Marc es el mayor de siete hermanos. Está en tercer año de Secundaria. Le sigue un hermano que está en primero de Secundaria (estudia una opción técnica en la ciudad), cuatro hermanos en Primaria y un bebé. Su padre murió en marzo, cuando yo estaba en España. Llevaba enfermo desde septiembre, y fue de un hospital a otro, con muchas dificultades económicas y problemas familiares. El otro día me contaba cómo su padre, viendo que la muerte estaba cerca, le dijo: «Hijo, estoy muy contento de verte y te quiero mucho. Yo confío mucho en ti. Ayuda a nuestra familia».
Conozco a su madre, porque siempre viene a las asambleas de padres con el bebé a la espalda, y porque se interesa mucho por los estudios de su hijo. Ella es policía y gana al mes 64 dólares. Ahora solo le queda ese salario, y con eso hay que comer, vestirse, pagar la escuela cada mes, los gastos de cuidados médicos… un saco de harina cuesta actualmente en 20 dólares. Gracias a Dios, el padre de Marc había puesto la casa a nombre de la esposa, así que al menos no han perdido el hogar, cosa que pasa otras muchas veces. Marc me decía que su madre tiene ahora toda la esperanza puesta en él, porque es el mayor. Y Marc quiere estudiar para poder, en unos años, ayudar a su madre y a sus hermanos. De momento, estudia en la Sección Comercial-Informática y, además, es interno. Al escucharle, me parecía como si el niño hubiera crecido de golpe, porque me hablaba de su padre con un nudo en la garganta y una pena honda en el corazón, pero a la vez oteaba el horizonte como quien se siente ahora, y lo es, el hombre de la casa.
Marc puede es un chico con suerte y con futuro porque alguien, que ha querido permanecer en el anonimato, le va a ayudar a perseguir su sueño con una beca anual. Yo creo mucho en ese amor hecho de cosas pequeñas. Creo que nada se pierde, ningún gesto de amor, como el de la Verónica que enjugó el rostro de Jesús y que ha atravesado los siglos hasta llegar a nosotros. El Papa Francisco, inspirado en una peli de Fellini, decía en la homilía del Domingo de Resurrección que somos como piedrecitas, y que a veces podemos tener la impresión de que no servimos para nada en un mundo donde hay tanto sufrimiento y tanto dolor. Pero no. No es así. Porque nosotros, piedrecitas, estamos unidos a la Piedra Angular que es Cristo. Y como decía también el Papa en la vigilia de Pascua, donde está Jesús hay una vida que nos está esperando. Podemos ayudar a otros a tener esperanza y educación, a no tirar la toalla ante las dificultades de la vida… podemos soñar juntos y hacer nuestros sueños realidad.