Luz de la Iglesia en el mundo
Los domingos sale de casa con una misión, la de llevar el Cuerpo de Cristo a pequeñas aldeas con pocos habitantes y ninguna parroquia. Pero él no es sacerdote, sino un laico que ejemplifica lo que la Exhortación apostólica Christifideles laici, de Juan Pablo II, recoge del Código de Derecho Canónico como misión del apóstol seglar allí donde, como hoy ocurre con demasiada frecuencia, faltan sacerdotes. El laico no pertenece a la Iglesia, es Iglesia. Tanto, que, sin su acción, «el mismo apostolado de los pastores no podría alcanzar, la mayor parte de las veces, su plena eficacia»
Juan de Pano es esposo y padre de cuatro hijos. Católico, está convencido de que su misión está en su mundo diario. «Mi apostolado consiste en procurar planteamientos cristianos y mostrar mi convicción cristiana allá donde voy». Así era hasta hace cinco años, cuando recibió la llamada del obispo de la diócesis de Barbastro-Monzón: buscaba católicos comprometidos, laicos que pudieran y quisieran llegar allí donde no llegaban los sacerdotes, responsables a veces de hasta más de 20 parroquias diseminadas por la geografía oscense, y dirigir las celebraciones de la Palabra en ceremonias sin presbítero.
«Llevamos la Palabra de Dios a los pueblos donde nos envía el cura y a los que él no puede llegar, y acercamos la Comunión. Lo que siento cuando asciendo en mi coche a nuestro Pirineo llevando a Cristo conmigo, y lo que disfruto anunciando la Palabra de Dios a quienes acuden a mí, es una satisfacción que sólo yo sé», decía el pasado 24 de mayo en el Encuentro del laicado cristiano en Aragón, celebrado a la luz del 25 aniversario de la Exhortación apostólica Christifideles laici, de san Juan Pablo II, auténtica hoja de ruta del apostolado al que están llamados todos los cristianos.
Tras haber asistido a misa en la ciudad, Pablo y otros miembros de este grupo suben al coche y recorren la zona del Pirineo. Las campanas que los improvisados campaneros tocan señalan el comienzo del encuentro. Llegan gentes de aldeas cercanas y, juntos, comienzan a leer el Evangelio. La pequeña comunidad cristiana recuerda, dice De Pano, a la Iglesia primitiva.
La vid y los sarmientos
«A la luz de un candil, de unas velas o del sol de la mañana y en medio de cinco o seis hermanos en Cristo, la lectura del Evangelio sabe a una alabanza nueva y a un sentimiento de intemporalidad y de unión con Él inexplicables». Esa especial unión la define la Exhortación Christifideles laici cuando recuerda que «los fieles laicos, al igual que todos los miembros de la Iglesia, son sarmientos radicados en Cristo, la verdadera vid, convertidos con Él en una realidad viva y vivificante». Decía también el Santo Padre, hace ahora 25 años, que «los fieles laicos deben considerar las actividades de la vida cotidiana como ocasión de unión con Dios y de cumplimiento de su voluntad», así como de servicio a los demás hombres.
A ese laicado comprometido apeló también el Papa Francisco, cuando todavía era el cardenal Bergoglio, tal como recoge el libro El Jesuita: «Nuestros sociólogos de religión nos informan que la zona de influencia de una parroquia es de seiscientos metros a la redonda. En Buenos Aires, la distancia entre una parroquia y otra es, ordinariamente, de alrededor de 2.000 metros. Por eso, una vez les propuse a los sacerdotes que alquilen un garaje y, si encuentran un laico disponible, lo envíen allí a que se quede un poco con la gente, que imparta catequesis y hasta dé Comunión a los enfermos».
Un garaje alquilado, salidas a la calle para evangelizar y llevar el kerygma a quienes no van a la parroquia, visitas a enfermos, labores asistenciales, comedores sociales, noches de adoración… Las oportunidades son casi infinitas y, tanto en España como en Iberoamérica, comienzan a tener cada vez más arraigo. Entre los jóvenes, se va superando el miedo a identificarse como católico y son muchos –Night Fever en Valencia, Totus Tuus en Madrid…- los que salen a las calles, en plena noche de sábado, para animar a los viandantes a pasar unos minutos de adoración al Santísimo.
Esta nueva evangelización hace frente, así, a la incoherencia contra la que alerta el documento pontificio La vocación del líder empresarial, que propone el apostolado también en el ámbito de la empresa: «La vida dividida no está unificada ni integrada. Está radicalmente desordenada y, por tanto, no consigue vivir de acuerdo a la llamada de Dios». Por eso no es creíble un empresario cristiano que no procure el bienestar de sus trabajadores con un salario digno, ni se entiende un trabajador católico que desprecie el esfuerzo. El laico se convierte así en protagonista de la doctrina social de la Iglesia. «Intentamos que la ética esté en el centro de la toma de decisiones, que se tenga en consideración», explica a Alfa y Omega el Presidente de Acción Social Empresarial, don Luis Hernando de Larramendi, que se muestra convencido de que «actuar conforme a los principios de la dignidad humana y el bien común, a veces puede parecer que es más difícil, pero siempre compensa», tal como transmitió, el pasado 5 de mayo, en el acto de presentación del documento pontificio, que contó con la presencia del cardenal Peter Turkson.
Empresarios como Hernando de Larramendi, o parroquianos como De Pano, son ejemplo de ese apostolado seglar que se conmemora este domingo, en el Día del Apostolado Seglar.
Más que no llevar hábito…
Recuerda el cardenal arzobispo de Madrid, don Antonio María Rouco Varela, en el libro de memorias Rouco Varela: el cardenal de la libertad, cómo su maestro Mörsdorf les decía sobre el papel de los seglares en la Iglesia que, según el Código de 1917, «sólo hay dos cánones que se refieren expresamente a los seglares: que no pueden llevar hábito eclesiástico y que reciben de la jerarquía los sacramentos». Era, dice el cardenal, una caricatura, pero reflejaba una realidad que había que reordenar. Había que hacer, señala Rouco Varela, «un Código nuevo, en el que el papel del seglar en la vida de la Iglesia se entendiera por sí mismo, y no sólo por referencias y relaciones indirectas». El Código de 1983 ya corrige esta visión reducida del laico y dedica un título entero –De las obligaciones y derechos de los fieles laicos– a describir el papel del seglar.
«Ir de una valle a otro llevando la píxide con la Eucaristía, inunda el ánimo de certidumbre y fortaleza. Pensad en un momento de especial cercanía con el Señor y creed que algo así nos ocurre cada vez que nos llaman a la misión. Ante las necesidades actuales de nuestra Iglesia, siento que mi corresponsabilidad de laico se está perfilando en una dimensión más amplia». No es el Código, pero este testimonio de Juan de Pano refleja bien cómo late el corazón de un laico cristiano que vive, de verdad, su misión.