Ante el Día de Todos los Fieles Difuntos: más que llevar flores a la tumba
El próximo lunes, día 2, la Iglesia celebra la conmemoración de Todos los Fieles Difuntos; una fecha que muchos aprovechan para acudir al cementerio y depositar flores y oraciones en la tumba y el recuerdo de sus familiares. Una iniciativa pionera en España propone algo más: llevar el consuelo y la esperanza cristiana a quienes, doloridos por la pérdida de un ser querido, se acercan al campo santo
Acudir al cementerio, el Día de los fieles difuntos, es, para muchas personas, algo más que una tradición religioso-cultural. Se trata de un momento íntimo para la familia, un acto en el que se expresa el amor hacia aquellos que ya no están, con un simbólico homenaje en el lugar donde sus cuerpos duermen la espera de la Resurrección. No en vano, fueron los primeros cristianos quienes acuñaron el término cementerio, que en griego significa dormitorio. Las flores y las oraciones se mezclan con los paños y el agua para limpiar las sepulturas, que también son lavadas por no pocas lágrimas. Hay recuerdo agradecido, sí, pero también dolor y cierta sensación de abismo: lo que suele ocurrirle a cualquiera que mira de frente a la muerte y, por tanto, también a lo frágil y fugaz de la vida.
Precisamente porque son días de gran emotividad y, en muchos casos, de desesperanza y angustia, un grupo de miembro de la Hermandad Internacional de las Benditas Ánimas del Purgatorio se ha propuesto acercar el consuelo y la esperanza cristianos a quienes este año se acerquen hasta el campo santo. Don Fernando de la Fuente es uno de los promotores de esta iniciativa pionera en España, que, sin embargo, ya lleva varios años en funcionamiento en otros países, incluso contando con la participación de obispos. «Ésta es una práctica que se hacía antiguamente en la Iglesia, y que hoy siguen haciendo algunas comunidades protestantes –dice De la Fuente, que sólo tiene 25 años–. Nosotros acompañamos a las personas que van a ver a sus difuntos, les hablamos de la esperanza cristiana, de la misericordia de Dios, de la Resurrección, de la posibilidad de ganar indulgencias para quienes han muerto… Y también les hablamos del Purgatorio, incluso con mucho tacto les hablamos del infierno, para no ocultar la verdad cristiana y siempre con la intención de confortarlos, de esperanzarlos y de animarlos a orar por sus familiares, para que gocen de la felicidad eterna en el cielo».
Consolar sin estorbar
Para eso, hablan con las personas, les indican los horarios de Misa en el cementerio, facilitan el acceso al sacramento del Perdón –sólo cuando al grupo le acompaña algún sacerdote–, rezan con ellos el Rosario, les entregan estampas con una oración por los difuntos y hasta proyectan algún video en una sala del cementerio, con intervenciones de la escritora María Vallejo-Nágera, el psicólogo Aquilino Polaino o el conocido padre Loring, hablando sobre la muerte, la esperanza, la soledad, el purgatorio y, sobre todo, de Dios. «Lo que no hacemos es acompañarlos hasta la tumba, porque ése es un momento muy íntimo, y nosotros estamos para confortar, no para estorbar», dice De la Fuente.
Aunque sólo es el primer año que esta actividad se llevará a cabo en España, el próximo lunes ya habrá voluntarios –durante todo el día– en cementerios de Valladolid, Palencia, Málaga, Cáceres, «y esperemos que en más sitios, según se anime más gente», dice don Fernando. Por cierto, que si usted quiere apuntarse a esta iniciativa, puede hacerlo llamando al teléfono 652 668 851. «La mayoría de los voluntarios que este año tenemos apuntados –añade De la Fuente– son mujeres, y jóvenes de entre 20 y 40 años, que, unos días antes, recibimos una formación preparatoria sobre la Escatología cristiana, y también sobre habilidades sociales imprescindibles para situaciones así. Lo importante es escuchar, dejar que la gente se desahogue, estar con el que llora y mostrarle que Dios es misericordioso, que le da sentido a todo sufrimiento y que hay lugar para la esperanza». Es decir, darle al Día de los fieles difuntos un sentido verdaderamente cristiano, más allá de toda emotividad y tradición. Porque, como decía san Agustín, «una flor sobre su tumba se marchita; una lágrima sobre su recuerdo se evapora; una oración por su alma, la recibe Dios».
Si hay alguien que está en la primera línea del dolor y del acompañamiento a los familiares de un fallecido, es el capellán de un tanatorio. El padre Enrique atiende, junto a otros cuatro sacerdotes, la capellanía del tanatorio madrileño de la M-30, y reconoce que «es una labor muy complicada, porque al dolor se suma, a veces, el rechazo a la fe, o años de alejamiento de Dios. Nosotros nos ponemos al nivel de las personas, leyendo la muerte desde la fe, no como observadores de su sufrimiento, sino acompañándolos en la oración. La experiencia humana ante la muerte la entiende todo el mundo, y partiendo de ahí, mostramos cómo Cristo ilumina la vida y la muerte, rompe el dolor y nos promete la esperanza de la resurrección. Somos un apoyo para muchas personas, que encuentran la fuerza en Dios e, incluso tras muchos años de lejanía, redescubren la fe». Claro que también hay momentos duros, y familiares que, «habiendo pedido nuestra presencia, después nos echan un pulso, como si fuésemos culpables de que exista la muerte», dice. Sin embargo, el padre Enrique pone las cosas en su justo término: «Sabemos que son momentos muy difíciles y, por eso, lo único que podemos hacer es comprender, orar y acompañar, siempre con mucho tacto. No sólo celebramos funerales, sino que también celebramos la Liturgia de la Palabra, confesamos, escuchamos y, sobre todo, intentamos aportar una grandísima esperanza: la de saber que Cristo ha vencido a la muerte».