«Me da pena que esta colonia se acabe»
Cerca de 800 menores disfrutan estos días de campamentos urbanos gracias a Cáritas Diocesana de Madrid. Una oferta de «ocio saludable» en verano para los niños que atienden durante el año
Cada mañana desde hace casi tres semanas, 45 niños y adolescentes de entre 3 y 16 años cruzan las puertas del colegio público San Juan Bosco, en La Elipa, para disfrutar de su colonia urbana, una de las 19 que Cáritas Diocesana de Madrid está llevando a cabo este año. «Me va a dar pena que se acabe», dice Chantal, de 13 años, pensando en este viernes, 16 de julio, fecha prevista de finalización. No es de extrañar teniendo en cuenta que ha conocido a nuevas personas, que su monitora de este año, Noelia, «ha sido la mejor», que han jugado a muchas cosas, como a los rastreadores que están a punto de comenzar cuando la vemos, y que han hecho excursiones a la piscina del barrio –dos veces por semana–, a Cercedilla, al Parque Warner y al huerto urbano de la asociación de vecinos del barrio.
«Se trata de ofrecerles un ocio saludable y una manera de fomentar los buenos valores», señala Ricardo Rubio (26 años), el coordinador de la colonia. Para ello, tampoco hace falta «comerse mucho el coco», a veces un partido de fútbol «ya es suficiente», explica, aunque lo cierto es que la colonia la tienen trabajada. Hay dos monitores por grupo –que es de diez niños–, todos con el título de monitor de tiempo libre, que arrancan la jornada a las 8:00 horas para organizar el material y las actividades. Los pequeños llegan media hora más tarde, se les hace el control sanitario (termómetro, gel hidroalcohólico y cambio de mascarilla) y comienzan sus actividades. Unas, dentro de las aulas y otras, en el exterior porque «el espacio da mucho juego». Después, la comida, servida por Carifood –empresa de catering de inserción sociolaboral de Cáritas–, y a las 15:30 horas, vuelta a casa.
El aprendizaje, la clave
Los niños son básicamente los que se atienden durante el año en los centros educacionales del menor de Cáritas, que surgieron para responder a las necesidades de los conocidos como niños de la llave, los que se quedaban solos por las tardes. Durante el curso, tienen un espacio protegido con atención, apoyo escolar, merienda e introducción en hábitos saludables y de higiene, entre otros, que completan en vacaciones (Navidad, Semana Santa y verano) con las colonias y los campamentos urbanos; de estos últimos, con pernocta en albergues, se están desarrollando cuatro. Como explica Ricardo, el objetivo de las colonias es réplica del de los centros, esto es, que «las actividades tengan un factor de aprendizaje: el trabajo en equipo, la colaboración, la tolerancia a la frustración, el servicio, el respeto». Y pone como ejemplo la tarea de ayudante de comedor, que cada día desarrollan dos niños en turnos rotativos, para poner las mesas y servir las comidas. O el de la ayuda de unos y otros en la actividad de pulseras de lana, esa en la que Mohamed –«con h, no con j», puntualiza–, sirio de 10 años, ha hecho unas cuantas de todos los modelos para su madre, que muestra con orgullo.
Para las colonias de este año, Cáritas cuenta con voluntarios propios y también con un grupo de 15 chicos de la Delegación Episcopal de Jóvenes. Unos voluntarios que, en la recta final del campa, como lo llaman todos en La Elipa, hacen balance. Para Verónica, de 20 años, la experiencia ha sido «muy guay; podría estar tres semanas más». Y Bryan, de 19, solo ha intentado ver «qué puedo aportarles para que se lo pasen bien». «Los últimos días son muy especiales –apunta Ricardo–, porque hay muchos abrazos, dicen que quieren volver… Ves que se hacen amigos, y eso mola mucho». Lo de los abrazos lo tienen muy integrado. Pablito, que tiene 4 años aunque nos lo chiva su hermana Leticia porque él «no lo sabo», se despide de nosotros con uno, acompañado de un expresivo «te quiero mucho». Y unos cuantos de su grupo, por imitación, se arremolinan también. Pura ternura veraniega.