Don Pino Puglisi, mártir de la verdad y de la alegría
Veinte años después de su asesinato a manos de la mafia, el sacerdote don Pino Puglisi será beatificado, después de que el Vaticano haya reconocido su martirio por odio a la fe. En la isla de Sicilia todavía recuerdan su amor por los más jóvenes, y su constante alegría
Se hacía llamar 3P (Padre Pino Puglisi), porque su tarjeta de visita era un sonrisa radiante y un sano sentido del humor; una vez le preguntaron socarronamente dónde estaba el pelo que le faltaba en la cabeza, y respondió: Es para reflejar mejor la luz divina. Ser consciente de su dura misión en Palermo, una población siciliana donde la mafia lleva siglos arraigada, no le hizo perder su fina ironía: Me han hecho párroco del Papa, decía, porque la casa de Michele Greco, a quien llamaban el Papa de la mafia, caía dentro del territorio de la parroquia.
Quizá por todo eso lo mataron; porque el diablo odia tanto la verdad y la fe como la alegría. Fueron a por él el 15 de septiembre de 1993, el día de su 56 cumpleaños, con una 7,65 con silenciador, y antes de recibir un tiro en la nuca miró y sonrió a su asesino –Salvatore Grigoli, el que apretó el gatillo, confesó que no pudo dormir esa noche recordando esa mirada–, y dijo: Me lo esperaba.
El próximo sábado, 25 de mayo, será beatificado en Palermo, pues la Iglesia ha reconocido que fue asesinado por la mafia por odio a la fe hace ahora veinte años, debido a su incansable trabajo por la paz y sus reiteradas llamadas al arrepentimiento de los criminales.
Presa de las calles
Hablar y decir hoy que mafia y Evangelio son incompatibles parece evidente, pero no lo ha sido tanto en Sicilia durante mucho tiempo; son muchos los que recuerdan a los capos de las grandes familias en las fiestas patronales, en los principales eventos de la Iglesia, y muchos han oído nombrar a la Madonna en los mismos labios que han dictado condenas a muerte…
Don Pino se opuso a todo eso, y sabía dónde se metía. Al explicar cómo era su parroquia de San Gaetano, en Brancaccio, uno de los barrios más duros de Palermo, escribía: «Hay un buen fermento en la parroquia de personas que participan en la acción litúrgica, la catequesis y la caridad, pero las necesidades de la población son muy superiores a los recursos que tenemos. Hay muchas familias pobres aquí, ancianos enfermos y solos, muchos discapacitados físicos y mentales, niños y jóvenes desempleados, sin valores reales, sin un sentido de la vida, muchos niños y niñas, y los niños casi abandonados a sí mismos que, eludiendo las obligaciones escolares, son presa de la calle, donde aprenden la desviación, la violencia y los asaltos».
El perdón es mi esperanza
Don Pino vino al mundo en el mismo barrio en el que nació a la Vida: Brancaccio. Conocía bien sus calles y sus gentes, el dolor causado por la mafia y el daño mayor que hacía el miedo entre sus habitantes. Los capos reclutaban niños para utilizarlos como correos de droga, y Don Pino fundó para ellos el hogar Padre Nuestro, para alejarlos de las calles y de las malas influencias: «Nuestro objetivo principal son los niños y adolescentes; con ellos estamos a tiempo, y la acción pedagógica puede ser eficaz. Aquí podrán ver la vida de un modo distinto», explicaba. También fundó la Casa de Hospitalidad de la Madre, en ayuda de madres solteras con dificultades.
Pero acciones como ésas no significaban «que tengamos que renunciar a las protestas, a las denuncias», decía. Y se convirtió en alguien ciertamente incómodo para muchos. A veces, con palabra de comprensión: «Hago un llamamiento a los protagonistas de la intimidación que nos atacan. Hablemos, yo te conozco y sé las razones que empujan a obstaculizar la labor de los que tratan de educar a tus hijos en el respeto mutuo, los valores y la cultura». Otras veces, con dureza: en una ocasión, en un festival de Navidad, se presentaron en primera fila unos políticos que estaban bajo la cuerda de la mafia, y les espetó: «¿Con qué cara se presentan aquí, después de todo lo que le han hecho a nuestro barrio?». Rechazaba para sus obras todo donativo de dudosa procedencia, porque confiaba infinitamente en la Providencia.
Y la Providencia nunca le falló, hasta el punto que le concedió también, después de su muerte, la conversión de su asesino. El 17 de septiembre de 1998, Salvatore Grigoli escribió una carta al alcalde de Palermo, pidiendo perdón a toda la ciudad, y reconociendo «haberme equivocado de un modo grave. He comenzado a saborear el bien y a odiar el mal. La muerte de don Pino ha contribuido a este cambio. Es algo que, por desgracia, me duele mucho. Me pregunto si Don Pino fue enviado por Dios a la tierra con esta tarea específica. A mí, personalmente, me duele acordarme de él, por lo que todos conocen, pero a muchos otros puede hacerles bien recordarlo, porque él murió por hacer el bien a los demás, y a un precio muy alto».
Para Grigoli, fueron también determinantes las palabras de Juan Pablo II a los mafiosos de la isla –«Este pueblo siciliano, que ama tanto la vida, no puede vivir siempre bajo la civilización de la muerte. Os digo a los responsables: ¡convertíos! ¡Un día llegará el juicio de Dios!»– Grigoli recogió así la invitación del Papa: «El perdón que he recibido de Juan Pablo II es mi esperanza. Lo que ocurrió entre Dios y yo debe quedar en mi alma, pero estoy seguro de que se encuentra con Don Pino en el cielo, y que se alegrarán de todo lo que he cambiado».
Todos ellos tendrán un nuevo motivo de fiesta el sábado, cuando el cielo se alegre por el reconocimiento de un nuevo testigo de la fe, del perdón y de la alegría: Don Pino Puglisi, 3P.