María y los Magos
El poema dramático que ofrecemos a continuación proviene de la Iglesia del Norte de Mesopotamia, no lejos de la región de donde los Magos emprendieron su camino hacia Belén. Es una bella pieza de poesía popular, que puede fecharse no después del siglo V, y está escrito en arameo, la misma lengua de Jesús. Es un diálogo entre María y los Magos en estrofas alternas, y está lleno de humanidad y de sensibilidad teológica. En él se expresa cómo un pueblo de tradición pagana vive la llegada del cristianismo y se alegra de que unos paisanos suyos -el término «magos» era la denominación de los sacerdotes de Persia- hayan estado entre los primeros en reconocer al Hijo de Dios. Este poema es el antecedente más antiguo que conocemos del Auto de los Reyes Magos, la primera obra dramática de la literatura española. Traducido para Alfa y Omega, es la primera vez que se publica en español
ESTRIBILLO
¡Gloria a Ti, Señor, porque con tu venida
los pecadores se han convertido de su maldad,
y han entrado a refugiarse en el Jardín del Edén,
que es la Iglesia Santa!
INTRODUCCIÓN
Al nacimiento del Hijo apareció la luz,
y la oscuridad huyó del mundo;
el orbe entero brilló, y se puso a alabar
al Resplandor del Padre, que le había iluminado. Salió del seno de la Virgen,
y cuando apareció se disiparon las sombras;
por él fueron sofocadas la oscuridad y el error,
y resplandecieron los confines de la tierra con cantos de gloria.
Entre las naciones se hizo un gran clamor,
porque había brillado la luz en la tiniebla;
los pueblos saltaron de gozo, glorificando a Aquél
por cuyo nacimiento todos habían sido alumbrados.
Su luz resplandeció en Oriente,
y Persia fue iluminada por la estrella.
Apenas bajó, le dio la buena nueva y la invitó
a venir a su Epifanía, que llena de alborozo al universo.
La luminaria se apresuró a manifestarse
a las tinieblas. Las llamaba
a que vinieran con ella y gozaran
en la luz grande que había descendido a la tierra.
La estrella bajó como mensajera
para anunciar su pregón
a los hijos de Persia: que se preparasen,
pues ya había aparecido el Rey que habían de adorar.
Asiria, la gloriosa, al percibir la estrella,
llamó a los Magos y habló con ellos:
«Tomad ofrendas, e id a rendir honores
al Gran Rey, que se ha manifestado en Judá».
Los príncipes de Persia, exultantes de gozo,
cargaron desde su país con las ofrendas,
y las trajeron al hijo de la Virgen:
el oro, la mirra, y el incienso.
Entraron, y se hallaron con un niño
que vivía en la casa de una pobre mujer;
doblaron sus rodillas, le adoraron, llenos de alegría
y depositaron sus tesoros ante él.
DIÁLOGO
Dice María: «¿Para quién son estas cosas,
y cuál es el motivo, la ocasión
que os ha hecho venir de vuestra tierra
hasta este niño, con vuestros tesoros?».
Dicen los Magos: «Tu hijo es Rey;
Él es quien distribuye las coronas, y el Señor de todo;
grande es su dominio sobre el mundo,
y todo obedece a su imperio».
María: «¿Cuándo se ha visto esto,
que una pobre mujer dé a luz a un rey?
Yo soy una indigente desvalida,
¿cómo va a salir un rey de mí?».
Magos: «Sólo en ti se ha dado este suceso,
que el Gran Rey nazca de ti;
por Él será ensalzada tu pobreza,
pues a tu hijo le están sometidas las coronas».
María: «Yo no tengo los tesoros de los reyes,
y no he sabido nunca lo que era la riqueza;
la casa es pobre y la habitación desguarnecida,
¡no proclaméis que mi hijo es Rey!».
Magos: «Tu hijo es un tesoro grande,
y una riqueza capaz de enriquecer a todos;
los tesoros de los reyes se empobrecen,
pero éste no disminuye, ni hay medida para él».
María: «Averiguad, no vaya acaso a ser otro
ese rey vuestro que ha nacido;
que éste es hijo de una mujer pobre,
incapaz ni siquiera de ver a un rey».
Magos: «¿Es posible acaso que yerre el camino
la luz que es enviada?
No es la tiniebla la que nos llamó y nos ha traído.
Hemos seguido la luz, y tu hijo es Rey».
María: «Ya veis que el niño está callado,
y que la casa de su madre es menesterosa y pobre;
nada hay en ella propio de un rey.
¿Como va un rey a aparecer en ella?».
Magos: «Vemos que se está quieto, y es manso
el niño, y humilde, como dices;
pero hemos visto también que hace brillar
en lo alto a las estrellas, para que le anuncien».
María: «Tenéis que averiguar, señores,
quién es el rey, y así podréis adorarlo.
Tal vez el camino se ha cambiado,
y es otro el rey ése que ha nacido».
Magos: «Tienes que aceptar, muchacha,
que sabemos que tu hijo es Rey
por la estrella, que no yerra en su curso;
su camino era claro, y ella nos ha traído».
María: «El niño es pequeño, y no tiene
ni trono ni diadema real;
¿qué veis vosotros en él, para presentarle
vuestros tesoros como a un rey?».
Magos: «Es pequeño porque así lo quiso, y porque el niño
ha de ser manso y humilde hasta que se revele;
pero vendrá un tiempo en que todas las coronas
se inclinarán ante él para adorarle».
María: «Mi hijo no tiene ejércitos,
ni legiones, ni filas de soldados;
está tranquilo con la pobreza de su madre,
¿por qué habéis de proclamarlo rey?».
Magos: «Los ejércitos de tu hijo están en lo alto,
y cabalgan llameantes en los cielos;
por uno de ellos, que vino y nos llamó,
está toda revuelta nuestra tierra».
María: «El niño es apenas un recién nacido;
¿cómo podría ser el rey del mundo?
¿Cómo podrá un chiquillo gobernar
a los héroes y a los hombres famosos?».
Magos: «Tu niño es un anciano, muchacha;
anciano de días y anterior a todo.
Adán es mucho más joven que él,
y por él son gobernadas todas las criaturas».
María: «Es muy necesario que expliquéis
y aclaréis todo el suceso:
¿Quién os ha revelado el misterio de mi hijo?Si ya tenéis vosotros un rey en vuestra tierra».
Magos: «También es necesario que nos creas,
que si la verdad no nos hubiera traído,
no hubiéramos venido hasta aquí, por caminos perdidos,
desde el fin del mundo, a causa de tu hijo».
María: «Contadme ahora, como amigos,
cómo sucedió todo el misterio
entre vosotros, allá en vuestro país.
¿Quién os llamó para que viniérais a mí?».
Magos: «Se nos apareció una gran estrella,
mucho más brillante que todas las demás.
Nuestra tierra se encendió con su luz,
y ella nos anunció que el Rey se había manifestado».
María: «No quiero que habléis de estas cosas
en nuestra tierra, no sea que lleguen a oídos
de los reyes del país, y por envidia
pongan en peligro al niño».
Magos: «No temas, muchacha;
tu hijo acabará con todas las coronas
y las pondrá bajo su talón.
No le harán daño por mucho que le envidien».
María: «Me espanta Herodes,
ese perro rabioso, no sea que se agite contra mí,
y desenvaine su espada, y sea cortado
el dulce racimo antes de que madure».
Magos: «No tengas miedo de Herodes,
que su trono está en manos de tu hijo;
a nada que intente, vacilará y será abatido,
y su corona caerá, y será el fin del miserable».
María: «Jerusalén es un torrente de sangre,
en el que los buenos son aniquilados;
si cae en la cuenta del niño, atentará contra él;
hablemos en secreto, no seáis causa de alboroto».
Magos: «Los torrentes todos y las fauces
terribles serán apaciguados por tu hijo,
y se mellará la espada de Jerusalén.
Amenos que él lo quiera, no será muerto».
María: «Los escribas y los sacerdotes de Jerusalén
son expertos en sangre, y si esto les llega,
provocarán una persecución mortal
contra mí y contra mi hijo. ¡Magos, callad!».
Magos: «No pueden los escribas y los sacerdotes
hacer daño a tu hijo con su envidia;
que por él se acabará su sacerdocio,
y serán abolidas sus festividades».
María: «El ángel me reveló, cuando concebí
al niño: «Tu hijo es rey,
y alta es su corona, y no se acabará».
Él me lo declaró, igual que hizo con vosotros».
Magos: «Este ángel, pues, del que tú hablas,
es el que nos llamó a nosotros en la estrella;
se nos apareció para que te anunciemos
que tu hijo es más grande y glorioso que las estrellas todas».
María: «El ángel que se me apareció,
me explicó, cuando me dio la buena nueva:
«Su reino no tendrá fin»;
y yo he guardado el secreto, para que no se publique».
Magos: «También la estrella nos explicó a nosotros
que es tu hijo quien distribuye las coronas.
Sólo que su aspecto se había transformado;
y aunque era el ángel, no nos lo dio a conocer».
María: «Cuando el ángel me dio la buena nueva,
le llamó su Señor, aunque aún no había sido concebido.
Me lo anunció como Hijo del Altísimo,
pero dónde está su Padre, no lo sé».
Magos: «También a nosotros nos proclamó la estrella
que el que había nacido era el Señor de los cielos.
¡Tu hijo gobierna las luminarias,
y no salen si no es porque él lo ordena!».
María: «Os voy a revelar a vosotros
otro secreto, para que creáis:
virginalmente he dado a luz al hijo
que es Hijo de Dios. ¡Id, anunciadlo!».
Magos: «Ya nos había enseñado antes la estrella
que es tu niño más alto que el mundo,
y que tu hijo está por encima de todo.
Él es Hijo de Dios, tal como dices».
María: «La altura y lo profundo dan testimonio de él,
los ángeles todos, y también las estrellas,
que es el Hijo de Dios, y también el Señor.
¡Llevad a vuestro país la buena nueva!».
Magos: «El cielo entero, con una sola estrella,
ha llenado de agitación a Persia, que ya cree
que tu hijo es el Gran Rey,
al que se han de someter todos los pueblos».
María: «¡Llevad un saludo de paz a vuestras tierras,
que la paz se multiplique en vuestro territorio!
¡Apóstoles de la verdad! ¡Que encontréis una respuesta de fe
a lo largo de todo el camino de vuestro viaje!».
Magos: «¡Que la paz de tu hijo nos conduzca
en paz a nuestra tierra, como hemos venido!
Y cuando su poder tome posesión del mundo,
¡que visite y santifique nuestra tierra!».
María: «¡Que Persia se alegre con vuestro anuncio,
y Asiria salte de gozo con vuestra llegada!
Y cuando resplandezca el reino de mi hijo,
¡que ponga su estandarte en vuestra tierra!».
CONCLUSIÓN
¡Que exulte la Iglesia, cuando canta
la gloria del nacimiento del Altísimo!
Los cielos y la tierra se iluminaron en su Epifanía.¡Bendito Aquél, con cuyo nacimiento todo es alegría!
Fin de María y los Magos