Esta es la historia extraordinaria de cómo un joven piscicultor lo dejó todo para ayudar a paliar el hambre infantil en el mundo, desde el ámbito educativo, hasta conseguir dar hoy alimento a más de un millón de niños. Tras «rezar y pensarlo». Sin más. Magnus, el protagonista lo cuenta en primera persona. Una lluviosa tarde de noviembre de 1992, su hermano Fergus y él tomaban una pinta en un pub local de su pequeño pueblo escocés. Comenzaban a charlar tranquilamente sobre el documental que acababan de ver, relativo a aquella Yugoslavia que habían visitado de jóvenes y que de repente «se rompía en pedazos». Apenas tres semanas separaron su conversación sobre ese «sufrimiento de la gente de Bosnia y Herzegovina» y encontrarse en Londres al volante de un Land Rover «peligrosamente sobrecargado» de ayuda con destino hacia Medjugorje.
Esta narración podía ser ofrecida de dos formas. La más tentadora, con la grandilocuencia propia de la hazaña. Eso habría sido fácil, pura inercia, recordemos que Magnus Macfarlane-Barrow fue elegido por la cadena CNN como uno de los diez héroes del momento en 2010. Visto así, todo lo anterior podría presentarse con dramáticos ecos de música trepidante a modo de tráiler cinematográfico al estilo: «¡De los productores de la última película del multioscarizado Steven Spielberg llega la aventura de un hombre que quiso cambiar el mundo!». Pero eso habría sido un formato de ficción para contar una ficción. Y lo que Magnus cuenta es la realidad desde una realidad con los pies metidos en el barro. Por eso, abres el libro y hallas lo inesperado. Te encuentras con la mirada de un hombre sencillo y normal, que podría haber sido tu amigo del instituto. Y lo mejor: sientes que tú podrías haber sido ese hermano con el que compartir el milagro.
Esta es la historia extraordinaria de una pequeña ONG creada en un cobertizo de Escocia, con el lema Las comidas de María (Mary’s meals), título que acuña un modelo de éxito expansivo que pasan por el refuerzo de la propia purificación de intenciones para no despojar al otro de dignidad. Al tono honesto en el momento oportuno se le suma un delicado matiz lingüístico que anima la sobriedad. Magnus es un chico listo además de un tipo legal.
Atención a las citas introductorias de los capítulos, muy esclarecedoras. Entre las más significativas: «El ayer pasó. El mañana no ha llegado aún. Solo tenemos el hoy. Empecemos». Estas palabras de santa Teresa de Calcuta dan pie a una de las críticas que se apuntan en el marco de actuación: la fijación de la sostenibilidad como prioridad absoluta en los planes de acción puede paralizar toda eficacia contra la hambruna y, no menos terrible, ante nuestros ojos puede cosificar al niño que sufre hoy en aras de un plan perfecto de futuro. Tampoco es baladí la frase del poeta dublinés W. B. Yeats (oh, grata sorpresa) para asentar la filosofía MacFarlane-Barrow: «La educación no es llenar un cubo, sino encender un fuego». Una comida diaria y escuela para los pequeños. Que no te falte la fe. Damos un paso más: lo que sientes al cerrar el libro es que mañana Magnus podrías ser tú.
Magnus MacFarlane-Barrow
Planeta