Matar la joie de vivre
El paseo de los Ingleses en Niza se convirtió en cuestión de segundos en un auténtico cementerio. Un nuevo atentado terrorista golpeó a Francia en el día del año que celebra ser el país de la libertad, la igualdad y la fraternidad. ¿Pero son reales estos principios? La cuerda se tensa en un país que comienza a vivir estas matanzas entre la creciente indignación y una preocupante amenaza de ruptura social
«Es duro porque es una película que se repite en bucle una y otra vez». Esta es la terrible impresión de Dahlia Tharwat en el mismo paseo de los Ingleses donde ha vuelto para intentar comprender lo incomprensible. Puede decir que el jueves 14 de julio volvió a nacer. También podría haberlo dicho el 13 de noviembre de 2015 –día del ataque a la sala Bataclan–, porque es parisina. Este verano, la mala suerte ha hecho que sus vacaciones en Niza se tornen en pesadilla. Cuando nos encontramos está terminando de rezar frente a uno de los muchos homenajes con flores y velas que hay a lo largo de dos kilómetros. En cada uno de esos puntos, perdió la vida una, dos o más personas. Reza con las manos abiertas, pero no al Dios de Jacob sino a Alá. «Soy musulmana, nacida en Francia y de origen egipcio. Vivo en Francia, trabajo en Francia y la noche del atentado yo estaba aquí. Después fui al hospital para ayudar en lo que pude a los heridos y eran personas de todas las confesiones», responde con contundencia a la pregunta de si en la raíz de estos ataques está la integración artificial de las comunidades musulmanas en el país galo. Nadie piensa en las respuestas hasta que no se plantean las preguntas y este atentado vuelve a cuestionar de forma incómoda a Francia sobre la consistencia real de su tejido social. Antes de despedirnos Dahlia insiste: «Yo practico mi religión y te puedo asegurar que esto no es el islam. No hay ninguna religión en el mundo que apruebe esta barbarie».
El espléndido sol de domingo en Niza no hace sino abrasar la herida que el atentado ha abierto en la ciudad, símbolo de la joie de vivre de Francia. Es el segundo destino más turístico del país tras París. Por eso desconcierta aún más este baile entre la vida y la muerte que se escenifica en el paseo de los Ingleses: unos disfrutan de la playa y otros viven el luto. Pero el límite entre la alegría y el llanto se desdibuja estos días aquí porque muchos, después del baño en el mar, rompen en lágrimas en cuanto se acercan al paseo para volver a sus hoteles.
La calle entera es una suerte de vía crucis con decenas de estaciones en las que detenerse para orar y expresar una extraña mezcla de sentimientos que pivotan entre el dolor, la rabia, la tristeza profunda y la incredulidad. El jueves por la noche, el franco-tunecino de 31 años Mohamed Lahouaiej Bouhlel mató con un camión de 19 toneladas a 84 personas e hirió a más de 200. Emigrado cuando tenía 20, las autoridades francesas aseguran que se radicalizó rápido. Premeditó y estudió el ataque. Condujo el camión asesino por el paseo durante los dos días previos. De hecho, cuando perpetró la masacre, no destruyó ni una estructura del mobiliario urbano. Tenía calculado cómo seguir avanzando con el camión a la par que mataba a personas inocentes sin que una sola palmera, un banco, la mediana o cualquier otro elemento le detuviera.
Una Niza con guetos y radaicales
Ramzi me pide que le tome una foto en un punto muy concreto del paseo y que, por favor, procure que se vea uno de estos altares improvisados. Me molesto un poco con él pensando en la frivolidad de la instantánea. Pronto me trago mis propios pensamientos. Me explica que en ese punto exacto se encontraba con toda su familia. Es de origen tunecino, como el asesino. También de vacaciones en Niza, no deja de repetirnos que «ha salvado la vida por dos minutos». Los dos minutos antes en los que su esposa le pidió retirarse hacia las vallas del paseo más cercanas al mar para apoyarse, porque estaba cansada de estar de pie. «Yo también soy musulmán y esto no es el islam. Yo estaba aquí y vi que también mató a musulmanes». Ni siquiera ha revisado que la foto esté bien hecha. Quería venir al paseo para reconstruir lo que pasó esa noche y quizá hablar con alguien… Y nos eligió a nosotros.
Patricia, colombiana, también quiere entender in situ lo que sucedió el jueves. Cuando llegamos, intenta orientarse y, a plena luz del día, revive la tragedia: «Quería venir aquí para entenderlo. Para comprender cómo escapé». Dice que tuvo cerca el camión, pero que solo recuerda sus enormes ruedas y a decenas de personas bajo ellas. También nos confiesa que tuvo una intuición, que no le gustó la situación y que optó por salir rápido de la marea humana. Eso le salvó la vida. «Creo que hubo una irresponsabilidad por parte de las autoridades por permitir semejante aglomeración sin la suficiente seguridad», afirma. Y no es la única persona de la misma opinión. Niza es la ciudad con más cámaras de vigilancia de toda Francia y aún con todo ha sufrido el zarpazo del horror. Carlos Domínguez, francés de padres salmantinos, dice que ni toda la policía del mundo hubiera podido con «un loco con un camión de 19 toneladas».
El debate sobre la seguridad está también servido. El Gobierno ha llamado a 10.000 reservistas y reforzará la vigilancia pero es imposible encontrar una aguja en un pajar… Aunque en Francia hay muchas y pinchan con afinada puntería. Carlos afirma sin paños calientes que en Niza hay barrios donde ni entra la Policía y que es una ciudad muy radicalizada: «Muchos han ido a Siria y han vuelto, y otros siguen allí». Explica que reconoce los mismos patrones que en París, desde donde se trasladó hace dos años a Niza escapando de la crispación social y del ambiente viciado. Pide mano dura ante cualquier mínima sospecha, porque desconfía abiertamente de sus convecinos musulmanes. Sophie Peron habla también de una Niza con guetos y con radicales islámicos y sentencia: «Desgraciadamente, el país está en guerra». Llora en la puerta de la parroquia de Saint Pierre D’Arène mientras nos cuenta a la salida de misa que su hijo de 17 años estaba en el paseo y pudo haber sido uno de los muertos o heridos.
«Dios estaba allí»
El domingo todas las Misas se oficiaron en memoria de las víctimas, especialmente en esta parroquia, a pocos metros del escenario de la tragedia. Los sacerdotes han insistido en sus homilías en que hoy más que nunca hay que luchar para no caer en la tentación de estigmatizar a todos los musulmanes. El padre Florani nos dedica unos instantes. Relata que pasaron toda la noche asistiendo a los supervivientes, «sin hacer mucho» pero «allí, escuchando a la gente», responde con modestia. «Estuve con personas en shock que no recordaban ni su propio nombre», asevera. Lleva todo el fin de semana respondiendo a las preguntas de muchos fieles, como Albert Simon, un veterano de la II Guerra Mundial que le confiesa –con los ojos bañados en lágrimas– que ver morir a los soldados es horrible pero que ver a los niños que mató el camión el jueves «es una herida que tendré lo que me quede de vida y que no se me curará jamás».
«Sienten que Dios no está porque el mal vivido es muy grande. Pero Dios estaba allí, entre los pequeños que murieron en el paseo», explica el padre Florani. En cuanto al problema de la integración, opina que en Niza sucede lo que en el resto de Francia. Él nació en esta ciudad costera y es párroco en ella desde hace 16 años. Maneja un claro análisis de la situación: «En los 70 y 80 creímos que la integración se haría naturalmente y vaciamos la cultura. Eliminamos de la educación nuestras referencias culturales, literarias, musicales y religiosas pensando que así fluiría y es ahora cuando nos estamos dando cuenta de que no. Al no dar a estos jóvenes las fuentes comunes, la cultura común, no se han integrado. Muchos tienen dos culturas a la vez y dos identidades a la vez y no todas las personas son capaces de gestionar algo como eso».
El Papa expresó el domingo su consternación por el atentado. «Que Dios acoja a todas las víctimas en su paz, sostenga a los heridos y conforte a los familiares; que aleje todo proyecto de terror y muerte para que ningún hombre ose más derramar la sangre del hermano», pidió. Horas después Francisco llamó al alcalde de Niza, Christian Estrosi, y al presidente de la asociación de amigos francoitalianos, Paolo Celi. A este último le propuso fijar próximamente un encuentro en Roma con los familiares de las víctimas.
Por su parte, el obispo de Niza, monseñor André Marceau, invitó a la población a no dejarse llevar por el odio y pidió a los cristianos estar cerca de sus vecinos, «llevando apoyo, esperanza y solidaridad». En este momento «el mensaje del amor cristiano debe responder al odio asesino».
Entre las muestras de condolencia, llegó el pésame enviado por el cardenal Blázquez en nombre de los obispos españoles, mostrando su «estupor y tristeza» por unos hechos «incompatibles con el valor inviolable de cada vida humana».
Los asesinos hijos de Francia
Son los hijos de Francia los que están asesinando a sus propios conciudadanos con una crueldad ignota. En el ánimo de los franceses comienza a calar la idea de que no se puede hacer nada y de que no queda más alternativa que esperar con resignación el próximo golpe… Aunque este último ha sido duro. El ataque fue dirigido sin piedad contra familias con niños mientras disfrutaban de sus vacaciones. Y fue en el día de la fiesta nacional francesa, el día que Francia –más que ningún otro día del año–, presume de ser el pueblo de la libertad. Pero, ¿son realmente un solo pueblo unido, el pueblo de la fraternidad?; y dada esta situación de emergencia nacional, de estado de guerra, ¿son realmente libres? En cualquier caso, las autoridades vuelven al ojo por ojo y han anunciado una intensificación de los bombardeos contra las posiciones del Daesh en Siria e Irak –que, a su vez, se camufla entre la martirizada población civil de esos países–. Una estrategia para muchos franceses que no hará más que hacer crecer el ya de por sí enorme intercambio de violencia.
Niza se paraliza de nuevo el lunes a las doce de la mañana. Un minuto de silencio recuerda a las víctimas y recuerda también que la ciudad nunca volverá a ser la de antes. Visitantes y locales hablan de que cundirá la desconfianza y la sospecha. De que el espíritu de Niza está rasgado. Quizá este último ataque permita examinar más que nunca la costura real con la que se ha tejido la Francia de las últimas décadas.