Maravillas en el corazón
Solemnidad de Pentecostés / Evangelio: Juan 20, 19-23
El Señor realiza en el corazón de sus fieles las mismas maravillas que obró en los comienzos de la predicación evangélica. La solemnidad de Pentecostés trae maravillas divinas al corazón humano. Jesús resucitado cumple la promesa hecha a los discípulos antes de su muerte: pide al Padre que envíe otro Defensor, el Espíritu Santo. En la tarde del día de la Resurrección, Jesucristo derrama el don del Espíritu sobre los apóstoles, anticipando la efusión del día de Pentecostés. La efusión espiritual e invisible se realiza con un gesto material y sensible: Jesús sopla sobre los discípulos. Si con un soplo el hombre moldeado del barro recibió la vida de Dios, con un nuevo soplo el hombre recibe ahora al Señor y Dador de vida. El Evangelio del domingo de Pentecostés nos permite reconocer algunas de las maravillas que el Espíritu Santo obra en el corazón de los fieles. Podemos destacar cinco.
La primera maravilla se refiere al encuentro renovado con Jesucristo. El Espíritu Santo, que el Hijo pide al Padre para sus discípulos, garantiza el encuentro vivo con el Señor mientras caminamos en este mundo, hasta que Él vuelva. La promesa de no dejarnos solos, Jesús la cumple primeramente con el don del Espíritu Santo. La imitación, seguimiento y configuración a Cristo, que caracteriza la vida cristiana, es siempre ejercicio de docilidad a la acción del Espíritu Santo.
La segunda maravilla tiene que ver con el don de la paz. El apóstol san Pablo recuerda que la paz es fruto del Espíritu Santo. El saludo propio del cristiano es el beso de la paz. El Espíritu pone paz en el corazón y convierte en constructor de paz a quien le es dócil. La paz del Espíritu es tranquilidad del orden, sosiego en el progreso, concordia en las relaciones, serenidad en el ánimo. Quien protege la paz, camina en el Espíritu.
La tercera maravilla es alegría colmada. También la alegría es fruto del Espíritu. Jesucristo quiere para los suyos alegría completa. El don del Espíritu Santo nos trae la alegría plena, esa que se alcanza como regalo del Señor, quien derrama su gozo en nosotros para que el nuestro llegue a plenitud. La alegría del Espíritu hace fuertes en medio de la debilidad y el sufrimiento, transmite esperanza a quien desespera, otorga luz a quien vive en tinieblas, aleja miedos, rebosa ante la belleza.
La cuarta maravilla es la pertenencia a la misión salvadora del Redentor. Antes de derramar el soplo del Espíritu, Jesucristo anuncia el envío de los discípulos. La misión recibida del Padre se extiende a los discípulos del Hijo por la acción del Espíritu. Los discípulos son enviados, como el Padre envió al Hijo, para llevar al mundo entero la Buena Nueva de la salvación. El Espíritu Santo convierte al discípulo en apóstol, haciendo de él un testigo del Señor.
La quinta maravilla, en fin, se refiere al perdón de los pecados. El domingo de Pascua, Jesús resucitado constituye a los apóstoles en portadores de su perdón. El Espíritu Santo los capacita para llevar a cabo una tarea exclusiva de Dios. La docilidad al Espíritu Santo lleva a buscar el perdón y la reconciliación ahí donde el Señor ha querido depositarlos, en los ministros que actúan en su nombre. El amor de Dios derramado con el Espíritu Santo es mayor que los errores y pecados del ser humano. El corazón perdonado atestigua las maravillas que el Espíritu Santo obra en él.
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
«Paz a vosotros».
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».
Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».