«Me alegra mucho haber estado con una familia»
El curso pasado Juan, de 10 años, salió de la residencia en la que vive para pasar unos meses en casa de Raúl y Patricia. «Con ellos tenía toda la atención de mundo para mí», y le ha ayudado mucho
Juan tiene 10 años, y vive en una residencia para niños en Madrid porque su madre, aunque lo quiere, no puede cuidar de él. Solo en esta comunidad hay 1.600 chicos más en su situación. Pero el curso pasado fue diferente, porque Juan y otros 17 chicos pasaron unos meses con familias de acogida gracias a un programa nuevo llamado SOS COVID. La idea era ayudarlos después de lo mal que lo pasaron durante lo peor de la pandemia: sin su familia en momentos tan duros como el confinamiento, y con muchas de las actividades paradas porque las hacen voluntarios. El resultado ha sido tan bueno que el programa continúa con el nombre Un curso en familia.
«Yo estuve con Patricia y Raúl», nos cuenta Juan. Solo volvía a la residencia una vez a la semana, porque «tenía visita con mi madre». Aunque todos estaban ilusionados, acostumbrarse unos a otros no fue fácil. Pero en pocos días, para los mayores «era como si Juan llevara aquí toda la vida». Al chico le costó más porque «es una casa nueva, y tenían costumbres diferentes». Por ejemplo, nos cuenta Patricia, quizá «pensaba que iba a comer pizza y hamburguesas siempre», porque en la residencia no lo hacían. Y no le gustó ver que «nosotros comemos sano, que hay que comer verdura y pescado; y que hay pizzas y pelis con palomitas, pero en días especiales».
A veces, se quejaba de que «le decíamos lo mismo que los educadores», añade Raúl. Pero le explicaban que era diferente, porque en una familia «tú participas, estás involucrado». Por ejemplo, «lo que en la residencia se hace porque toca, aquí se hace porque es bueno y para colaborar». Uno cocina para todos, y otro pone la mesa o recoge para todos. «No solo se preocupa de su plato».
A Juan también le sorprendió que en la familia de Patricia y Raúl «se bendice la mesa y se reza antes de dormir»; pero rápido le cogió el gusto. Otra cosa buena es que «tenía un cuarto para mí solo». Como iba a estar con ellos unos meses solamente, siguió yendo al mismo colegio. La diferencia estaba al llegar a casa, porque «con ellos tenía toda la atención del mundo para mí». Así, es más fácil hacer las tareas. Y todo. «Empecé a ir a fútbol, y también salíamos» al parque.
Es hora de volver
Poco a poco se veía cómo todas estas novedades, y sobre todo la seguridad que le daban Patricia y Raúl, ayudaban a Juan. «Cada vez era más fácil para él relacionarse con otros niños», algo que al principio le costaba, explica Patricia. «Un día incluso llamó uno a uno a un montón de niños en el parque para organizar un gran partido de fútbol con su balón». También en el colegio le iba mejor. Y, gracias a Juan, los mayores han crecido por dentro «en hospitalidad y en generosidad; hemos aprendido a complementarnos y hemos descubierto cosas nuevas el uno del otro».
Pero llegó junio y Juan tenía que volver a la residencia. «Me dio pena porque ya me había acostumbrado a ellos, y es como si te quitaran una cosa muy valiosa». Pero han seguido y van a seguir en contacto, y «me siento muy alegre». Con esta experiencia tan buena, tanto él como los responsables de la residencia han comprobado que se puede adaptar bien a una familia y que es bueno para el niño. Por eso, van a intentar que Juan se vaya a vivir con otra familia, esta vez de forma definitiva. «Él tiene un camino que recorrer», subraya Patricia, «pero sabe que siempre va a tener un hueco en nuestro corazón y en nuestra casa».
Un momento bastante difícil de los meses que Juan ha pasado con Patricia y Raúl fue cuando ella estuvo enferma con la COVID-19. «Aunque al principio pasamos un poco de angustia, nunca nos planteamos dejarlo» y pedir que Juan volviera a la residencia «no era una opción», dice muy seguro Raúl. «Habíamos visto que era algo bueno para nosotros», y por eso intentaron seguir adelante hasta el final. Y eso que él tuvo que llevar todo el peso de la familia, porque al principio Patricia estaba ingresada y luego se encontraba tan débil que no podía hacer nada.
Gracias a Dios, nunca les faltó ayuda. La directora de la residencia de Juan les llamaba mucho para ver si necesitaban algo. Además, desde el principio de tener a Juan habían querido que en esta experiencia de acogida participaran el resto de la familia y sus amigos. Y, ahora, que les hacía falta, siempre hubo alguien para echarles una mano. Alguien les hacía la compra, dos amigas iban a su casa todas las semanas para cocinar y limpiar, otros pasaban la tarde con Juan y le ayudaban con los deberes, «nos llamaba un amigo para decirnos que había hecho canelones y que nos iba a traer»… «Hemos podido seguir porque teníamos una tribu de gente que nos ha ayudado», cuenta ella, muy agradecida.