Luis Aranguren: «Los católicos no tenemos la marca registrada del cuidado» - Alfa y Omega

Luis Aranguren: «Los católicos no tenemos la marca registrada del cuidado»

Este profesor de Ética en la UCM ha participado en el Congreso de Cuidadanía, donde ha reflexionado a partir de la pregunta ¿Por qué se cuida?

José Calderero de Aldecoa
Luis Aranguren
Fue director de Ediciones de la editorial PPC y coordinador de voluntariado de Cáritas Española. Foto cedida por Luis Aranguren.

¿Por qué se cuida?
Creo que se cuida fundamentalmente por instinto de conservación de los seres humanos. De hecho, en la historia de la humanidad ha permanecido siempre el sentido de comunidad, de ayuda mutua. Lo vemos incluso en Atapuerca, donde han aparecido restos de personas que han logrado sobrevivir en condiciones nada halagüeñas gracias al apoyo del grupo. El cuidado está en el origen de los tiempos, en el origen de la especie humana. En medio de tanto desastre, tanta barbarie, al final queda el cuidado de los vínculos que nos unen como especie. Yo creo que se cuida porque, como decía Albert Camus, al final de la novela de La peste, hay en el ser humano más cosas dignas de admiración que de desprecio.

Habla usted de desastres, de barbarie. ¿Son los cuidados el antónimo o el antídoto ante la polarización?
La polarización pone a cada uno como absoluto de su posición. Busca pasar factura, negar al otro. Mientras «esta economía mata», como dice el Papa, y la tierra amenaza con el colapso, estamos entretenidos con la polarización. Me parece una falta de rigor, de atención y de aprecio a nosotros mismos tremenda. En este contexto, urge en primer lugar cuidar la palabra. No agredir al otro con la palabra o el desprecio. Urge también el diálogo, que es sobre todo escuchar. Y luego es importante llegar a acuerdos razonables, sin imposiciones. Por último, para salir de esta situación es necesario que la gente corriente se movilice mucho más en favor de quienes peor lo pasan.

¿Qué papel tiene el voluntariado en este escenario?
Cuidar al extraño, que es lo propio del voluntariado, es convertirlo en amigo. Por eso en el cuidado no puede haber polarización, porque rompe toda frontera, todo extremismo. De esta forma, este concepto emerge entre los humanos como una experiencia clave en el desarrollo evolutivo de nuestra especie. Yo digo muchas veces que el cuidado y la solidaridad, que es lo que da forma al voluntariado, forman parte del patrimonio ético de la humanidad.

Ahora mismo usted lo está practicando en prisión.
Llevo tres meses colaborando con un taller de filosofía puesto en marcha desde la capellanía de la cárcel de Navalcarnero. Hay apuntados nueve internos. El primer día pusimos la palabra «filosofía» en la pizarra y a partir de ahí surgieron un montón de palabras relacionadas.  Ahora llevamos cuatro sesiones trabajando la palabra «admiración». Eso nos ha llevado a ver imágenes de la tierra tomadas desde el espacio o cuadros de Vincent van Gogh. En una de las sesiones, no sin temblor, pregunté si había posibilidad de admiración en la cárcel. Y uno de los internos, que lleva más de 35 años preso, contestó: «Yo me admiro de aquellos compañeros que han estado enganchados a la droga como yo, que han salido de aquí, han encontrado trabajo, han hecho familia, han salido de la adicción y siguen siendo mis amigos». Que alguien roto, que alguien considerado como un despojo humano, como basura, sea capaz de verbalizar y expresar que admira a sus compañeros porque han salido de la cárcel y se han hecho mejores, y que eso sea para él motivo para tirar para adelante, a mí me deja admirado. Antes hablábamos del cuidado a los extraños, pero entre el extraño y el amigo no hay más que el saludo. En el momento en el que reconoces al otro por su nombre y os abrazáis, se rompe la distancia entre ambos.

En los ámbitos de los cuidados y del voluntariado los católicos tienen mucho que decir.
En realidad creo que tenemos un papel de colaborador necesario. Los católicos no tenemos la marca registrada ni del cuidado ni de la solidaridad. Actuamos en la plaza pública junto a tanta gente que también trabaja por la justicia o por un mundo más habitable. Cada uno desde su lugar. El nuestro es cuidar desde la experiencia de Jesús, que es poner la vida vulnerable en el centro de todo, para fortalecerla y acompañarla. La imagen que tiene que estar más presente es la del buen samaritano. 

¿Y cómo se cambia el paradigma para situar el cuidado en el centro?
El cuidado puede ser el nuevo paradigma, pero si nos lo tomamos en serio desde múltiples perspectivas. En el ámbito personal, relacional, económico y político. Muchas veces hemos reducido el cuidado al plano relacional, de tratarse bien, y eso es fundamental. Pero se nos ha escapado el cuidado en su vertiente económica y política. Yo sostengo que cuidado y justicia son dos caras de la misma moneda. Así, cuidar será estar al lado de los migrantes y que no sean expulsados; será estar al lado de las víctimas de abusos y no encubrir a los agresores; será movilizarse para que los alquileres no sean un motivo de exclusión de los jóvenes. Por lo tanto, cuidar compromete, y mucho. Y nos asoma a un paradigma novedoso y evangélico.

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