2.000 años de valores y doctrina cristiana no han bastado para liberar a los cristianos indios del injusto y denigrante sistema de castas.
En un pueblo de la católica Goa murió un pobre hombre de la llamada casta baja. El joven párroco, bien instruido en ideas posconciliares, permitió y ofició en su entierro en el cementerio que hasta entonces había sido reservado solo para las castas altas. Esa noche, un grupo de fervorosos católicos –suponemos que de casta alta– desenterraron el cuerpo y lo arrojaron fuera del cementerio. Menos mal que, en un bien merecido castigo, el patriarca de Goa les cerró la Iglesia por un año y apoyó la decisión del joven párroco de acabar con semejantes discriminaciones.
El cristianismo como religión mayoritaria fracasó en la India hace ya muchos siglos, cuando la Iglesia pactó con el sistema de castas en una complicada y tenebrosa historia que necesita un capítulo aparte. Pero el resultado fue que, cuando el líder de los dalits (castas oprimidas) de la India, B. R. Ambedkar, animó a todos los dalits de la India a abandonar el hinduismo, no les invitó a hacerse cristianos, sino a hacerse budistas.
Mahatma Gandhi, más cristiano que los fervorosos católicos goanos, luchó contra esa discriminación, bendiciendo y oficiando un matrimonio de una pareja de diferentes castas. Eso, y su insistencia de que la limpieza de retretes sea el deber de todos los usuarios y no la exclusiva responsabilidad de una casta oprimida. Es lo que al final le costó la vida a manos de un pistolero contratado para ese fin por los gerifaltes de las altas castas reunidos en Pune, en la sede del Rashtria Seva Sang (RSS), sede donde todavía hoy honran y vitorean al pistolero. ¡Malditas castas!