Los sintecho que custodian al conde duque de Olivares
El dominico seglar y artista Julio Jara ha formado una comunidad junto a personas sin hogar en el monasterio de la Inmaculada de Loeches
La sensación de estar en el locutorio enrejado del monasterio de la Inmaculada Concepción de Loeches por dentro, en el espacio que habitualmente ocupan las monjas, es desconcertante. Desde esta perspectiva, no se distingue bien cuál de los dos lados es el que está enclaustrado. También influye el tamaño del cenobio, que se asienta sobre una extensión de más de 20.000 metros cuadrados y que cuenta con una huerta de una hectárea. Los lugareños lo llaman el convento grande. Su dimensión está a la altura de su impulsor, el conde duque de Olivares, quién mandó construirlo en el siglo XVII —cuenta una leyenda— para hacer sombra al convento de las carmelitas descalzas, situado en la misma plaza, después de un enfrentamiento.
La sensación de encierro, o de falta de libertad, se esfuma definitivamente en uno de los rincones del monasterio. Se trata de un esperpéntico museo que todavía se conserva a pesar de que las religiosas dominicas que habitaban el inmueble tuvieron que salir del mismo en 2012 por la escasez de vocaciones. Un museo de la limpieza, que para más inri está situado junto al cautivador cementerio conventual. Botes de Ajax colgados de la pared como si de un Velázquez se tratara. Cientos de recipientes que en otra época sirvieron para limpiar los aseos ahora se encuentran alineados en las estanterías, como puede ocurrir con los incunables de la Biblioteca Nacional. «La monja que lo hizo tenía un TOC, pero la superiora, en vez de eliminar lo que seguro que a ella le parecía una locura, dejó todo aquello en su sitio para subrayar para siempre que la vida religiosa no es una vida de falta de libertad —como sugiere el imaginario colectivo— sino de todo lo contrario», asegura el dominico seglar, y artista, Julio Jara.
Él es ahora el custodio del monasterio —y por ende de la tumba del conde duque de Olivares, que está enterrado en la iglesia, y del panteón familiar de la casa de Alba— junto con Antonio, Javier o José, todos ellos antiguos residentes del albergue para personas sin hogar de la Fundación San Martín de Porres. «Cuando las monjas se fueron, nos ofrecieron habitar el convento para que este no quedara abandonado», recuerda Jara. Una decisión que podría sorprender si no se tiene en cuenta la gran devoción que las contemplativas tenían a san Martín de Porres, titular del albergue de la fundación, y que «en realidad las religiosas de clausura y las personas sin hogar tienen más que ver de lo que parece a priori. Ambos experimentan la pobreza, aunque unas por decisión propia y otros por las circunstancias de la vida».
El dominico busca liberar de prejuicios a este colectivo. Una de las formas que ha encontrado ha sido a través del arte. «Vienen muchas personas a visitarnos vinculadas a este ámbito, como por ejemplo los alumnos de la Facultad de Bellas Artes, y entonces se produce un encuentro del que muchas veces sale más beneficiada la persona que viene de fuera». Pero «no se trata de arteterapia», subraya Julio Jara, «porque valdría cualquier disciplina. La idea es sacar a estas personas de la idiosincrasia de la pobreza».
La nueva comunidad se trasladó hace poco más de un año y aunque el tradicional ora et labora de vida monacal está más centrado, en este caso, en la parte del trabajo, «también tenemos un momento de oración y acción de gracias antes de comer», asegura. En la actualidad, los impropios, como se hacen llamar los nuevos moradores, se afanan en evitar que el monasterio caiga en el ostracismo. «Vamos haciendo distintas intervenciones según nuestras posibilidades». Ahora los trabajos están centrados en la huerta, por donde corren sueltas algunas gallinas. «Comenzamos quitando la hiedra de la entrada, que bloqueaba la puerta», recuerda Julio Jara, al mismo tiempo que se agacha y arrancar algunas ramas de esta planta que habían rebrotado. «Ahora estamos perforando el suelo para encontrar agua con la que poder regar la futura plantación. Ya han aparecido varios pozos». Los impropios aspiran a resucitar la huerta, lo que les permitirá abastecerse de alimentos, dar trabajo a los lugareños, aumentar los ingresos con la venta de productos ecológicos y, además, poder ofrecer una degustación a los que acuden al monasterio de la Inmaculada como parte de una visita guiada.
¿Sin salida? Perdidos en un sistema de protección social que no protege es el lema del Día de las Personas Sin Hogar, que se celebra este domingo, 31 de octubre. «Tras 29 años de campañas seguimos levantando la voz ante la grave situación de desprotección social y falta de oportunidades» de este colectivo, señalan desde Cáritas y la Red Faciam. Porque el «sinhogarismo es siempre una vulneración de derechos que tiene solución», pero para eso hace falta superar «prejuicios y miedos» y buscar «el bienestar general por encima del particular».