Manos Unidas ayuda a rescatar a los niños de la calle en Varanasi. La revolución del amor
Una de las salidas de la estación de tren da al centro de Varanasi; la otra, al infierno, a un inmundo slum (poblado de chabolas), donde viven unas 200 familias y decenas de personas sin hogar entre escombros, basura y desperdicios. La Hermana Manju y el padre Abhi han puesto en marcha la única ONG presente en ese lugar: DARE (Development Association for Research & Empowerment)
Anita empezó a encontrarse mal. Se sentó a descansar en un rellano de la estación, se recostó y ya no volvió a levantarse. Tenía 30 años, y el rostro de una mujer de 50. Ocurrió el 25 de mayo. Alguien se paró a fotografiar la escena de los tres niños junto a su madre muerta. En la mirada de Gopal, de 4 años, se ve miedo, tristeza, desorientación… Su hermana Roshani, de 3, llora. El pequeño, un bebé de 4 meses, duerme ajeno al drama, recostado sobre el brazo de Anita. Un grupo de niños corre a avisar a la Hermana Manju y al padre Abhi. Cuando llegan, el bebé ha desaparecido. En el mercado ilegal de adopciones, se pagan hasta 200 mil rupias por un bebé varón (400 mil de las antiguas pesetas), una fortuna. Nadie responde por los dos mayores, así que los religiosos se hacen cargo. Hay suerte: dos meses después, una familia les adopta. Los niños están bien, según las últimas noticias.
Servicio 24 horas al día
La asociación DARE (Development Association for Research 6 Empowerment) se creó en 2010, bajo el paraguas de la Indian Missionary Society (IMS), casi por accidente. La culpable fue una niña llamada Preeti. Ahora tiene 10 años. Saca buenas notas en el colegio, se le da muy bien la música y se la ve una niña feliz. Sister Manju, de la Congregación de la Reina de los Apóstoles (con sede en Viena), la recogió de la estación, donde su madre le obligaba a pedir limosna. La llevó a una residencia de unos religiosos, pero la chica se escapó. Se fue de la ciudad, pasó un tiempo en otro hospicio y, después de un tiempo, nadie sabe cómo, volvió a Varanasi, buscando a Sister Manju. Se hizo un sitio para ella en la casa.

Preeti es ahora la decana de un grupo de unas 30 niñas. Duermen en una sala sobre colchonetas, la misma donde se les da clases de apoyo. Por las mañanas, van a una escuela pública cercana. DARE tendría que haber abandonado este local en abril. El padre Abhi busca desesperadamente una nueva casa, a ser posible cerca de la estación y con espacio para 50 chicas, aunque no es fácil encontrar una vivienda de esas características a un precio razonable. Muchos meses, parece que ni siquiera va a haber dinero para dar de comer a las chicas, «pero al final Dios siempre provee», dice el sacerdote. La principal fuente de ingresos para los proyectos de la IMS con niños de la calle es Manos Unidas; también hay un grupo de familias benefactoras en Bélgica.
La última niña que ha llegado a la casa es un torbellino de vitalidad. Se llama también Preeti y tiene 3 años. Ahora sí los aparenta. El día de su rescate, el 9 de octubre, parecía casi un bebé, con su cuerpo desnutrido y diminuto, dormitando en los brazos de Sister Manju. Su padre, de profesión ratero, y su madre, vendedora ambulante de fruta, se la entregaron a la religiosa. La Presidenta de Manos Unidas presencia la escena. No parecía una despedida. No hay sombra de tristeza. Sus padres están muy contentos de darle una vida mejor. Además, podrán verla todas las semanas.
El hermano de la niña, de dos años, fue robado dos meses atrás por unos desconocidos. El crimen se frustró gracias a que los niños del slum dieron aviso a DARE. El chico fue devuelto sano y salvo a su hogar, a su chabola de palos y plásticos, entre ratas y basura y heces de animal. Los recursos son limitados, y la organización se ve obligada a acoger sólo a niñas, que son quienes tienen un porvenir más oscuro. «Por niños como él, no podemos hacer más», dice Sister Manju.
Sus palabras no son del todo ciertas. La monja conoce a todos y a cada uno de los chicos del slum por su nombre. Todos tienen su número de teléfono, disponible las 24 horas del día. Pasa noches enteras acompañando a chicos enfermos, llevándoles al hospital, rescatándoles de algún apuro… Si alguno tiene problemas graves, se les busca un hueco en la casa. Los sábados, los chicos pueden ir allí a lavarse, comer, ver una película, jugar… «Vienen a hacer cosas de niños», apostilla.

No están acostumbrados a ser tratados como niños. Desde los 3 años, se les obliga a mendigar, a robar, a trapichear… La principal actividad económica del slum es la recogida de botellas vacías de plástico: por 45 botellas (un kilo) se pagan 30 rupias (60 pesetas). Algunos chicos se prostituyen en los lavabos de la estación. Prácticamente todos han sufrido en algún momento abusos. Las palizas son para ellos rutina cotidiana. Para evadirse, beben y esnifan productos químicos y drogas. Los recién llegados tienen que pasar el obligado bautismo de fuego de saltar entre trenes en marcha. Por eso, hay tantos chicos con miembros amputados. A algunos, les han mutilado sus propias familias para enviarles a pedir dinero.
Requisito: querer ayudar
En julio, se incorporó al equipo de DARE la hermana Annies, enfermera, que visita a los chicos del slum, y da clases de apoyo en el centro. También echan una mano seminaristas de la Indian Missionary Society. Pero la mayoría de colaboradores tiene como única cualificación haber sufrido mucho y querer ayudar a los demás. Está Rakhi, una mujer de 33 años, abandonada por su marido y por el resto de su familia, a la que DARE ha acogido en la casa. Y desde mayo, hay dos chicas de 19 años, que se escaparon de casa cuando tenían 9, huyendo de sus respectivos padres, que las violaban. Sus ojos han visto todo tipo de miserias humanas, pero ahora han vuelto a estudiar. Viven en la comunidad y se encargan de visitar a los niños del slum. Allí, entre los colaboradores locales, cuentan con Rayú, líder pandillero de 15 años, huérfano, que ha llevado a muchos niños al centro. Sister Manju le trata con enorme ternura. Él se deja. Por un rato deja de ser ese joven duro al que todos los chicos respetan. La enorme sonrisa de la religiosa le ha desarmado. «¿Cómo puede sonreír siempre, Hermana?» Ella responde: «A los chicos les gusta».

Todos han sufrido mucho. Ahora todos cuidan de todos lo mejor que pueden. En un lugar donde hasta las personas son mercancías que se compran y se venden, DARE ha hecho del amor una nueva moneda de cambio: gratis se recibe, y gratis se da. Hace unas semanas, los niños del albergue fueron a repartir dulces a los presos de una cárcel. Fue una experiencia hermosa que va a tener continuidad.
Al frente del proyecto, está el padre Abhishiktanand, también responsable de Misión de la IMS, y uno de los 3 consejeros que asiste al Superior General su congregación. Su nombre de Bautismo, el que le dio su familia en Kerala, es Emmanuel George, pero el día de su profesión religiosa, antes de partir a la misión en una diócesis en la que el porcentaje de católicos no llega al 0,1 %, lo cambió por un nombre hindú, para adaptarse a la realidad cultural y religiosa del norte de la India: Abhishikt significa el ungido, y Anand, felicidad. En enero, celebra sus Bodas de Plata sacerdotales.

El slum de Charbuya Shaid, junto a la estación de tren de Varanassi, es uno de los alrededor de 220 que existen en la ciudad. Acogen a más de un tercio de los habitantes de la ciudad, el doble del promedio nacional, un sexto de la población urbana de la India.
Manos Unidas está presente en 20 slums de Varanassi a través de la Indian Missionary Society, fundamentalmente en proyectos de educación no formal, dirigidos a unos 700 niños, a los que se intenta, poco a poco, escolarizar. En mitad de esos infectos lodazales, los chicos aprenden a leer y a escribir en improvisadas aulas a cielo descubierto, como la que se ve en la foto. A través de ellos, se llega a sus padres, para impartirles nociones básicas de salud e higiene, orientación laboral y legal, promoción de la mujer…
Los slums son un campo de acción pastoral prioritario para la Iglesia en la India. El cardenal Divas, Presidente de la Conferencia Episcopal, y uno de los ocho purpurados del Consejo que asiste al Papa Francisco, visitó hace unos días el slum de Dharavi, en Bombay, conocido por ser el mayor de Asia. Desde allí, el cardenal lanzó una campaña nacional, mediante la cual, durante el tiempo de Adviento, la Iglesia pretende despertar la conciencia ciudadana sobre el chabolismo en el país.