Madre Verónica, a los adoradores: «¡Hay tanta hambre del Pan de Vida!» - Alfa y Omega

Madre Verónica, a los adoradores: «¡Hay tanta hambre del Pan de Vida!»

La fundadora de Iesu Communio ofrece una meditación sobre la Eucaristía en el encuentro nacional de Adoración Nocturna celebrado en Valencia

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
La madre Verónica durante su intervención en Valencia. Foto: El Santo Cáliz.

«¿Qué necesidad hay de adorar? ¿Qué es adorar y para qué sirve? ¿No es una actitud de otros tiempos sin sentido para el hombre contemporáneo? ¿Para qué sirve ese sacrificio que hacen, incluso en la noche? ¿Qué valor tiene la oración, las horas gastadas rezando, cuando hay tantas necesidades que socorrer entre los hombres e incluso en la misma Iglesia? ¿No es una forma de huir de la realidad?»: estas preguntas han sido el detonante de una meditación que ofreció el sábado la madre Verónica Berzosa, fundadora de Iesu Communio, con motivo del encuentro nacional de la Adoración Nocturna Española celebrado en Valencia.

«Con frecuencia, creyentes y no creyentes, cuando experimentan la impotencia, llaman a la puerta de aquellos que saben que oran y que también rezan por ellos», dijo la madre Verónica, porque «hacen suyo su dolor y se lo presentan a Dios. Ama a sus hermanos el que ora por ellos».

Por eso, en este mundo en el que «muchos languidecen por la falta de Cristo» y han perdido «el gusto por vivir», «hacen falta más que nunca orantes», añadió.

Así, «aun el hombre más escéptico es tocado y atraído por la belleza y la paz que emana al ver hombres y mujeres profundamente creyentes que se arrodillan ante Dios, con la mirada sosegada fija en Él, con sus manos juntas», señaló.

A todos esos «intercesores que velan en la noche de este mundo para que la vida de tantos no se hunda en la oscuridad de la noche», la fundadora de Iesu Communio les dijo que «claramente no os reunís para llevar a cabo grandes proyectos humanos». Antes bien, «adorar es una necesidad vital de quien ama», es la actitud de alguien «que felizmente reconoce que lo ha recibido todo del Creador».

«No solo anhelamos pertenecer a Dios, sino que también Dios anhela pertenecernos», y además «en la adoración más íntima nadie puede pensar solo en sí mismo», porque «yo no puedo abrazar el mundo entero, pero Dios sí». En este sentido, «mediante la oración perseverante es como puedo hacer míos los sentimientos de Cristo hacia los demás. ¡Hay tanta hambre de Pan de Vida!», dijo la madre Verónica.

Para la religiosa, hoy existe «un pueblo hambriento de panes, pero más profundamente hambriento del sentido y razón de la vida y de la muerte. El hombre, que está hecho para la felicidad, queda atrapado por tentaciones y confusiones, por la soledad y el desamparo. Tantos expresan no saber para qué se levantan por la mañana, para qué luchar y afrontar tantas dificultades…».

Ante esto, «ninguna pobreza impide que volvamos la mirada al Padre y lo esperemos todo de Él. Cuanto más se confiesa el hombre mendigo, más recibe». Así, «nosotros, hambrientos, estamos llamados a saciar el hambre de otros y es así precisamente como somos saciados», dijo a los adoradores.

Ante Jesús Eucaristía, «siempre podemos ofrecernos y rezar por cada hermano, dejarle en Sus manos esperando confiadamente en Aquel que acepta nuestras vidas y oraciones, y tiene el poder de obrar milagros».

«Al corazón no se le engaña, no sigue fábulas ingeniosas, necesita contemplar al Amado», concluyó la madre Verónica, quien agradeció la oración de los adoradores, «mis hermanos en la fe, en quienes veo y me enseñáis que a amar se aprende amando y a adorar se aprende adorando».

La mujer que enseñó a adorar a la madre Verónica

«He compartido a veces con mis hermanas un recuerdo que ha marcado nuestras vidas: la oración de nuestras madres», contó la fundadora de Iesu Communio durante su intervención, dando el siguiente testimonio personal sobre cómo aprendió a rezar:

«Recordaré mientras viva que, cuando me llevaba a la compra con ella, de vuelta a casa entraba en una iglesia cercana y se arrodillaba frente al Santísimo. Clavaba la mirada en Él y, aunque yo no paraba de moverme, ella permanecía quieta, sin impacientarse, mientras yo miraba sus labios que musitaban oraciones en voz baja. Era una visita breve al Santísimo, pero a mí se me hacía larguísima… Al final de su oración, simplemente me decía: “Mira, ahí está Jesús, mándale un beso, dile que le quieres”. Creo que así, tan sencillamente, me enseñó a adorar. Yo miraba donde ella miraba y no podía dudar de que en ese Pan blanco estaba Jesús. Hoy sé que la mirada de mi madre al Señor es mi herencia y que mandar un beso a Jesús iba confirmando mi fe».