones que acompañan a mujeres en situaciones de vulnerabilidad, Médicos del Mundo, Policía Nacional…». Un grupo que, después, junto a las instituciones religiosas, constituiría la Mesa de Alicante Trata Cero.
Mesa de Alicante Trata Cero
Con esta Mesa, se fue trabajando en dos niveles: para mejorar la coordinación en situaciones de trata entre las diferentes entidades y para hacer un trabajo de sensibilización con talleres en algunos centros de enseñanza. De esta manera, confiesa Pablo, «el grupo eclesial inicia su marcha para sensibilizar a nivel interno, pero también coordinándonos con otras entidades». Con la vigilia de hoy, descubre, «queremos revelar que Dios no se olvida de ninguna de estas víctimas y de este problema que atenta contra la dignidad». Estas personas «tienen la misma dignidad que cualquier otra porque, en definitiva, son hijas de Dios».
El lema Enciende la luz contra la trata con fines de explotación sexual, elegido a nivel nacional para trabajar con él, «da mucho juego en clave de oración –reconoce Domínguez– por poder, gestualmente, encender esa luz de esperanza, para alumbrar con nuestra fe esta realidad y, desde ahí, hacerla más visible para nuestra sociedad».
«Gracias a la Iglesia, hoy estoy liberada»
Carla es la segunda de muchos hermanos. En su testimonio, grabado a fuego en sus entrañas, pueden leerse, a medida que cuenta su historia, cada una de sus grietas: «Cuando mi padre murió, me tuve que hacer cargo de mis hermanos. En Nigeria hay mucha pobreza y, por eso, cuando tenía 17 años y me hablaron de poder viajar a Europa, me pareció un sueño porque podía ayudar a mis hermanos». No me importaba viajar, continúa, «pero al llegar a la costa de Almería, me quitaron mi pasaporte y me obligaron a ejercer la prostitución». Cuenta que, después, le llevaron a otras ciudades y, de nuevo, le obligaron a prostituirse una y otra vez. «En cada ciudad nadie me conocía y, por tanto, no podía huir; me decían que tenía que pagarles el billete, la comida y no sé qué más…». En definitiva, subraya la joven, «tenía una deuda de 45.000 euros, con la condición de que, si me escapaba, matarían a mis hermanos. ¡Era una mujer esclava!».
Sin embargo, gracias a instituciones como el grupo eclesial contra la Trata de Personas, su vida cambió. «Hoy –reconoce–, gracias a instituciones de la Iglesia, que me acogieron y me ayudaron psicológicamente, puedo contaros mi historia y puedo recuperar mis sueños». Finalmente, Carla, dejando caer una sonrisa revestida de paz, enormemente agradecida, quiere demostrar al mundo que es posible volver a recobrar la esperanza. Y por ello grita, aunque la voz se le quiebre y, a veces, le queme el corazón: «¡Por fin estoy liberada!».