Mariano Gazpio, venerable: «Ahí va un santo vivo»
El Papa acaba de reconocer las virtudes heroicas del agustino recoleto Mariano Gazpio, misionero en China, a quien chinos y españoles consideraban «un ejemplo vivo de piedad, humildad y servicio»
Nacido en Puente la Reina (Navarra) el 18 de diciembre de 1899, Mariano Gazpio no tenía aún 16 años cuando pidió ingresar en el noviciado que los agustinos recoletos tenían en Monteagudo (Navarra). Después de unos años de formación en España, finalmente fue enviado a Manila (Filipinas), donde fue ordenado sacerdote en 1922. Al cabo de un año se ofreció como voluntario para la primera expedición misionera de la orden a China, «una misión que había sido el sueño de los agustinos recoletos durante siglos, por lo que Mariano y sus cuatro compañeros cumplían todo un deseo colectivo cuando emprendieron el viaje desde Manila el 11 de marzo de 1924», explica su biógrafo, José Javier Lizarraga.
El 4 de abril llegaron a la misión de Shangqiu, a 680 kilómetros al sur de Beijing. «La misión experimentó en muy poco tiempo un gran desarrollo», dice Lizarraga, porque «partiendo de cero, en un par de décadas ya habían pasado por ella un buen número de misioneras y misioneros, se habían construido templos e infraestructuras residenciales, educativas y sociales, y funcionaban a pleno rendimiento un orfanato, un seminario y una escuela para agentes de pastoral. Y no faltaban vocaciones locales de ambos sexos, religiosas y sacerdotales».
Sin embargo, la misión se vio sometida a las vicisitudes de la historia, y en los años siguientes sufrió guerras, ocupaciones, asaltos y bombardeos, hasta que en 1950 la guerra de Corea fue la excusa definitiva para que el Gobierno comunista chino implementase una sofocante presión sobre toda la población, extranjeros incluidos.
«A los extranjeros se les acusó en general de espionaje, sin importar pruebas o actividades que corroborasen tal acusación, y se les trató como enemigos», cuenta Lizarraga. Como resultado, los agustinos recoletos acabaron en su mayoría en programas de reeducación y en campos de concentración o trabajos forzados. Muchos murieron por inanición y cansancio, y otros, como Mariano Gazpio, fueron expulsados de China.
De vuelta a España, comenzó para Gazpio una nueva etapa marcada por su servicio a la congregación. Fue maestro de novicios y prior del convento de Monteagudo, y los últimos años de su vida los pasó en Marcilla (Navarra), en la comunidad destinada a la última etapa de la formación inicial de los religiosos.
«Varias generaciones de hermanos conocieron entonces a Mariano Gazpio y muchos de ellos lo tuvieron como confesor y director espiritual; para ellos y para los fieles de los pueblos de alrededor fue un ejemplo vivo de piedad, de humildad y de servicio», dice su biógrafo.
Finalmente, Gazpio murió el 22 de septiembre de 1989 en Pamplona, a consecuencia de una hemorragia cerebral. En su funeral, varios compañeros de misión besaron su féretro en señal de veneración. Años después, el obispo chino Nicolás She, encargado de continuar la labor de los agustinos recoletos en aquellas tierras, recordó que cuando el padre Mariano Gazpio pasaba por la calle, los vecinos, incluso los paganos, decían: «Por ahí va un santo vivo». «Hoy son muchos lo recuerdan como un religioso santo, y no son pocos los que se encomiendan a su intercesión», concluye Lizarraga.
Mariano Gazpio, tal como destaca su biógrafo, el padre José Javier Lizarraga, se distinguió por su recogimiento y piedad: «Era muy devoto de la Eucaristía, del Sagrado Corazón de Jesús y de la Virgen María. Además de las horas de rezo comunitario, pasaba otras muchas en el oratorio o en el coro haciendo oración personal. Su trato con Dios era continuo. Leía frecuentemente la Biblia, de manera que se le podía sorprender en cualquier momento con ella abierta sobre la mesa. En la dirección espiritual recurría con muchísima frecuencia a expresiones bíblicas. Sobresalió también por su humildad, caridad y espíritu de servicio. Nunca hablaba de sus trabajos o de cosas que pudieran redundar en alabanza suya. Era observante y fiel en el cumplimiento de sus deberes; y sumamente delicado y caritativo en el trato con los demás».