Mancos al Cielo - Alfa y Omega

Mancos al Cielo

XXVI Domingo del tiempo ordinario

Juan Antonio Martínez Camino
'Jesús habla con sus discípulos', James Tissot, Museo de Brooklyn (Nueva York). Foto: Museo de Brooklyn
Jesús habla con sus discípulos, James Tissot, Museo de Brooklyn (Nueva York). Foto: Museo de Brooklyn.

La semana pasada leí un titular que decía: «No sabemos cómo el Big Bang ha creado el universo». Es asombroso. Con tal de obviar que existe un Dios creador, hay bastante gente que parece dispuesta a escribir cualquier sinsentido. No es fácil pasar por alto que el mundo es creación. La misma palabra «crear» forma parte de nuestro lenguaje, porque este nació en el marco de la fe en un Dios que ha llamado al ser a lo que no era; es decir, que ha creado todo lo que existe de la nada. La moda impone no hablar de Dios. Sin embargo, difícilmente podemos prescindir de esa idea tan nuestra de la creación. Pero si no es Dios el creador, ¿quién podrá ser? ¿Esa criatura del hombre llamada Big Bang?

Hoy vivimos en una cultura que lleva siglos tratando de pensar un mundo sin Dios. Un mundo sin Dios es un mundo sin origen personal. Es un mundo que no se debe a ninguna libertad creadora ni a ningún plan inteligente y amoroso de nadie. La alternativa tal vez más extendida postula que la naturaleza es un montón de casualidades fruto de la organización azarosa de la materia. El único capaz de poner orden, el único inteligente sería el ser humano. Todo está, por tanto, a su disposición, sin límite alguno más que su propia voluntad. Es la antropología del superhombre, que, liberado de los sueños religiosos del pasado, impondría, por fin, su poder a la naturaleza para someterla por completo a su servicio.

En Laudato si, su encíclica ecológica «sobre el cuidado de la casa común», el Papa Francisco denuncia con fuerza este error básico de la cultura moderna dominante. Si obviamos al Creador –dice muy bien el Papa– entonces nos ponemos nosotros en su lugar. Pero esta impostura ha llevado a la Humanidad a una «espiral de autodestrucción». El hombre esclavo del «paradigma tecnocrático» ha pensado que no hay ningún límite a su voluntad de poder sobre el mundo. Como si la naturaleza fuera propiedad suya, mera materia bruta, olvidando que es un regalo que ha recibido y que habla un lenguaje que refleja la inteligencia y el amor de quien lo ha creado.

El superhombre quiere explotar el mundo a tope. No conoce otra cosa. El mundo no le dice nada; solo se le presenta como objeto de explotación. Para él no hay ninguna meta superior a la que aspirar. Es un hombre fabricador, un hombre técnico. El superhombre es ciego y sordo para el lenguaje del bien, de la belleza, de la verdad que en realidad habla la creación entera. Por eso la violenta y va camino de destruirla; y a sí mismo con ella, empezando por los más débiles.

El Evangelio, en cambio, nos habla de la buenísima noticia de la Vida, de la vida divina, de la que toda vida de este mundo es participación y reflejo. Es la Vida por la que merece la pena el sacrificio pasajero y la renuncia voluntaria incluso a algunas cosas buenas de este mundo maravilloso de Dios. Porque este no florece más que a la luz de la Vida. Y puestos ante la tesitura de tener que elegir, es preferible ir mancos o cojos al Cielo, que estarse con los dos brazos o los dos pies en el infierno de la autodestrucción irreversible.

Evangelio / Marcos 9, 38-48

En aquel tiempo dijo Juan a Jesús:

«Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros».

Jesús respondió:

«No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro. El que os dé a beber un vaso de agua porque seguís al Mesías, os aseguro que no quedará sin recompensa.

Al que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar. Si tu mano te hace caer, córtatela: más te vale entrar manco en la vida que ir con las dos manos al abismo, al fuego que no se apaga. Y si tu pie te hace caer, córtatelo: más te vale entrar cojo en la vida que ser echado con los dos pies al abismo. Y si tu ojo te hace caer, sácatelo: más te vale entrar tuerto en el reino de Dios que ser echado al abismo con los dos ojos, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga».