Mario Grech: «El pueblo de Dios pide una profunda renovación de la Iglesia»
El documento para la fase continental del sínodo recoge la petición de una «inclusión radical» en la Iglesia y librarla del clericalismo, que es «una forma de empobrecimiento espiritual»
«A pesar de la diferencia de sensibilidades, el pueblo santo de Dios converge en pedir una profunda renovación de la Iglesia». Para el cardenal Mario Grech, secretario general del Sínodo, esta es una de las claves del primer año del proceso sinodal, que se prolongará hasta la asamblea general de 2024. Así lo ha afirmado en la presentación este jueves del documento de trabajo para la fase continental del sínodo. El documento se puede descargar aquí.
El cardenal Jean-Claude Hollerich, relator general, ha subrayado que no se trata aún del instrumentum laboris para la asamblea general, sino simplemente «una especie de resumen de las síntesis que la secretaría ha recibido» de 112 de las 114 conferencias episcopales, de todas las Iglesias orientales católicas y de 17 de los 23 dicasterios de la Curia. Pero también de congregaciones religiosas e institutos de vida consagrada, personas particulares, grupos católicos y usuarios de las redes sociales.
El documento de trabajo pide una «Iglesia capaz de una inclusión radical». Por ejemplo, desde todos los continentes, explica el texto y recoge Europa Press, «llega un llamamiento para que las mujeres católicas sean valoradas, ante todo, como miembros bautizados e iguales del pueblo de Dios». Se subraya que «es casi unánime la afirmación de que las mujeres aman profundamente a la Iglesia, pero muchas sienten tristeza porque su vida no suele ser bien comprendida y sus aportaciones y carismas no siempre son valorados».
A modo de ejemplo, se presentan unas palabras de la síntesis coreana sobre «la gran participación de las mujeres en diversas actividades eclesiásticas». Esto se contrapone al hecho de que «a menudo son excluidas de los principales procesos de toma de decisiones». Hay «pocos espacios en los que puedan hacer oír su voz», coincide la Iglesia en Tierra Santa.
Reconocimiento a la discapacidad
La experiencia sinodal puede leerse, prosigue el documento, como «un camino de reconocimiento» para aquellos que se han sentido excluidos en la Iglesia. En este sentido, se pide expresamente el acompañamiento a las personas con discapacidad. «A pesar de sus propias enseñanzas, la Iglesia corre el peligro de imitar el modo en que la sociedad deja de lado a estas personas», alerta.
El texto también recoge los desafíos «del tribalismo, el sectarismo, el racismo, la pobreza y la desigualdad de género en la vida de la Iglesia y del mundo». Desde Bolivia, por ejemplo, se lamenta que en el proceso de escucha han quedado excluidos «los más pobres, los ancianos solos, los pueblos indígenas, los emigrantes», niños de la calle, adictos, víctimas de trata y abusos, personas que se prostituyen por supervivencia o delincuentes.
Acogida y desafío de la diversidad sexual
El texto recoge también la petición de «un diálogo más incisivo y un espacio más acogedor» para quienes «sienten una tensión entre la pertenencia a la Iglesia y sus propias relaciones afectivas»: divorciados vueltos a casar, padres y madres solteros y personas LGBTQ o en uniones polígamas. Sus reivindicaciones, se reoconce, «desafían» a la Iglesia.
Por un lado, escriben desde Estados Unidos, «la gente pide que la Iglesia sea un refugio para los heridos y rotos, no una institución para los perfectos». Que se salga a su encuentro y se camine con estas personas, en una relación atenta y auténtica, «en lugar de juzgarlas» con un «sentimiento de superioridad». Por otro, se reclama claridad frente a las «incertidumbres sobre cómo responder» a estas realidades. Desde Lesotho, se apunta que aunque las personas en uniones del mismo sexo «se sienten excluidas», esta realidad «es confusa para los católicos y para los que la consideran un pecado».
Abusos y contexto cultural
Según la síntesis, muchas iglesias locales señalan que se enfrentan a un contexto cultural «marcado por la disminución de la credibilidad y la confianza debido a la crisis de los abusos», tanto los sexuales contra menores y vulnerables, como abusos espirituales, o de conciencia. En algunas diócesis «querían que se reconocieran y enmendaran los abusos del pasado».
Muchos grupos piden, más allá de esto, «un cambio en la cultura eclesial con miras a una mayor transparencia, responsabilidad y corresponsabilidad». Por otro lado, entre los obstáculos culturales para llegar a la sociedad se apunta también al «individualismo y el consumismo» como factores culturales críticos.
Obstáculos a la sinodalidad
En otro apartado, el documento recoge algunos obstáculos para que en la Iglesia se viva la dinámica sinodal. Entre ellos están «las resistencias de parte del clero», así como «la pasividad de los laicos». Pero también las «estructuras jerárquicas que favorecen las tendencias autocráticas»; la «cultura clerical e individualista» o la ausencia de espacios «intermedios» para el encuentro de grupos que se encuentren divididos.
Con todo, el Vaticano resalta que el tono de las síntesis «no es anticlerical», en el sentido de contrario a los sacerdotes o al sacerdocio ministerial. Se ha expresado «un profundo aprecio y afecto por los sacerdotes». Sin embargo, señalan la importancia de «librar a la Iglesia del clericalismo», que «se considera una forma de empobrecimiento espiritual», que «aísla al clero y perjudica al laicado». Debe buscarse que sacerdotes y laicos «puedan cumplir con la misión común».
También en relación con los sacerdotes, se expresa el deseo de que estén «mejor formados, mejor acompañados y menos aislados». Es necesario atender sus «dimensiones afectivas y sexuales». En este ámbito, se apunta además la necesidad de ofrecer «acogida y protección» a las mujeres e hijos «de los sacerdotes que han faltado al voto de celibato», para evitar que sufran «injusticias y discriminaciones».
Por último, se resaltan las dificultades que hacen que las celebraciones litúrgicas no expresen la sinodalidad eclesial. Por ejemplo, «el protagonismo litúrgico del sacerdote y la pasividad de los participantes» o «el alejamiento de la predicación respecto a la belleza de la fe y la concreción de la vida». «La calidad de las homilías se señala casi unánimemente como un problema», alerta.