Mary Salas con sus palabras - Alfa y Omega

Mary Salas Larrazábal cumpliría 100 años este 2022. Esta mujer, grande en estatura y en corazón, ha dejado un gran legado a la promoción de las mujeres y a la educación. Mary vivió una época en la que las mujeres se encontraban en una situación de inferioridad, sometidas a padres, maridos, sacerdotes… Ella, con su intuición, fruto de la escucha del Espíritu, supo trabajar contra las injusticias y la inferioridad que sufrían las mujeres de su tiempo. Vinculada a la Acción Católica, fue la primera presidenta de la ONG Manos Unidas, cofundadora del Seminario de Estudios Sociológicos de la Mujer y, posteriormente, impulsó el Foro de Estudios sobre la Mujer.

Salas nació en una familia creyente en la que su padre, Emerico, asumiendo la igualdad en dignidad de las personas que ofrece el Evangelio, dio a sus hijas e hijos las mismas oportunidades, algo que Mary aprovechó: «La vida es una oportunidad que nos da, una posibilidad que nos ofrece, para llevar a cabo un proyecto que, teniendo sentido aquí y ahora, valga también para la otra vida. Lo importante no es lo que se te ha dado, sino lo que tú haces con lo que se te ha dado».

Vivimos en una sociedad a la que le urgen referentes. Mary Salas encarna valores firmes, íntegros, cristianos y humanos necesarios. Fue una mujer responsable, libre, coherente, abierta, respetuosa, honesta, discreta, sencilla, trabajadora incansable, comprometida, dialogante y con conciencia crítica: «Yo sé que no puedo pretender estar en posesión de la verdad, que debo mantenerme en guardia para rectificar mis errores, que necesito escuchar las posturas de los otros, tanto más de los que tienen una autoridad especial. Pero espero que nunca me obliguen a aceptar lo que repugna a mi conciencia, y espero también que me dejen expresar esta dificultad».

Los grandes temas de Mary Salas fueron la familia, la fe cristiana, la mujer, la educación, el trabajo como compromiso, y los amigos. Fue autora de su vida, conoció sus capacidades y posibilidades, y se aplicó conscientemente a su desarrollo y aprovechamiento. Hizo suya la imagen que solía representar en la pizarra en los cursos de Educación Liberadora: la espiral ascendente del crecimiento y la superación, que se va ensanchando paulatinamente por la experiencia y la comprensión, pero que también requiere de retrocesos dolorosos para acceder a nuevos niveles de conciencia. En cualquier caso, fue una vida que dio fruto; fruto que Mary extrajo de sí misma y de sus interrelaciones, respondiendo a lo que Freire denomina la «vocación de ser más».

Su compromiso a favor de la mujer y la educación liberadora confiesa que lo descubrió en la Iglesia: «Para mí lo más importante es que la Iglesia me ha llevado a Cristo, me ha mostrado que todos somos hijos de un Padre común, y me ha enseñado a amar a los hermanos. Para colmo, en la Iglesia he descubierto que Jesús respetó, dignificó y valoró a la mujer como nadie ha sabido hacerlo ni antes ni después». Esto no quita que creyera «que debería revisarse la persistente ambigüedad que, desde hace siglos, viene manteniendo la Iglesia respecto a la mujer».

La preocupación por esta problemática fue una constante en su vida, desde que «me hice consciente de su situación a finales de los años 50 […]. Algunas amigas feministas se asombraban al oírme decir que el feminismo lo descubrí dentro de la Iglesia. […]. Oír de los propios labios del Papa la invitación a asumir nuevas responsabilidades en la sociedad y a transitar caminos que, en aquellos años, nos estaban vedados en España, supuso para las mujeres católicas españolas que vivíamos aquellos momentos históricos una extraordinaria experiencia».

Entre 1950 y 1970 Mary Salas vivió intensamente este despertar liberador y se implicó personalmente, sin escatimar esfuerzos. Colaboró activamente en forzar los profundos cambios que se iban a producir en el esquema social tradicional en la segunda mitad del siglo XX; pero, sobre todo, trabajó para que miles de mujeres se plantearan su propia identidad y se prepararan para conquistar su libertad y ejercer su autonomía. A ello contribuyó desde el campo de la educación, convencida de que no habría verdadera promoción de la mujer sin una educación adecuada y diferente a la que venía recibiendo. Mary dirigió grupos especializados que dieron a conocer en nuestro país los principios y métodos de la Educación Liberadora, y capacitaron para la labor educativa con adultos y para la dinamización de la cultura popular. «La cultura para la mujer puede ser una aspiración, una dificultad, una discriminación más, un desafío, pero, sobre todo, es un deber, […] un maravilloso desafío que no nos permite descansar […]. Todos tenemos una tarea inacabable: crecer cada día más en humanidad. Eso es crecer en cultura».