Más de 1.000 niños no tienen hogar
Luisa y Fermín dejan a sus hijos en casas de amigos mientras ellos duermen en el coche. «Hay muchas familias que ya no pueden afrontar el pago del alquiler», asegura una profesora de uno de los barrios más deprimidos de Madrid
Cáritas Española alertaba la pasada semana de que la actual crisis sanitaria y social ha disparado el número de personas sin hogar en España, aumentando sobre todo el de familias, mujeres solas y niños. Concretamente, un 2,6 % de ellas son menores de edad, procedentes de familias sin acceso a la vivienda. En total, son más de 1.000 niños, niñas y adolescentes que han dejado sus casas y han comenzado una peregrinación junto a sus padres para evitar la calle.
Una de estas familias es la que forman Luisa, Fermín y sus hijos. Debido a varios factores –falta de vivienda y de trabajo, sobre todo–, se las tienen que ingeniar como pueden para salir adelante: cada noche los padres duermen en un coche, y sus hijos en casas de amigos. Se trata de un caso extremo, pero «la realidad es que hay muchas familias con niños que lo están teniendo muy difícil», asegura Carmen, profesora de Servicios a la Comunidad en un colegio situado en uno de los barrios más deprimidos de Madrid.
Carmen atiende a diario las necesidades de alumnos cuyas familias han tenido que ocupar un local al perder su vivienda. «Es algo muy común en esta zona», asegura, y da el dato de que más de 100 de los 400 niños que tiene su colegio están en seguimiento por los servicios sociales. «Y porque no dan para más, ya que prácticamente todos los niños aquí tienen problemas», lamenta. El más común de ellos: la dificultad de sus progenitores para pagar la casa en la que viven, y más después del golpe que ha dado la pandemia a la economía del barrio, lo que ha hecho que muchas familias tengan que dejar su casa por no poder afrontar el alquiler.
Haciendo las maletas
«La COVID-19 ha afectado mucho a la economía sumergida. Muchas familias vivían de la chatarra, de la venta ambulante, de la limpieza de casas, de chapuzas…, y ahora todo eso se ha venido abajo. Y los que tienen trabajo son en realidad familias de trabajadores pobres», cuenta la profesora.
En el barrio abundan las familias que viven de la renta mínima de inserción, que necesitan ayudas para el comedor, que no pueden pagar el material escolar o que ni siquiera tienen para comprar unas gafas a sus hijos. «Hay muchos inmigrantes que se buscan la vida como pueden, y también muchos padres que tienen carencias personales para poder ejercer su labor como tales», afirma Carmen. Si a ello se unen unas necesidades económicas cada vez mayores, el resultado es un cóctel que acaba con muchas familias haciendo las maletas para buscarse un techo.
Al trabajar con los menores desde la escuela, Carmen atestigua que toda esta problemática deja en ellos «una huella emocional muy grande que repercute en su comportamiento. En general tienen más interiorizada la violencia, son más conflictivos en el aula y, sobre todo, están cada vez más tristes».
«Se les está robando la niñez»
En España, la ley prohíbe que los menores duerman en la calle, pero las escenas de familias con sus hijos durmiendo en aceras pudieron verse el invierno pasado como una novedad vergonzante. En aquellos meses, la presión migratoria en Barajas y la falta de acuerdo entre las administraciones hizo que varios menores pasaran la noche a la intemperie en la capital.
Este año la situación se agrava, porque son muchas las familias que han perdido su trabajo y su vivienda a causa de la pandemia. Muchas de ellas acaban en recursos como el residencial para familias Jubileo 2000, de Cáritas Diocesana de Madrid, donde viven casi un centenar de menores. Su directora, Rita Zapata, confirma que a su centro han llegado en los últimos meses dos nuevas familias, con seis hijos entre las dos. Una de ellas vivía en una habitación, y la otra en una infravivienda, con el consiguiente miedo de los padres a que incluso les retirasen la custodia de sus hijos.
«Todo eso deja marca en los niños», afirma Zapata, que menciona aspectos como el retraso madurativo, problemas de afectividad, signos de ansiedad y estrés. En el centro han podido encontrar la ayuda de «muchos profesionales que les dan estabilidad y seguridad, además de apoyo psicológico, escolar y en valores. Pero son niños que han vivido en condiciones que no tenían que haber vivido», y, de alguna manera, «se les ha robado parte de su niñez».
El Programa de Personas Sin Hogar de Cáritas Española acoge en pisos y centros propios a multitud de familias amenazadas por el sinhogarismo. «Muchas han perdido su vivienda por impago, pero antes se han visto afectados por la precarización del empleo y de los salarios de los últimos años», afirma Enrique Domínguez, su responsable. «A eso hay que sumar unos precios de vivienda inasequibles», añade.
Domínguez señala que en España se está dando hoy en día «una transmisión intergeneracional de la pobreza, con familias ya empobrecidas cuyos hijos es muy difícil que salgan adelante». Al principio recurren a amigos o familiares, pero llega un punto en el que ya no pueden más y llaman a la puerta de alguna de las 6.000 Cáritas parroquiales que hay en España. Llegan pidiendo alimentos, «pero intentamos ir más allá y conocer su situación y sus necesidades, por si hay que orientarles a algún otro de nuestros recursos», asegura Domínguez. En general «hay mucho sufrimiento que acaba llegando a los niños. En este tipo de situaciones es fácil entrar y difícil salir».