Madrid está lleno de verde esperanza
Cerca de 30.000 jóvenes, que colorean de verde esperanza las calles de la capital, llevan meses formándose y trabajando para que los peregrinos se sientan como en casa. Gracias a su labor silenciosa pero efectiva, el engranaje de la Jornada Mundial de la Juventud ha funcionado como la seda. Por eso, el Santo Padre, antes de coger el avión de vuelta a Roma, se encontrará con estos jóvenes, para agradecerles que hayan elegido dar, en lugar de recibir
Colocar duchas adicionales en los colegios y parroquias donde duermen los peregrinos; comprar lonas para tapar los patios en los que se asean los jóvenes -y que no los vea el vecindario-; descargar los paquetes de desayunos y repartirlos cada día, a primera hora; montar las mochilas para los jóvenes que han llegado a Alcorcón… «Nuestro trabajo es asegurarnos de que los colegios e institutos que tenemos asignados estén acondicionados para que los peregrinos se sientan como en casa», explica Corona, responsable de voluntariado de la parroquia Santa Sofía, junto a un equipo de 24 chavales.
Y es que apuntarse como voluntario es ponerse, con los con los ojos cerrados, al servicio de lo que la JMJ necesite. Unas tareas son más agradecidas, como la atención en los actos culturales; y otras, algo menos. Como en el caso de Luis, voluntario con el Movimiento de Cursillos de Cristiandad, cuya tarea es «limpiar los baños de la carpa de Cursillos -que está en uno de los brazos de acceso a Cuatro Vientos, al lado de la parroquia Nuestra Señora del Aire-, además de tener aseada toda la zona donde los peregrinos se duchan», cuenta Luis, que, «si hubiese podido elegir, jamás habría pedido esta tarea, pero como me he puesto al servicio de la JMJ, se ofrece con cariño y ya está». El trabajo de los voluntarios en la carpa también es animar a los jóvenes en su camino hacia la explanada de la base aérea, el sábado por la mañana -y a la vuelta, el domingo-, no sólo ofreciendo un lugar limpio, sino con cantos, testimonios y alegría.
IFEMA, una casa improvisada
Angélica y Marensy, ambas italianas de 16 años, cuchichean sonrientes mientras montan mochilas de la JMJ, que entregan a las interminables filas de peregrinos que llegan, desde Italia, al pabellón de IFEMA para recoger su acreditación. Llevan en Madrid desde el 7 de agosto, trabajando «en lo que nos pidan», cuentan, mientras Fran, un mallorquín de 17 años, que lleva desde el 3 de agosto en Madrid, las ayuda por si se encasquillan con alguna palabra, y recuerda lo importante que es «ver con nuestros propios ojos cómo se vive la fe en todas partes del mundo».
José Luis, sevillano, los cuida y los instruye a la hora de rellenar los cuadrantes de entrega, o ante las dudas de los peregrinos. «Me gusta más dar que recibir», explica el voluntario sevillano, que rápidamente vuelve a su sitio a atender a los jóvenes que se acercan. Son las 12 del mediodía y ya, sólo en el mostrador de idioma italiano, se han repartido 500 mochilas. Y quedan 9 mostradores más, distribuidos por idiomas.
Más de 1.200 voluntarios -casi todos internacionales- llevan desde el 8 de agosto viviendo en IFEMA. Es su casa improvisada: por la mañana, acuden a la Misa de las 7,30 horas en la capilla -también hay por la tarde, para los menos madrugadores-; y, después, cada voluntario se marcha a trabajar a su lugar de trabajo. Al mediodía, comen en dos turnos, vuelven al trabajo y, por la noche, disfrutan de la Adoración eucarística y de tiempo de descanso y expansión, para comentar cómo ha ido el día. Y así, hasta que Benedicto XVI vuelva a Roma. ¿Descansar en verano? ¿Quién lo ha dicho?
¿Cibeles, por favor?
Se les ve a lo lejos. Cinco jóvenes, tres chicos y dos chicas, de pie, con una amplia sonrisa, esperan tras un mostrador. Están en el Intercambiador de Príncipe Pío, lugar de paso de viajeros que llegan desde el sur de la Comunidad de Madrid al centro. Allí, los voluntarios de la parroquia Santa María de Caná, repartidos entre este punto de información y el que está en Moncloa, atienden a todo el que se acerca. «Llevamos aquí una semana y ya han pasado muchísimos peregrinos, y personas curiosas que vienen a preguntarnos qué es todo este tinglado», cuenta uno de ellos. «Nosotros les ofrecemos la agenda de la JMJ, un plano del Metro y, para los que estén más interesados, un CD con los himnos de todas las Jornadas», explica. En los minutos que pasa Alfa y Omega con ellos, más de cinco personas -no peregrinos- que pasan por la estación se acercan a preguntar y se llevan el horario de los actos. Su servicio no sólo orienta a peregrinos, sino a todos aquellos que pasan por allí, como despistados. Muchas veces, no tienen la respuesta a todas las preguntas, pero ése no es su objetivo primordial; sí lo es mostrar su alegría y espíritu de servicio.
No sólo están en la calle, a la vista. La mayor parte del trabajo de los voluntarios ha sido, y es, desde lo escondido. El edificio Apot, en el Campo de las Naciones, centro neurálgico de trabajo de los voluntarios los últimos meses, ha sido un buen ejemplo de ello. Caras sonrientes, un ordenador delante y un ritmo frenético para que todo estuviese a punto era la estampa diaria de decenas de jóvenes. Allí estaba Jayguer, un informático que lleva meses preparándose, en cursos sobre medios de comunicación y redes sociales, para ofrecer la mejor información de la JMJ a los medios de comunicación. Este panameño, que lleva cinco años en España, ha ofrecido a la Jornada su conocimiento, porque «el Señor nos da unos talentos, para ponerlos a su servicio».
El domingo, tras la vorágine de Cuatro Vientos, Benedicto XVI no se marchará sin compartir unos minutos con los voluntarios. El encuentro con ellos, en el IFEMA, será el broche de oro para una Jornada que quedará, indeleble, en muchos corazones.
Miriam, de 21 años y con parálisis cerebral, es una voluntaria de la JMJ que será una de las protagonistas de los eventos culturales, en los que cantará y dará su testimonio. Aunque ya lleva siendo voluntaria mucho tiempo, se la puede encontrar en muchos carteles y vídeos publicitarios de la Jornada.
La joven explica que este acontecimiento eclesial va a ser inolvidable, y recuerda, con gran emoción, la experiencia que tuvo cuando vino Juan Pablo II, en al año 2003. Señala que lo que va a hacer ella es cantar por la vida, y añade: «Me encanta ver a tantos jóvenes de mi misma edad que me apoyan en lo que creo». Ella dice que «el esfuerzo habrá merecido la pena, aunque sólo ayude a una persona».
Respecto a la ayuda que presta a la JMJ, dice que lo hace «porque muchos pocos hacen mucho, como dice un slogan de la Jornada. Es algo que hace mucha falta en España porque nuestro país necesita esperanza, humanidad, coherencia y que vea que la Iglesia somos muchos jóvenes».
Miriam, con un espíritu de servicialidad grande, explica que «el servicio cuesta esfuerzo, pero es un esfuerzo dulce, porque una vez que estás ayudando, vale mucho la pena, ya que lo que te cuesta es la mitad del bien que se hace. Es muy bueno el darse a los demás, ayudarles, hacerles felices, sonreírles. Con mi enfermedad puedo decir que Dios no me ha mandado un problema, sino una herramienta para ser útil a los demás».