Marchando una de humor
El humor, digo yo, debe de ser algo así como el amor, sólo que escrito con h y u… Nos ha parecido que, en vísperas del descanso veraniego, a nadie puede venirle mal una de humor. No estaría mal que, cada día, igual que en los bares te sirven una de calamares, alguien se encargara de aligerar tensiones con una de humor a tiempo. Es lo que, sin más, pretende Alfa y Omega, a estas alturas ya de la película
Como debe de ser muy cierto aquello de Jardiel de que, en el fondo, Dios es un gran humorista, desde que el mundo es mundo los más lúcidos mortales han tratado de comprender, y de explicar… y, sobre todo, de vivir el humor. Yo, la verdad, me quedo con dos: el señor Chesterton, para quien el humor es una sublime forma de inteligencia y de sabiduría, y el reverendo Cabodevilla, que viene a ser algo así como un Chesterton de Tafalla, lo cual tiene su mérito, y cuyos muchos libros, desde el primero al último, son tratados insuperables de humor; en especial, La jirafa tiene ideas muy elevadas, que es un prodigioso estudio cristiano sobre el humor. A estos dos autores pertenece —que su generosidad sepa entenderlo y perdonarme— casi todo lo que aquí se ofrece al relajado lector.
Mister Chesterton fue un maestro en el difícil arte de combinar la lógica y la risa, la diversión y la filosofía, la hondura vital y el tomarse la vida como hay que tomársela. No debería ser difícil, pero lo es. La prueba está en la creciente cantidad de gente cabreada con la que uno se encuentra cada día —uno mismo incluido, claro—. Ya recuerdan ustedes aquella definición, un poco antigua, del español como un señor bajito y permanentemente cabreado. Lo más probable es que sea injusta, como todas las simplificaciones, y más en los tiempos que corren, en los que, como la gente come mucho mejor, ya hay cada vez menos bajitos; pero, oigan, cuando el río suena…
La maravillosa, impagable figura chestertoniana del padre Brown ha logrado conversiones al catolicismo como las de C. S. Lewis o sir Alec Guinness, ¿pero cuántas más que no conocemos? Y, sobre todo, ¿cuántas deserciones, frustraciones y desesperaciones ha evitado? Tengo dos amigos, escribía nuestro don Gilberto: la verdad y Bernard Shaw. Por cierto, otro que tal baila, y que tampoco fue manco en la humanísima e imprescindible asignatura del humor.
Dice José María Cabodevilla —y dice muy requetebién— que, hijo rebelde y aventajado de la inteligencia, el humor se vuelve contra ella, y la desarma. El humor consiste en llevar la razón un poco más allá de lo que se considera razonable, justo hasta ese límite de los cien grados en que el agua empieza a hervir y se evapora. A lo mejor resulta que una de las recetas infalibles para la felicidad —que, dicho sea de paso, nada tiene que ver con eso que los políticos tratan de vendernos rimbombantemente como el Estado del bienestar, y habría que preguntarles rápidamente que ¿el bienestar de quién?— está en algo tan sencillo y elemental como desenrazonarnos todos un poquito, y perdonen el palabro. Sí: estamos todos o quieren tenernos a todos tan enrazonados, que el desenrazonador que nos desenrazone, buen desenrazonador será… Bueno, es un modo de hablar, porque ¿dónde ha quedado la razón en estos tiempos del tarot y los horóscopos?
Los filósofos, aunque mucha gente no pase a creerlo, le han dado y le siguen dando muchas vueltas a esto del humor. Es sabido que los filósofos le dan muchas vueltas a todo. Por lo visto es su obligación, claro; pero Cabodevilla ironiza que el filósofo es un especialista en generalidades: cada vez sabe menos de más cosas, hasta que llega a no saber nada de todo. Díganme ustedes si la cosa se puede expresar mejor y con más humor…
Más de cuatro se dirán para sus adentros, y puede que hasta para sus afueras: Pero, bueno, vamos a ver: ¿qué pintan unas páginas sobre el humor un semanario de información religiosa? Con la de problemas y cosas serias que hay en el mundo…
¿Han pensado que el humor es, seguramente, una de las cosas más serias que hay en el mundo; y más necesarias? Si no lo fuera, ¿se ocuparían de él los filósofos? ¿Y esos insuperables editorialistas que suelen ser los humoristas de los periódicos?
¿Y los teólogos? Sí, sí, señores: los teólogos. Verán. Cabodevilla se lo ha estudiado a conciencia y ha llegado a la conclusión de que algunos teólogos suelen interesarse más por la teología que por la fe propiamente dicha, lo mismo que algunos políticos se ocupan de política más que del país propiamente dicho. Se han escrito miles y miles de obras teológicas, pero gran número de ellas no sobre Dios, sino sobre la teología. Dios nos libre de los teólogos que sufren deformación profesional. No todos los teólogos son iguales. Los hay que, por ser muy dóciles al Magisterio, se creen santos; otros hay que, por ser muy críticos, se creen inteligentes.
No sé si Kierkegaard se distinguía demasiado por su sentido del humor, pero dejó escrito que, en la vida del espíritu, hay tres estadios: el estético, el ético y el religioso, y sólo se puede pasar del segundo al tercero a través del humor. Humor y fe acaban revelándose grandes aliados. Y no sé tampoco si Cabodevilla o Chesterton, o los dos, que en el fondo viene a ser lo mismo, glosaba la afirmación de Bruce Marshall de que la religión de un hombre no empieza a ser sincera hasta que no es capaz de hacer chistes con ella, observando que sobre Inglaterra hacen humor constantemente los ingleses, pero los anglófilos, jamás. Y, para predicar con el ejemplo, contaba un chiste, claro: En cierta ocasión jugaba Jesucristo a la baraja con sus apóstoles. San Pedro sacó cuatro ases y los plantó sobre la mesa, satisfecho y orondo; pero Jesús fue y sacó cinco ases; y san Pedro comentó: Hombre, como milagro está muy bien; pero como juego es una chapuza, ¿eh?
El humor tiene que ver una barbaridad, aunque no lo parezca, con el realismo más práctico. Ya recuerdan ustedes aquel episodio maravilloso de nuestra santa Teresa; en pleno invierno, la carreta en la que la monja andariega va y viene a sus fundaciones se queda atascada en el barro, y ella da con sus huesos en el agua helada. Así trato yo a mis amigos, le dice el Señor en aquel momento; a lo que, ni corta ni perezosa, la santa replica: Así tiene tantos Vuestra Divina Majestad… Bueno, pues Teresa de Cepeda y Ahumada era un prodigio de realismo: a sus monjas, cuando decían padecer languidez de espíritu, les mandaba comer más.
No hay descreído que no crea algo, ciertamente. En cuanto decae lo verdaderamente religioso, ¿no han visto ustedes cómo proliferan los cartomantes, magos, astrólogos, adivinos y otras yerbas? El biólogo ateo Rostand afirmaba que los creyentes no piensan tanto en la presencia de Dios como los no creyentes en su ausencia. ¡Ah, si fuera al revés, otro gallo nos cantara…! Y ya es sabido —también lo ha constatado Cabodevilla— que algunos ateos prefieren llamarse agnósticos aunque sólo sea por amor a las palabras esdrújulas. Si no fuera salirse del tema, a mí me chiflaría dar algún nombre que otro…
En una contraportada de Alfa y Omega recogimos hace algunos meses aquello, tan exacto, sobre las cosas que tiene la estadística moderna: Si los creyentes afirman que Dios existe y los ateos lo niegan, estadísticamente Dios sólo tendría que existir en días alternos. No hay nada como el sentido común que es, en resumidas cuentas, saber tener la cabeza en su sitio, y los pies, en el suyo. Chesterton escribe: Dios hizo al hombre de modo que pudiera ponerse en contacto con la realidad, y a quienes Dios ha juntado, que no los separe el hombre. Ciertamente, por separarlos, nos pasan a los hombres tantas cosas… Y él arguye así de finamente: La mayor parte de las filosofías modernas no son filosofías, sino dudas filosóficas; es decir, dudas sobre si puede haber alguna filosofía. Y, claro, obviamente así no vamos a ninguna parte…
Sobre el humor de Dios —repito: amor con h y con u—, habría que hablar largo y tendido. El hecho es que a los teólogos de arte y ensayo esa expresión del humor divino que es el milagro les pone de los nervios. A Dios hay que pedirle cosas imposibles. No se le puede molestar con bobadas. Con tanta razón y tanta lógica —por cierto, ¿dónde quedaron?—, y tanta ciencia —¿o pseudociencia?—, el hombre moderno ha perdido de vista lo esencial: ¿para qué?, y confunde lo verdadero con lo verosímil o lo verificable. Así se pierde casi todo lo mejor.
Este verano, en la playa o en la montaña, no olvide usted algo que quizás estamos olvidando todos, y así nos luce el pelo; primero, un poquito de la necesaria humildad. No sea usted como un obispo al que yo conozco que dice: A mí, a humilde no hay quien me gane. No sea insoportable, ni pijo. No sea snob, que ya sabe usted lo que significa: el que se las da de noble siendo plebeyo. S. nob: sin nobleza. Y, luego…, no olvide de asombrarse, de llenarse de estupor ante las maravillas creadas por Dios, empezando, claro, por los seres humanos. Lo maravilloso, si usted se fija bien, suele ser bastante más habitual de lo que nos creemos. Y tómese la vida con humor, hombre…
Un viejo colega mío de redacción, que siempre se la tomaba así, vio entrar un día a otro común amigo con muletas y con las dos piernas enyesadas a causa de un accidente y, sin más, de buenas a primeras, le preguntó: Oye, Miguel, y ahora ¿con qué vas a escribir? Miguel, que hacía tiempo que no tenía la menor gana de risa el hombre, se desternillaba.
Dice Cabodevilla —y termino—: Algo ocurre en el alma de un niño el día que deja de preguntar «qué es esto», y empieza a preguntar «para qué es esto». Lo más importante de la vida no tiene utilidad. Tiene sentido. Aprenda a reírse de sí mismo. Lo otro es pecado. Chesterton —y ahora sí que termino— escribió que Satanás cayó by force of gravity. Con esta palabra de doble sentido designaba él la esencia del pecado. Dios tiene la curiosa manía de elegir lo débil para humillar al que se cree fuerte. Para reír, hace falta tener confianza en Alguien superior a nosotros. Eso es lo principal: dejarse en paz, sin nervios, sin histerias, sin stress, en las manos de Dios. Total, lo quiera usted o no, le guste o deje de gustarle, al final, el que ría el último reirá mejor. Y es siempre Dios el que ríe, porque nos ama, y quedamos en que humor no es más que amor con h y con u.