En la facultad me enseñaron a diagnosticar enfermedades, pedir pruebas y prescribir tratamientos. Sin embargo, nunca tuve una clase de cómo dar malas noticias. No se me olvida la primera vez que tuve que hacerlo. Para eso no estaba preparado; para enfrentarme a esta dura situación solo, sin experiencia. De cómo lo hagamos depende que los familiares acojan mejor o peor la noticia. Cada médico recurre a su bagaje personal. El mío es la fe, saber que la muerte no es el fin, que hay vida más allá y que esa vida es la meta.
Hay pacientes con familia, amigos, etcétera, y hay muchas veces que la persona enferma apenas tiene a nadie. Es importante conocer todo lo que los rodea para hacerte una idea de cómo afrontar la difícil situación.
Esta historia ocurrió hace un tiempo, pero no se me olvidará. Se trataba de un señor mayor que estaba gravemente enfermo. Únicamente tenía a su hija. Y su hija solo le tenía a él. Ambos se cuidaban, se acompañaban. Me gusta mucho hablar con la gente en general, y por ende con mis pacientes. Mis padres cuentan que ya de pequeño hablaba mucho, sobre todo con la gente mayor. Y con mi paciente y su hija también lo hice. El paciente evolucionó mal y a los días falleció. Y aquí podría terminar la historia, como tantas otras finalizan así. Es en este momento cuando concluye la relación médico-paciente: el paciente fallece y ya no hay acto médico.
Un día que estaba en el hospital me vino a ver una señora. Tendría entre 50 y 60 años. Iba de luto riguroso. Quería hablar conmigo. Finalmente la reconocí. Era la hija que había estado acompañando a su padre, mi paciente. Me pidió que le repitiera las palabras que le dije cuando falleció su padre. Me dijo que le habían causado mucha paz y que por el estado de shock no las recordaba, pero que anhelaba esa paz. No recuerdo qué le dije. Seguramente empaticé con su sufrimiento, le hablaría de la vida y de su fin, de la dignidad humana en todas sus fases… Qué difícil conseguir que en un momento de tanto dolor alguien se pueda sentir así de bien. Mis palabras la habían acompañado aquellos meses de duelo.
Como médico, y como ser humano, en los momentos difíciles hay que consolar. El poder de la palabra llega a ser alivio y paz. Hablemos.