Cabo Delgado en emergencia: «Los terroristas no han conseguido apartar a Dios de vosotros»
La región más pobre de Mozambique, Cabo Delgado, se enfrenta a una gran emergencia humanitaria. Miles de desplazados son atendidos por la Iglesia local
La guerra en el norte de Mozambique, en la región de Cabo Delgado, pierde intensidad. El grupo yihadista autodenominado Al Sabaab (sin relación con la organización del mismo nombre que actúa en Somalia y Kenia) ha sido repelido de las ciudades y pueblos que había invadido. Sin embargo, el conflicto ha dejado más de 800.000 desplazados. Gran parte de ellos están en la zona sur de la provincia de Cabo Delgado. Antonio Juliasse, administrador apostólico de la diócesis de Pemba, que abarca la provincia afectada, es recibido con gran alegría en el campo de desplazados de Meculane. Los cantos y danzas continúan hasta donde se va a construir el centro polivalente San José para las actividades de la comunidad.
«Los que están haciendo mal, los que han cortado cabezas de personas, han destruido vuestras casas, os han robado vuestros animales, os han destruido vuestros campos, han podido destruir todo eso; pero no han conseguido apartar a Dios de vosotros», se dirige el prelado a un grupo de familias, niños y ancianos. «No van a conseguir apartar a Dios de vuestro lado». El campo de Meculene alberga a unas 4.500 personas, con el apoyo de Cáritas Diocesana de Pemba y Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN). Es un ejemplo entre muchos otros del gran esfuerzo que está haciendo la Iglesia local para sostener a las víctimas del terrorismo.
En el almacén de Cáritas Diocesana, además de ropa y alimentos, se reparten semillas y utensilios para cultivo «con el fin de que las personas puedan valerse por sí mismas en los lugares donde están siendo reasentadas», explica Manuel Nota, su director. Aunque el número de ataques ha disminuido mucho, «creo que hasta dentro de dos o tres años las personas no van a volver a sus hogares». Además de la reconstrucción de las infraestructuras que sería necesaria antes, «aún hay mucho miedo, y los ataques aislados hacen que sigan llegando nuevos desplazados», asegura.
Incertidumbre y miedo
La incertidumbre es grande. «Los terroristas están en desbandada y ya no tienen ninguna localidad como base», describe Nota, pero se han dispersado en los bosques. «Hace unos días se produjo un nuevo ataque contra una aldea» en el distrito de Moeda. «Podemos confirmar que hubo varios muertos». Se teme que se dirijan más al sur, aprovechando que ahora el Ejército, junto con los soldados de otras naciones africanas que lo apoyan, se concentra en las ciudades de Palma y Mocímboa da Praia.
El administrador apostólico reconoce que la situación «no tiene una solución fácil; pero creo que la clave está en ofrecer a los jóvenes un futuro». En una zona «muy poco desarrollada» y con condiciones de vida «miserables es fácil que crezca el extremismo». Por otro lado, «la corrupción está por todos lados y hay un gran interés por los yacimientos de gas recientemente descubiertos, y que se van a empezar a explotar».
Aunque se barajan estas causas, aún se desconoce cuáles son exactamente las intenciones de estos terroristas, de corte yihadista, que han cometido ataques claramente anticristianos, con decapitaciones y destrucción de numerosas misiones católicas.
En la vecina provincia de Nampula también son visibles las consecuencias de la guerra. Hasta aquí, a más de 500 kilómetros de distancia, han llegado caminando y en situaciones extremas cientos de desplazados. Según datos de la Iglesia local, el 50 % son menores. Sara Farami es una de ellos. Esta adolescente musulmana huyó hace algo más de un año de Mocímboa da Praia con su madre y cinco hermanos. «Mi padre ha desaparecido y dos de mis hermanas fueron secuestradas», narra en el centro diocesano Mártir Cipriano de la diócesis de Nacala. «No sabemos nada de ellos». Un grupo de niñas y adolescentes acuden diariamente a un taller de costura para poder ganarse la vida. «Llegan con un trauma muy grande» por los asesinatos y violencia que han presenciado, cuenta la hermana Olga Agostinho, misionera de la Preciosa Sangre. «Poco a poco se van abriendo y contándolo». Sara quiere ser médico «para ayudar a las personas, porque vi muchos heridos en Mocímboa y no sabía cómo ayudarles».
«Somos una misma familia»
En los alrededores de Nacala abundan las familias que viven dispersas, fuera de los centros de reasentamiento del Gobierno. «Al principio muchos huyeron a casas de familiares». Pero «es imposible asumir» a tantos, y «ahora tratan de buscar un sitio propio», asegura Ceca Virgilio, monitor psicosocial que colabora con Cáritas de Nacala y ACN. Ha venido a hacer su visita diaria a la misión de Itoculo, donde se concentran varias decenas de familias. Plantan mandioca y recogen mangos. «Es urgente ofrecerles un sitio estable donde vivir». Los niños juegan y preparan una obra de teatro. Los mayores se reúnen bajo un árbol, donde unos palos entrecruzados hacen de pizarra. Van a recibir una clase de portugués y otra de macua, el idioma local, que desconocen por venir del norte.
Este gran esfuerzo de la Iglesia local sería imposible sin la ayuda exterior. El administrador apostólico agradece al apoyo recibido por ACN: «Siento que no es solo una ayuda económica, sino que vuestro apoyo tiene un sentido desde la fe y la oración». Por eso, pide que «por favor, sigan rezando por nosotros; somos una misma familia».
2,3 millones (7,4 % de la población de Mozambique)
3.000 víctimas mortales desde octubre de 2017