Lucía Valentini Díaz: «En el Camino he aprendido que en esta vida hay que ser fuertes»
Con tan solo 10 años, Lucía recorrió a pie este verano los 257 kilómetros que separan la ciudad portuguesa de Oporto de la tumba del apóstol Santiago en Compostela. De aquella experiencia se le han quedado grabadas a fuego las largas caminatas junto a su abuelo, al que hacía un año que no veía y que se compró un billete desde Chile para peregrinar junto a su nieta. Lucía habla de la importancia de la familia
¿Con quién hiciste el Camino?
Fui con mi abuelo, que vino desde Chile. Solo pudo venir él, y no mi abuela, porque cuestan mucho los billetes de avión. Y luego mi padre, mi madre, mis hermanos, mi primo y yo.
¿Tu abuelo se vino desde Chile para la peregrinación?
Sí, y es la segunda vez que lo hace. La primera peregrinación le gustó más porque fue en invierno y este año, como tuvimos tantas olas de calor, hacía demasiada temperatura. Además, la primera vez que lo hizo iba a peregrinar con unos amigos, pero al final ninguno le pudo acompañar y vino solo. Entonces, mi padre viajó desde Chile para acompañarle en la última parte.
¿Qué te parece que tu abuelo se haya venido desde Chile a hacer el Camino?
Me sorprendió muchísimo, porque creía que lo íbamos a hacer nosotros solos. Cuando me lo contaron me quedé alucinada. La verdad es que me puse muy feliz de ver a mi abuelo, porque hacía un año que no lo veía en persona. De hecho, hicimos casi todo el Camino juntos. A veces, yo caminaba con mi mamá y él se quedaba un poco más atrás, pero luego nos volvíamos a juntar y hablábamos de todo lo que habíamos visto en el recorrido. Mis hermanos iban mucho más rápido que nosotros y llegaban siempre mucho antes.
¿Echas de menos a tu abuelo?
Le extraño mucho, pero con las videollamadas podemos seguir viéndonos.
¿Has aprendido algo durante la peregrinación?
Claro, aprendí la historia de Santiago [el apóstol], que no me la sabía, y sobre muchas iglesias por las que pasábamos. Pero lo primero que aprendí del Camino de Santiago fue cuando vivía en Chile. Un día pasé, con mi prima, cerca de donde estaba los adultos y me enteré de que existía otro Santiago, además del de Chile. Luego ya, cuando vinimos a vivir aquí, hace dos años y medio, me contaron toda la historia.
Y luego otra cosa que he aprendido, lo que más, es que en esta vida hay que ser fuertes. Hemos hecho muchos kilómetros —257 en total— en muy pocos días; hacía también mucho calor, y, o le ponías ganas, o no llegabas a ningún lado. Eso me ha parecido importante.
¿Qué es lo que más te ha gustado de la peregrinación?
La familia. Estar con mis padres, mis hermanos, mi abuelo y mi primo todos los días. Eso es lo que más me gustó. Cuando íbamos andando, como algunos iban más rápido y otros más lentos, siempre pensaba: «Esto se lo tengo que contar luego…». Y el mejor momento era cuando estábamos todos juntos, en la comida o por la tarde, y nos contábamos el día y hablábamos de lo que habíamos visto.
¿Qué te dicen tus compañeras de colegio?
Todas se sorprendían mucho de que hubiera podido terminarlo, aunque más las profesoras que mis compañeras. Me dicen: «Yo no podría haberlo hecho», pero yo creo que sí. Es lo que te decía antes, hay que ser fuertes. Si te desanimas, no vas a llegar, pero si le metes caña puedes hacerlo.
Jesús dice que «quien no se hace como un niño no entrará en el Reino de los cielos». ¿Qué te gustaría cambiar de la sociedad?
Todo el mundo anda peleándose todo el rato por la política. También veo que hay mucha gente que quiere tener poder, pero intentan ganar mintiendo. Yo creo que si no hubieran mentido, habrían ganado más. Y además, hay políticos que tienen buenas ideas, pero luego llegan al poder y se olvidan, y solo se centran en que los quieran a ellos.