Luis Zúñiga: «Juan Pablo II puso como condición mi libertad»
La histórica visita del Papa polaco a Cuba, de la que se cumplen 25 años, comenzó a negociarse una década antes. Este disidente, preso político durante más de 20 años, cree que sus frutos siguen hoy
Ingresó en prisión por primera vez con 22 años. ¿De dónde le venía la vocación de disidente?
Yo rechacé siempre el sistema comunista. Mi padre me alertó sobre él. Vi cómo ponían a niños y niñas de 12 o 14 años con becas del Estado, y había un libertinaje terrible. Las niñas quedaban embarazadas y se hacían abortos con 14 o 15 años. Cuando era estudiante universitario, para graduarme tenía que ser miembro de las organizaciones políticas del régimen. Tuve una discusión muy fuerte con el director del Partido Comunista en la universidad, en la que me dijo «si no te integras te haremos un acto de repudio y una asamblea de expulsión». Yo respondí fuerte, y a partir de ahí empezó la represión habitual. Las Fuerzas de Seguridad vinieron a registrar mi casa, y me hui. Finamente me juzgaron y me metieron en prisión con una condena de dos años por delitos contra la integridad y la estabilidad de la nación. Al año me fugué de prisión, pero me capturaron y me condenaron a cuatro años más. Después de una segunda fuga, ex presos políticos me escondieron y logré escapar de Cuba por la base de Guantánamo.
En la prisión, formó parte de los plantados, que sufrieron graves torturas por negarse a vestir el uniforme de los presos comunes. ¿Cuál fue el más terrible para usted?
Cuando dentro del sistema comunista se arresta a alguien que se enfrenta a ellos, tienen que destruirlo física y moralmente para que el día que esta persona salga de prisión no sea capaz de volver a luchar. Ahí están los gulag soviéticos o los centros de reeducación en China. Es un principio que estableció Lenin: «Reeduca al adversario, y si no se reeduca, destrúyelo». Físicamente se hace a base de golpizas, hambre, maltrato o falta de atención médica. En la prisión de Boniato, nos daban agua fangosa para beber y varios desarrollamos cálculos en el riñón. No nos daban ni una aspirina.
¿Y psicológicamente?
También sufrí varias formas de tortura. Había una, terrible, que eran los sonidos electrónicos, como los que hay entre dos emisoras de radio, a niveles insoportables. Un compañero, Rafael del Pino, se ahorcó con sus medias porque no lo soportaba. Yo me quitaba pedacitos de hilo del bolsillo, los mojaba, me los metía en los oídos y empezaba a gritar, cantar y hacer ruido. Otra práctica eran las celdas tapiadas, en las que estuve dos años en la prisión de Santa Clara y siete en la de Boniato. Siete años sin ver la luz del sol, en penumbra.
¿Se cumplía el objetivo de destruir a los disidentes?
Sí. Tuvimos varios suicidios en prisión, y muchos compañeros quedaron desestabilizados mentalmente. Además había presos que llevaban a hospitales psiquiátricos para abusar de ellos médicamente. Recuerdo a Eugenio de Sosa, abogado y director de un periódico importante, de una familia muy poderosa que tenían dos centrales azucareras en Cuba. Se rumoreaba que servía de contacto con personas que conspiraban contra el régimen, y se lo llevaron a un hospital psiquiátrico, donde le daban electroshocks en los testículos.
Pero usted y muchos otros resistieron.
Los que mejor salimos mentalmente fuimos los que teníamos fe religiosa. La fe en Dios y en que te va a cuidar, la confianza de que estás en el camino correcto, hizo que estuviéramos más protegidos. Entre las distintas celdas tapiadas nos comunicábamos gritando. También había sacerdotes presos y los domingos hacían una celebración. Cuando nos quedamos sin sacerdotes, otros compañeros asumieron esa labor. Primero fue Ángel de Fana, y luego yo. No teníamos Biblia ni ningún libro, lo hacíamos todo de memoria. También enseñé cálculo diferencial a un compañero de la misma forma.
¿La situación sigue siendo la misma? ¿En qué condiciones están, por ejemplo, los detenidos tras el 11 de julio?
Las condiciones son muy semejantes. Siguen las celdas tapiadas y la misma violencia, las golpizas, el hambre, la falta de atención médica, el aislamiento. Aunque hay una gran diferencia. Nosotros veníamos con una cultura y una formación de fe recibida en la familia y en la educación, mientras que hoy prácticamente en todos los casos han nacido ya bajo el sistema comunista y han sufrido el adoctrinamiento en la escuela, en los medios y por todos los sistemas. Por eso para ellos es más difícil de lo que lo fue para nosotros. No tuvieron nuestra formación religiosa y han tenido que desarrollarla por sí mismos o ayudados por sus padres.
Volvió a la cárcel 19 años porque, después de lograr salir del país, intentó regresar. ¿Por qué?
Cuando estuve escondido me ayudaron personas que estaban huidas de los Órganos de Seguridad del Estado. Cuando les dije que iba a intentar escapar por la base de Guantánamo no se atrevieron a cruzar los campos minados. Pero yo me comprometí a que, si lograba escapar, coordinaría el ir a rescatarlos.
Así llegamos a 1988. ¿Cuándo le llegaron las primeras noticias de que se estaban haciendo gestiones para sacarle de la cárcel?
En septiembre, vino a Cuba una delegación de la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, encabezada por el senegalés Alioune Sene. Pidieron ir a la cárcel para entrevistar a algunos presos políticos. Mis compañeros me escogieron a mí. Los guardias me dieron un pijama de hospital, porque estábamos desnudos. En otro lugar dentro de la misma prisión hablé con la delegación y les expliqué los crímenes, atropellos y torturas que estábamos pasando. Al despedirse, uno de los miembros me dijo que había muchas gestiones para lograr nuestra libertad. Al mes siguiente mi familia se las arregló para hacerme llegar un mensaje similar. Como a la semana de eso, el subdirector de la prisión me dijo que había una gestión para que dos prisioneros saliéramos, y que nos iban a tomar una fotografía y medidas para traernos ropa civil.
¿Qué estaba ocurriendo?
Después supe que el cardenal John O’Connor, arzobispo de Nueva York, había viajado a Cuba para negociar una posible visita del Papa san Juan Pablo II. El régimen estaba aislado internacionalmente. Necesitaba una figura importante, no política, que diera una imagen de una normalidad que no existía. Una visita del Papa transmitiría que no había persecución religiosa. Juan Pablo II era consciente de todo esto, porque vivió bajo un régimen comunista. Envió al cardenal O’Connor a negociar, y este trajo un pliego de condiciones que había establecido el Papa para ir a Cuba. La primera era la libertad de otro preso y la mía.
¿Por qué ustedes?
Éramos activistas católicos. Además, unos años antes tuve el privilegio de que me visitara Eduardo Boza, un obispo muy famoso y querido en Cuba, expulsado en 1961. Pidió permiso para visitar a su hermana que se estaba muriendo y no se lo dieron. Hubo alguna protesta a alto nivel, y el régimen le llamó y le ofrecieron arreglarlo. Él pidió visitar a un preso, y fui yo. Personalmente no lo conocía, pero mi abuelo había sido muy cercano a él.
Su liberación, ¿fue con la condición de dejar Cuba para siempre?
Sí, fui como deportado. Me trajeron la ropa de civil a la celda, me esposaron y me llevaron directo al aeropuerto en un carro de la Policía con dos agentes delante y dos detrás. Luego supe que mi madre ya estaba en el avión. Un funcionario de Estados Unidos vino con mi pasaporte cubano y firmó el visado. Me llevaron esposado hasta la escalerilla del avión.
Sin embargo, todo esto ocurrió en 1988, y Juan Pablo II no visitó el país hasta una década después.
Cuando visité al cardenal tiempo después en Nueva York para darle las gracias, me dijo que el régimen no había cumplido las otras demandas del Papa. No me dijo cuáles eran. Ni siquiera intenté reunirme con el Santo Padre para agradecérselo a él, imaginé que tendría muchas peticiones de todo el mundo. Pero después de su muerte sí tuve ocasión de darle las gracias rezando ante su tumba.
Usted siguió la visita desde el exilio. Pero, ¿qué supuso para su país?
El gran mensaje de Juan Pablo II fue «no tengan miedo». Se ha demostrado que era muy necesario para Cuba y profético. En julio de 2021 los cubanos rompieron con el miedo y salieron espontáneamente a la calle por miles. Desde entonces no han dejado de salir a protestar. Ha sido un punto de inflexión que marca el final ineludible del régimen comunista.
¿Quiere decir que los frutos de la visita han cristalizado más de 20 años después?
Juan Pablo II llevó fe, llevó esperanza. Los sistemas comunistas vacían espiritualmente a las personas, las vuelven materialistas, ateas. El propósito es que se rompa la unidad familiar, que el Estado tome el control de los niños, que la educación corresponda al maestro, que además es un adoctrinador, y no a los padres. Presentan la fe y la religión como obsoletas, ridículas. La sociedad se va degradando y la gente cae en el alcoholismo, las drogas, el libertinaje. Empieza una decadencia personal, familiar y social. Eso tocó fondo. Llegó un momento en que la sociedad se dio cuenta de que estaba alcoholizada, de que no tenía fe ni esperanza y de que estaba en un estado de vivir por vivir, con la comida racionada, las casas derrumbándose. Hubo una depauperación de la calidad humana tan grande que se empezaron a buscar otras fuentes de fe y esperanza a partir de finales de los años 1980 y en los 1990. La visita trajo esta nueva fe y hubo un renacer religioso. El régimen trató de desviarlo —y en bastante medida lo logró— hacia los cultos afrocubanos. Pero después de los 90 la gente empezó a ir de nuevo a las iglesias. Antes no iba nadie, porque era señalarte. La fe creció mucho.
Coincide entonces con los análisis que ven en la revuelta del 11 de julio de 2021 un cambio. ¿Cómo es la situación ahora?
El pueblo está cansado de la opresión, de la miseria, de la falta de esperanza. En el último año han escapado de Cuba más de 250.000 personas, en un movimiento favorecido por el régimen. Sin duda es un obstáculo. Se han ido muchos jóvenes y personas que sufrían mucho o estaban muy enfrentadas a la dictadura. Pero todavía quedan diez millones de cubanos en la isla. Y no tienen nada, porque Cuba está quebrada. El sistema comunista la ha destruido, está endeudada y no produce nada porque ha destruido toda la industria. Era la primera exportadora de azúcar del mundo, y en diciembre solo permitieron vender dos libras de azúcar por persona.
¿Qué se puede hacer desde fuera de la isla para ayudar?
Lo primero es que los países de la UE, que es su fuente principal de créditos, no le den más. No se lo van a devolver nunca, y los trabajadores europeos están financiando la dictadura comunista. Con esos créditos compran armas y equipos para la represión, como trataron de comprar en España en diciembre. Por eso, en segundo lugar, que no vendan armas ni equipos de represión para que no puedan atacar al pueblo cuando salga a protestar. Los cubanos van a seguir saliendo a la calle, están planteando un paro general. La represión es fuerte, se está arrestando a todos los que hablan de ello. Pero se va a hacer.
¿No le dolió tener que ver los actos del Papa por televisión?
Pero eso me consiguió una oportunidad extraordinaria. Como yo seguí mi activismo en Estados Unidos, estaba constantemente en los medios. Así tuve ocasión de hablar con Jorge Ramos, un presentador estrella de Univisión, el mayor canal para los hispanos. Me dijo que iba a ir a Cuba a cubrir la visita, y le comenté «usted no piense que va a conocer Cuba, siempre van a estar bajo el control de las autoridades, los van a llevar como reses en un rebaño»: a una escuela donde los niños gritan «viva Fidel, viva la revolución», a una fábrica donde los trabajadores están entrenados para decir a las visitas que todo el pueblo respalda al régimen. Le conseguí contactos, logró escabullirse del hotel, y conoció la Cuba real. Hasta entonces tenía una posición positiva hacia la dictadura, y desde entonces la ha denunciado constantemente.