Lupin se ha convertido en la serie Midas. Es la gallina de los huevos de oro para Netflix. Acaba de estrenarse la segunda temporada, ha vuelto a pulverizar audiencias y, por si no quedaba claro con el final que se nos propone en la segunda entrega, nos anuncian en los créditos que ya se está grabando la tercera.
Para los que no sepan de qué estamos hablando, Lupin nos cuenta la historia de un ladrón de guante blanco (Assane Diop), interpretado por Omar Sy (Intocable), fascinado por el personaje novelesco de Arsène Lupin, al que rinde homenaje para consumar la venganza que le debe a su padre y la herencia de honor que quiere dar a su hijo.
Como decíamos aquí mismo sobre la primera temporada, allá por el mes de febrero, es una suerte de bestseller audiovisual, de entretenimiento adictivo, que contiene más cáscaras que nueces. Sería absurdo cambiar ahora la fórmula: lo que funciona no se toca. En esta ocasión, son cinco nuevos episodios en los que se pone el acento (para bien) en las relaciones entre padre e hijo y en la infancia del protagonista, que se nos cuenta con narraciones en feedback que, por exceso, terminan cansando un poco en sus forzados paralelismos con la actualidad. Por lo demás, en la segunda entrega se le da una vuelta de guion a todos los trucos de escapismo que disfrutamos en la primera temporada y poco más. Los malos siguen siendo malos y ricos y los buenos, pobres y emigrantes, pero le terminamos perdonando el maniqueísmo, porque las trampas se ven venir de lejos y no promete nada distinto de lo que acaba dando.
Interpretaciones aparte, el gran personaje de la serie es la ciudad de París. Una delicia que, afortunadamente, no se queda en las estampas de postal turística. Han echado el resto en la clausura. Sin llegar al virtuosismo técnico con el que estrenaban la serie, el capítulo final de la segunda temporada es de lo mejor que han hecho hasta la fecha. No hay redención todavía, así que tenemos buen ladrón para rato.