Luces que significan
Las luces de Navidad deben evocarnos el gran misterio que celebramos, que en medio de nuestra herida somos rescatados, que la promesa vuelve a cumplirse y que, pese a la tristeza de nuestras inercias, Él vuelve a invitarnos a desertar del piloto automático
El año pasado el Parlamento Europeo quiso borrar la palabra Navidad. Por no molestar y eso. Y este año a muchos Ayuntamientos les ha dado por iluminar nuestra gran fiesta con un catálogo de atrocidades visuales que serían impropias hasta para el carnaval. Está de moda lo feo, no hay más que asomarse a las exposiciones de éxito o a las salas de baile de las discotecas. Nos gusta el Halloween y nos enamoran las cosas rotas o deshilachadas. La colección de despropósitos que se dicen los chicos en el Metro provoca la risa de los señores mayores que se disfrazan de jóvenes y les imitan porque su único enemigo es el tiempo y contra él se visten, como eternos adolescentes, ridículos hasta el asombro. Los chavales pueden tener la disculpa de la poca edad cuando dicen no sé qué de random o de en plan o de que salen de chill. Pero esas gansadas en la boca de señores de 50 años que arrastran sudaderas apretadas en las terrazas de la avenida de Europa son demoledoras.
¿Y qué tiene esto que ver con las luces y con esta Navidad que nos vuelve? Lo tiene todo: nuestro tiempo huye de la luz y de la belleza que surge de la verdad. Las luces de Navidad deben evocarnos el gran misterio que celebramos, que volvemos a ser nuevos, que en medio de nuestra herida somos rescatados, que la promesa vuelve a cumplirse y que, pese a la tristeza de nuestras inercias, Él vuelve a invitarnos a desertar del piloto automático. La verdadera juventud la da la cruz, que es el reverso de este pesebre de luz. Nacemos para morir y para volver a vivir, como se nos ha dicho. Y a esa verdad accedemos por medio de la fe, pero no solo: tenemos una razón que no nos alcanza, pero que nos lleva casi hasta la misma puerta. Sobran las pruebas históricas, los testimonios, las fuentes primerísimas, los santos, las abuelas, las suertes que no entendemos, los pozos de los que hemos sido rescatados sin saber cómo. Y, además, tenemos el arte, que nos inspira. La luz, que nos reclama. El bien, que prevalece. La iluminación navideña es una oportunidad más para contemplar la única verdad que puede salvarnos de ese destino que naturalmente todos queremos evitar. Por eso es importante que, como en este misterio de luz que ha instalado el Ayuntamiento de Madrid, reflejen los motivos religiosos que veneramos, los que necesitamos para vivir. El pasar de los años nos duele y por eso fingimos que la cana es interesante y hablamos como a los 20 y vamos a exposiciones feas y oscuras para hacernos los modernos, y por eso reclamamos nuestra dignidad en todoterrenos cada vez más grandes y sostenibles, todo es eficiente y bárbaro. Echo de menos a Umbral, que no creía, pero buscaba, su fular delicado, su libro; a Marías, que refunfuñaba en la columna; a Cela, que se ciscaba en los ignorantes y en los cipreses. Claro que ahora tenemos a Julio Llorente y a García-Máiquez y a Esperanza Ruiz y a Armando Zerolo y a Ángel Barahona, incluso a Soto Ivars los días pares y a Alberto Olmos y a González Sainz y a algunos otros. Señores y señoras que llaman a las cosas por su verdad y por su luz. Me ha salido una cosa antigua, a lo mejor, protestona. Perdónenme. Y feliz Adviento.