Madre María Josefa del Corazón de Jesús, hacia los altares. Amar no es muy difícil
La Madre María Josefa, colaboradora de la Madre Maravillas de Jesús, pasó 66 años en el Carmelo del Cerro de los Ángeles, la casa de Jesús en la tierra. El sábado 1 de junio, tuvo lugar en Getafe la apertura de su Causa de canonización, presidida por el cardenal Rouco
Cuando Carmencita, la última de los seis hijos de la familia Marco Garmendia, cayó en la cama, víctima de una bronconeumonía, su hermana Maribel, que entraría años más tarde en el Carmelo, con el nombre de María Josefa del Corazón de Jesús, aprendió una de las claves de la vida: la reparación por amor. Siempre recordaría el dolor que la pérdida de su hermana causó a su madre, y cómo se dedicó en cuerpo y alma, durante los años de su infancia, a acompañarla, quererla y hacerla feliz. Fruto de esta pérdida familiar fue el darse cuenta de que el amor pasa ineludiblemente por el sacrificio, y que sufrir por amor es amar más. Así, su última noche, desvelaba el secreto de la vida: Entregarse, entregarse de verdad. La madre María Josefa nació el 25 de noviembre de 1915, en Pamplona, hija de Florencio, Registrador de la propiedad, e Isabel. De niña, sus hermanos la llamaban incendiaria, porque un día encendió sin querer el cuarto ropero y tuvieron que llamar a los bomberos. Cuando su madre empezó a llevarla a Misa, no cesaba de importunarla y pedirle: ¡Vámonos, mamá, vámonos! Después contaría el bien que le hizo la lectura de la vida de santa Teresita de Lisieux, inclinándola un poco más a las cosas de Dios.
Sus padres la enviaron a estudiar a Madrid, donde fue testigo de los incendios de iglesias que siguieron a la proclamación de la Segunda República, en 1931. Vio arder la iglesia de los jesuitas, en la calle de la Flor, y la gente haciendo cola cerca para ir al cine; vio también grupos de monjas abandonando sus conventos y buscando un refugio donde alojarse; y cómo la gente iba por la calle blasfemando. «Es indignante, todo el mundo parece loco», escribía a sus padres.
La criatura más feliz de la tierra
De vuelta a Pamplona, entra en Acción Católica y trabaja como catequista de niños sin formación religiosa. Poco a poco, empieza a resonar en ella la vocación religiosa, y empieza a perseguirle la idea de entrar en el Carmelo del Cerro de los Ángeles, lugar que ya había visitado una vez con su colegio. Por entonces, debido a la Guerra Civil, las Carmelitas del Cerro, con la Madre Maravillas de Jesús al frente, se habían refugiado en el desierto de Las Batuecas. Maribel, después de entrar en contacto con ellas, gracias a una vecina que tenía una hija allí, entra finalmente en el Carmelo, el 18 de abril de 1938.
Al finalizar la Guerra, ya en el Cerro, el 26 de junio de 1939 tomó el hábito, con el nombre de María Josefa del Corazón de Jesús. Un año después, hace sus primeros votos y el Señor la visita con la cruz de la enfermedad: «Nunca pensé que mi camino de santificación en el convento fuera la enfermedad; pero como mi felicidad la tengo puesta sólo en Dios, siempre y en todo momento soy la criatura más feliz de la tierra», escribe.
Poco después, sufre la separación de su Madre y maestra, la Madre Maravillas, que marcha a Mancera a una nueva fundación. La comunidad del Cerro la elige, en 1958, Priora; y se dedica a ayudar a las nuevas fundaciones, e incluso al Seminario de la recién creada diócesis de Getafe, con una generosidad sin límites. Lo tenía claro: «La ley de la caridad pide que se dé lo mejor».
Uno de los momentos de mayor inquietud de su vida fue la defensa del legado de santa Teresa ante las iniciativas que, desde el Vaticano, pretendían acomodar las Leyes de las Carmelitas. Luchó denodadamente por conservar la herencia de las Constituciones que santa Teresa dejó, en 1581, a sus hijas. En noviembre de 1989, fue invitada a Roma, y allí pudo escuchar las tranquilizadoras palabras de Juan Pablo II: «Tranquilas, tranquilas, el Papa manda, el Papa vela por las Carmelitas». Un año después, el Vaticano aprobaba su propuesta de Constituciones.
En septiembre de 2003, sufrió una caída que la dejó postrada durante un año. En ese tiempo, tuvo oportunidad de manifestar a sus Hermanas la riqueza de la fe y de la esperanza en que siempre había vivido: «La vida se pasa en un vuelo. Y el cielo… ¡Qué maravilla será el encuentro con el que hemos deseado toda la vida!» Y: «Todo pasa tan deprisa, que dentro de nada estaremos todos juntos bendiciendo estos sufrimientos que nos acercan al cielo». Cuando le preguntaban si tenía ganas de ver al Señor, respondía: «¡Muchas, muchas ganas!» Su deseo se colmó el 2 de octubre de 2004, primer sábado del mes del Rosario, rodeada de toda su comunidad que rezaba y cantaba las oraciones y jaculatorias que más le gustaban. Después de 66 años en el Carmelo, vivió en primera persona aquello que le sugería la Madre Maravillas al poco tiempo de entrar en el Carmelo: «Amar y sacrificarse no es muy difícil, ¿verdad?».