Nuncio en Sudán: «Los cristianos de aquí sienten más libertad»
El español Luis Miguel Muñoz Cárdaba, nuncio apostólico en Sudán desde septiembre, asegura que el optimismo de los dos últimos años, tras el fin de 30 años de dictadura islamista, empieza a mermar
¿Cuáles han sido sus impresiones sobre el pueblo sudanés en este primer año?
La gente en Sudán es humilde, cordial y muy sufrida. Es un pueblo muy religioso, mayoritariamente musulmán, pero no radical ni fanático, sino tolerante y en general bastante respetuoso hacia los cristianos y demás minorías religiosas. Confieso que la primeras veces que caminaba por las calles de Jartum ocultaba con la mano la cruz pectoral por miedo a la reacción de la gente. Estaba equivocado, en Sudán los musulmanes son sunitas cercanos al sufismo y, por tanto, abiertos y respetuosos. Lo cual contrasta con la cerrazón del depuesto régimen militar del expresidente Omar al Bashir, que adoptó el islamismo como arma política.
¿Cómo es y cómo vive la Iglesia local?
Una de las tareas prioritarias de los nuncios es seguir de cerca y acompañar la vida de la Iglesia local. Como en Sudán los católicos no superan el millón y medio y las diócesis son pocas, resulta fácil y gratificante estar en continuo contacto con los obispos del país y poder además conocer personalmente y apreciar el trabajo de los sacerdotes locales, de los misioneros y misioneras, de las comunidades religiosas y de los fieles católicos, que en su mayoría son muy pobres, procedentes casi todos del actual Sudán del Sur y de la región de los montes Nuba de Sudán.
Su primer año en el país ha resultado muy interesante: abolición de leyes represivas contra la mujer, despenalización de la apostasía, salida de la lista de Estados promotores del terrorismo para Estados Unidos, declaración de principios que incluye la separación de religión y estado… ¿Cómo han recibido estos cambios la sociedad y los cristianos?
Mi llegada a Sudán coincide con el inicio de una nueva etapa en la historia del país. Es un tiempo de transición y, por tanto, un tiempo de esperanza pero también de grandes desafíos y riesgos. La juventud sudanesa, verdadera alma de la llamada revolución ciudadana iniciada a finales de 2018 y culminada en 2019, tiene sed de libertad, de justicia y de progreso. Se van dando pasos positivos en esta dirección, pero la prudencia indica que es necesario ir despacio. No se puede cancelar en poco tiempo la mentalidad que ha dominado oficialmente el país durante los casi 30 años del régimen militar. En general los cristianos sienten que hay más libertad, lo aprecian y lo agradecen, aunque son conscientes de que todavía el camino es largo. Mis encuentros con las autoridades sudaneses han sido muy cordiales y en ellos he podido comprobar con satisfacción la voluntad clara de avanzar en esta línea.
46,8 millones
Jartum
97 % musulmanes, 1,5 % cristianos
El Consejo Soberano de Sudán, una junta cívico-militar, ejerce el poder desde agosto de 2019 hasta las elecciones de 2022
¿Es generalizado el optimismo, o hay conatos de resistencia por parte del régimen anterior o el fundamentalismo?
Sin duda el optimismo ha sido sentimiento generalizado durante los dos últimos años. Sin embargo, la tremenda crisis económica que atraviesa Sudán unida a los efectos impopulares de las reformas estructurales y de la medidas económicas adoptadas por el Gobierno de transición están causando un profundo malestar y hacen mermar el optimismo. Son reformas y medidas drásticas que los organismos internacionales consideran necesarias para sanear una economía destrozada y disfuncional, pero cuyos resultados positivos todavía no llegan a la población, que ve cómo los precios no paran de aumentar mientras los salarios se estancan.
Yo creo que la comunidad internacional quiere de verdad ayudar a Sudán en su transición. Me parece que lo considera como un reto, para mostrar que en esta región africana marcada por la inestabilidad y el autoritarismo es posible que un país viva en paz, libertad y progreso. Y además se espera que el ejemplo de Sudán pueda contagiar positivamente a los países de su entorno. En esta dirección ha sido esperanzadora la celebración en mayo en París de una conferencia internacional para aliviar la deuda sudanesa, en la que han participado una quincena de jefes de Estado y de organizaciones internacionales. Muy esperanzadora es también la reciente decisión del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial de cancelar 19.800 millones de los 50.550 millones de euros de esa deuda.
¿Los cambios que se están produciendo pueden impulsar el diálogo interreligioso?
Estoy convencido de que hay que aprovechar esta nueva etapa abierta en la historia de Sudán para avanzar en el diálogo interreligioso. Todavía queda mucho por hacer. La nunciatura quiere promover el diálogo entre cristianos y musulmanes, que ya se da de forma natural y espontánea en la convivencia diaria de la gente, pero que aún no ha llegado del todo a los ámbitos intelectuales, culturales y académicos del país. Seguramente el hecho de que la Iglesia católica y otras confesiones cristianas no gocen de plena personalidad jurídica dificulta el diálogo a alto nivel.
¿Ha afectado al país el conflicto en Tigray?
Como consecuencia del duro conflicto armado, alrededor de 67.000 etíopes han atravesado la frontera sudanesa buscando protección. La mayor parte son mujeres, niños y ancianos que han escapado de la guerra con lo puesto, sin bienes materiales. Esto ha provocado en Sudán una crisis humanitaria a gran escala, que ha llevado al Gobierno a pedir la intervención urgente de los organismos internacionales. No hay que olvidar que, además de estos nuevos refugiados etíopes, Sudán acoge en su territorio a cientos de miles de refugiados sudsudaneses, eritreos y de otros países.
Tras la finalización de la misión de la ONU en Darfur, se han producido varios estallidos de violencia. ¿Considera prematura esta decisión? ¿Podrá el Gobierno de transición controlar la región?
El repunte de la violencia tribal en Darfur ha causado más de 130.000 desplazados en la región. El Gobierno trata de controlarlo, aunque por el momento con resultados limitados. Por último, sigue abierta la herida del rechazo de los rebeldes del Movimiento de Liberación del Pueblo de Sudán-Norte (SPLM-N) al Acuerdo de Paz firmado en Yuba en octubre de 2020, que pone fin a 17 años de conflictos armados internos en Sudán y abre paso a un proceso de reconciliación nacional. Es verdad que hay negociaciones entre el Gobierno de transición y el SPLM-N, pero por ahora los avances son inciertos.
¿Cómo vive la Iglesia su misión en esta nueva etapa del país?
Los católicos en Sudán detestan la guerra porque han sufrido sus consecuencias durante mucho tiempo. Son hombres y mujeres de paz. En nuestras iglesias se anuncia a Cristo, el Príncipe de la paz, y se invita a todos a colaborar en el no siempre fácil camino hacia la plena reconciliación nacional. La Iglesia local es, además, experta en convivencia. Basta, por ejemplo, constatar su ingente labor educativa. La Iglesia cuenta con 150 escuelas y centros educativos católicos, algunos de notable prestigio pero la mayor parte muy humildes y destinados a los últimos de la sociedad, donde estudian en compañerismo y fraternidad niños y jóvenes católicos, musulmanes y coptos ortodoxos. La labor educativa católica es semilla de paz, progreso y libertad para Sudán. Quiero destacar aquí la tarea encomiable que en esta dirección desarrolla el Comboni College of Science & Technology, el buque insignia del sistema educativo de inspiración católica de Sudán.
Concluyo aprovechando la entrevista para dirigir a todos una invitación a rezar por el pueblo sudanés, que tanto ha sufrido y que merece vivir un futuro mejor. Y también por la Iglesia local, minoritaria en número, pero llamada a iluminar desde la cruz de Cristo tanto dolor y a ser instrumento de paz y testigo de esperanza.