Manuel Barrios: «Hay chantajes, pero no queremos una Europa de muros»
Representantes de COMECE, CCEE y el SJR debatieron sobre El futuro de Europa y la aportación de la Iglesia en el ámbito de las migraciones
Un domingo, cuando el sacerdote Luis Okulik se dirigía a celebrar Misa en un convento de una localidad del norte de Italia, vio a un grupo de militares rodeando a varios migrantes recién llegados a la ciudad. Una hora después, había también una ambulancia. Había tenido que llevar al hospital a «un muchacho de 17 años que había tenido un ataque de hipotermia». Estaba muy débil después de no haber comido nada en bastante tiempo y hacer la última etapa del trayecto descalzo porque «les habían robado los zapatos».
Al coordinador del grupo de consultores jurídicos del Consejo de Conferencias Episcopales de Europa (CCEE) le impactó tanto que, al celebrar Misa más tarde en su parroquia, planteó: «¿Qué significa para nosotros que pase esto a 200 metros de nosotros hace una hora? Sabemos que pasa», pero es como si se viera en la televisión. Okulik compartió esta experiencia en el webinario El futuro de Europa: Iglesia católica y migraciones, organizado por Justicia y Paz.
«La Iglesia, sobre todo en Europa, ha tenido siempre una gran disponibilidad hacia la situación de los migrantes», recordó. Pero apuntó a una cierta falta de comprensión y acogida que se ve en las comunidades cristianas en los últimos años. Él ha sido testigo de ello incluso entre personas mayores que «fueron prófugas en el tiempo de la guerra».
El desafío del diferente
Cree que se produjo un cambio en torno al año 2000, cuando una inmigración mayoritariamente cristiana (de América Latina o Europa del Este) empezó a incluir cada vez más «gente de cultura y religión muy distinta, como puede ser la musulmana». Esto puede resultar «difícil de aceptar» en las comunidades cristianas. Además, en un mundo lleno de «desafíos y dificultades» que parecen acumularse, se está generando «mucha perplejidad» e «inseguridad». «Seguramente no hay mala fe, son dificultades que tenemos que tratar de entender y acompañar».
Hoy en día, añadió Manuel Barrios, secretario general de la Comisión de las Conferencias Episcopales de la UE (COMECE), se está dando mucho peso en ámbitos católicos al «tema de la identidad» cristiana de Europa y a su pérdida. Es una de las cuestiones en las que, reconoció, «hay que hacer un proceso de conversión personal y comunitaria».
Alberto Ares, responsable del Servicio Jesuita al Refugiado en Europa, apuntó también cómo «el individualismo, que afecta a muchos aspectos de la vida social, también se da en la Iglesia». Y continuó: «Necesitamos un cambio en el marco de discusión. No podemos seguir hablando solo del otro y de nosotros, tenemos que aprender a construir un nosotros desde nuestro propio desarrollo como sociedad, como Iglesia, como humanidad».
Datos… y ojos contemplativos
De los 450 millones de habitantes de la UE, 37 millones no han nacido en sus países, explicó el jesuita. A este 8,2 % se suma un 0,6 % adicional de refugiados. Sin la llegada de inmigrantes, en 2020 «la UE habría perdido medio millón de población». Llegadas que, en más del 95 % de casos, se produjeron de forma regular. Solo hubo 125.100 entradas irregulares.
Ares recordó estos datos para tratar de combatir algunos prejuicios. Con todo, subrayó que además, «como Iglesia tenemos una llamada a descalzarnos, ponernos de rodillas y mirar la realidad con los ojos contemplativos de Dios».
Por otro lado, el jesuita resaltó que si bien las comunidades cristianas a veces caen en la tentación del rechazo al extranjero, «en las fronteras de Europa la Iglesia está haciendo un esfuerzo ímprobo». Citó por ejemplo las comunidades polacas que se están acercando a la frontera con Bielorrusia «y que se han encontrado a personas muertas».
Un pacto de migración «cortoplacista»
Durante el webinario se debatió sobre el papel de la Iglesia a la hora de influir en la política migratoria de la Unión Europea. Barrios explicó que «COMECE hace presente de forma oficial a la Iglesia ante las instituciones europeas». Mediante contactos personales, eventos, consultas y declaraciones, su función es «dialogar con ellas de forma que podamos contribuir desde la doctrina social de la Iglesia a las propuestas legislativas y políticas que se hacen».
Una de las iniciativas de más peso en los últimos tiempos es la propuesta para un Pacto sobre Migración y Refugio. El responsable del SJR lamentó que «el acento se sigue poniendo en el cortoplacismo, en salvar la presión y el bloqueo de algunos estados», sin consenso ni «una mirada integral a medio y largo plazo». Más en general, Barrios reconoció que últimamente se ven «problemas de seguridad y de chantaje» como el que ha ejercido Bielorrusia. A pesar de ello, «no queremos una Europa de muros, que desgraciadamente se están construyendo y aumentando».
A este respecto, las recomendaciones de COMECE pasan por la necesidad de crear «un mecanismo de solidaridad y reparto de responsabilidades justo, fiable y previsible»; «fomentar compromisos regionales y nacionales claros sobre las plazas disponibles para el reasentamiento»; «incrementar vías complementarias como los patrocinios comunitarios y privados», en los que puedan participar también las iglesias, y atender la salud mental de los migrantes y refugiados.
Acoger sin «esperar a las leyes»
Además, consideran necesario «promover una cultura del encuentro fraternal» y «preparar a las comunidades locales para el proceso de integración». En cuanto a qué papel pueden jugar estas en un marco legislativo adverso, como el que en algunos países penaliza la asistencia a los migrantes, Okulik advirtió del riesgo de dejar que eso lleve a la resignación y la indiferencia.
Frente a ello, «tratar de hacer todo lo que esté a nuestro alcance para dar una respuesta es muy importante. Precisamente en este trabajo de acercarnos a quien sufre» se pueden empezar a cambiar al menos las actitudes. Y tal vez más, porque «todo lo que podemos hacer nos ayuda a demostrar que con inteligencia la caridad cristiana puede no solamente ser asistencia sino también un modelo de fraternidad que puede forjar la vida social».
Cuando la Iglesia no comparte determinadas políticas migratorias, añadió Okulik, «más que entrar en una guerra cultural es mucho más concreto y eficaz» promover iniciativas como los corredores humanitarios. Esta propuesta que acordó que Italia admitiera la entrada legal de grupos de solicitantes de asilo demuestra que no hace falta «esperar a las leyes. Cuando nos comprometemos, a través del propio compromiso ya hacemos ver que es posible».